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Abuelos que cuidan de sus nietos en verano: qué hacer para que sea mutuamente beneficioso y no un suplicio para ambos

Hasta el 60% de las familias españolas recurre a los mayores de la familia para el cuidado de los niños durante las vacaciones y, aunque puede ser muy enriquecedor, también conlleva riesgos, como convertirse en una carga excesiva o que los pequeños echen de menos a sus progenitores

Diversos estudios han demostrado que cuidar de los nietos puede tener efectos positivos en la salud y la longevidad.
Adrián Cordellat

En España, el 35% de los mayores de 65 años cuida a sus nietos y nietas, al menos, varios días por semana (la media de la Unión Europea se sitúa en el 14,9%), dedicando en promedio 16 horas semanales a esta labor, según datos del estudio Abuelos y crianza. El papel protagonista de las personas mayores en el cuidado a la infancia, realizado por Aldeas Infantiles. Ese porcentaje se incrementa aún más, por encima del 50%, en verano. Según datos de una encuesta realizada en 2022 por la Fundación VivoFácil, hasta el 60% de las familias españolas habría recurrido a los mayores de la casa para el cuidado de los niños en verano.

La estructura familiar ha cambiado considerablemente en las últimas décadas, pero, a pesar de ello, los datos muestran un repunte del papel cuidador de las personas que ejercen de abuelos y abuelas, especialmente en momentos de necesidad como el verano”, sostiene Esther Camacho, coordinadora del grupo de trabajo de Promoción para el Buen Trato hacia las Personas Mayores del Colegio Oficial de Psicología de Madrid. Según la psicóloga, este incremento es una consecuencia visible de “la debilidad de las redes comunitarias de cuidado y la escasa inversión en políticas de conciliación familiar”; y más que una elección de las familias, suele ser casi una medida obligada “ante la precariedad estructural” para responder a una necesidad acuciante, el cuidado de los niños durante los tres meses de vacaciones escolares.

Esta realidad, según la psicóloga Sara Tarrés, creadora del proyecto Mamá Psicóloga Infantil, se agrava en el caso de familias con pocos recursos o monoparentales. “Hoy por hoy, para muchas de estas familias no existe otra opción y eso convierte el cuidado de los nietos en una responsabilidad estructural, no en una decisión voluntaria”, añade.

Entre esos abuelos que se encargan de sus nietos en verano, los hay que viven a dos manzanas, pero también aquellos que viven lejos, en el pueblo. Allí son enviados los niños para pasar varias semanas del verano con ellos, con el fin de que los padres puedan trabajar sin tener que dejarse una buena parte del sueldo en campamentos de verano. En un mundo ideal, esta alternativa sería un win-win. Todo el mundo gana. Los niños pasan días de verano más asilvestrados, en un entorno que les permite estar más tiempo en la calle; los abuelos reviven con la energía de los nietos, y los padres pueden trabajar sin culpa e incluso tener momentos para ellos.

Es la experiencia de Maite. Sus dos hijos, de 14 y 12 años, abandonan Madrid una vez terminado el curso escolar, desde que tenían seis y cuatro años, para pasar una o varias semanas del verano con sus abuelos en un pequeño pueblo de la provincia de Castellón. “Optamos por esta alternativa por un tema económico, para ahorrarnos el campamento, y porque mis hijos disfrutan mucho de sus abuelos y viceversa. Mis hijos lo viven como regalo, están deseando que lleguen estas semanas. Y mis padres también. Están en una condición física que les permite ejercer de abuelos y nunca lo han vivido como una carga. Ya en Semana Santa, de hecho, nos estaban preguntando si este año también iban a ir sus nietos”, cuenta.

En las condiciones adecuadas, pasar tiempo con los abuelos puede enriquecer enormemente a los niños.

“Cuando todo esto se da en las condiciones adecuadas, pasar tiempo con los abuelos puede enriquecer enormemente a los niños. Pueden sentirse cuidados, sin prisas, acogidos desde otra mirada, y vivir momentos cotidianos que se recuerdan con ternura durante años. A menudo, los abuelos ofrecen algo que los padres no siempre pueden dar: tiempo, calma, historia compartida”, reflexiona Tarrés.

Los abuelos, por su parte, según sostiene Camacho, también pueden salir beneficiados. “Diversos estudios han demostrado que cuidar de los nietos puede tener efectos positivos en la salud y la longevidad”, señala. La psicóloga apunta a estudios que han asociado el cuidado ocasional de los nietos y nietas con una vida más larga o con una disminución del riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. “Además, cuidar activa el sentido de utilidad, refuerza la autoestima y ayuda a combatir la soledad, proporcionando un rol social significativo”, añade.

Y, sin embargo…

El mundo no es siempre ideal. “Muchas abuelas me cuentan que a mitad de verano están agotadas, que ya no están para bajar cada día a la playa o a la piscina. Y los niños, por su parte, a veces tampoco lo viven tan bien como imaginamos. No siempre hacen amigos con facilidad, no siempre se adaptan al entorno. Y no siempre es fácil estar sin los padres tantos días”, reflexiona Tarrés.

En el caso de los abuelos, según la psicóloga, la maternidad cada vez más tardía hace que muchos de ellos lleguen a este rol en etapas vitales en las que, “por mejor voluntad que tengan, la energía ya no es la misma. Y entonces cuidar deja de ser un gesto de amor para convertirse en una carga silenciosa”. Esto ha dado lugar al conocido como síndrome de los abuelos esclavos, un concepto que describe la situación de carga excesiva de cuidado de los nietos que soportan algunos abuelos, a menudo de forma involuntaria y con consecuencias negativas para su salud física y mental.

Las exigencias actuales de la crianza (actividades escolares, desplazamientos, horarios, etc.) pueden sobrecargar a los abuelos.

“Algunas personas mayores pueden expresar límites con claridad por tener mayores habilidades de asertividad, pero muchas otras se ven empujadas a cuidar por presión moral, afectiva o por necesidad urgente. Las exigencias actuales de la crianza (actividades escolares, desplazamientos, horarios, etc.) pueden sobrecargar a personas que ya presentan signos de cansancio o problemas de salud, lo que a veces genera malestar emocional no expresado”, apunta Camacho.

Según Tarrés, existe una línea muy fina y difusa entre la ayuda y la explotación que se traspasa cuando el cuidado deja de ser voluntario y empieza a generar un perjuicio para la persona mayor. “Si un abuelo o abuela se ve obligada a renunciar a su bienestar, a sus espacios personales, a su descanso o si debe asumir exigencias excesivas, estamos ante una situación de explotación emocional o funcional. Desde la óptica del Buen Trato, el respeto a la autodeterminación y al bienestar integral de la persona mayor es innegociable. Cuidar no puede ser a costa de dejar de cuidarse”, reivindica.

No todos los niños lo llevan bien

Tampoco todos los niños llevan igual de bien estar separados de sus padres durante semanas. El vínculo previo con los abuelos, el estilo de acompañamiento de estos y el momento emocional del niño pueden hacer que la experiencia sea valiosa o, por el contrario, un suplicio. “Cada menor tiene su propio ritmo, y lo más importante es observar cómo se siente: si ha pasado noches fuera sin problema, si tiene un vínculo cercano con sus abuelos, si puede expresarse con libertad y entender que sus padres volverán…”, apunta Tarrés, que considera relevante escuchar al niño, estar atentos a cómo regresa, a cómo duerme, a cómo se expresa, aspectos que pueden dar muchas pistas a los padres sobre cómo su hijo está viviendo realmente la experiencia.

Si el pequeño muestra malestar por esta separación, lo primero, según la psicóloga, es escucharlo sin minimizar sus argumentos. “Frases como: ‘¡Pero si estás con los yayos!’ no ayudan: anulan lo que realmente está sintiendo el niño. Que quiera a sus abuelos no significa que no pueda echar de menos a sus padres, sentirse inseguro o angustiado”, señala.

En el caso de que no exista alternativa y el niño deba quedarse a pesar de no estar llevando bien la experiencia, lo ideal para la psicóloga es establecer pequeñas rutinas de contacto, como una llamada breve en un momento pactado, o que el menor lleve consigo un cuento o un objeto que le dé seguridad. Y si a pesar de todo el malestar persiste o se intensifica, quizá es que no es el momento. “A veces, menos días bien vividos son mucho más valiosos que alargar una estancia con sufrimiento”, prosigue Tarrés, “porque el objetivo no es que el hijo aguante, sino que la experiencia sea buena y segura para todos”.

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Sobre la firma

Adrián Cordellat
Escribe como colaborador en EL PAÍS desde 2016, en las secciones de Salud y Mamás&Papás. También ha colaborado puntualmente en Babelia y en la sección de Cultura, donde escribe sobre literatura infantil y juvenil. Dedica la mayor parte de su tiempo a gestionar la comunicación de sociedades médicas y científicas.
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