“Israel mata a niños como yo”: la paternidad en tiempos de genocidio en Gaza
No hace falta tener hijos para verse afectado, basta con ser humano, pero como padres y madres recientes lloramos especialmente el asesinato masivo de niños


El otro día vi una imagen de una niña en una manifestación contra el genocidio de Gaza. “Israel mata a niños como yo”, se leía en su camiseta. Debía tener 4 o 5 años. La edad de mi hija. Como hay tantos niños en Gaza, el brutal ataque de Israel a ese pequeño pedazo de tierra densamente poblado (la franja de Gaza es en extensión el 60% de la ciudad de Madrid) se ha llamado la “guerra contra los niños”. Si Israel ha asesinado a más de 61.000 gazatíes, unos 20.000 son menores.
20.000 niños es una cifra. Una cifra grande, difícil de aprehender. Cuando ves la lista de los niños asesinados, o cuando imaginas una montaña con sus cuerpos, se convierte en otra cosa. O cuando tu hija podría haber sido uno de esos niños.
El término “crímenes contra la humanidad” es muy gráfico, pero hasta hace poco lo había repetido sin caer en su sentido profundo: son crímenes que se cometen no solo contra sus víctimas directas, sino contra la humanidad entera. Es decir, contra usted, contra mí, contra todos, porque violan la esencia de lo que hemos acordado que es lo humano. Por eso, me di cuenta, tantos nos sentimos tan agredidos personalmente por la masacre de Israel. Si no nos importan las familias palestinas, al menos que nos importemos nosotros mismos en cuanto humanos.
El Tribunal Penal Internacional emitió el pasado noviembre una orden de arresto contra Benjamín Netanyahu por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad. Los que, por cierto, fueron establecidos en los Juicios de Nuremberg contra los jerarcas nazis. Los líderes de la ultraderecha israelí han repetido que no hay nadie inocente en Gaza, que toda persona viviente es un objetivo terrorista: hasta los niños y los bebés. El niño muerto hoy, dice su lógica, es un problema resuelto en el futuro.
Algunos de nosotros somos padres y madres. Antes de serlo me pregunté insistentemente si merecía la pena arrojar a una persona a la existencia en un mundo al borde de tantos abismos. Al final juzgué que sí, puede que por puro impulso biológico, puede que en un acto de esperanza en la humanidad. Europa, hipotética valedora de los Derechos Humanos, indiferente al genocidio y servil con los poderosos, “ha perdido su alma en Gaza”, dijo Josep Borrell. Quizás sea el propio ser humano el que ha sido desalmado.
No hace falta ser padre para verse afectado, basta con ser humano, pero como padres y madres recientes lloramos especialmente cuando empezamos a ver niños famélicos, huesudos como fantasmas, niños agitando cazos suplicando alimento, niños alcanzados por francotiradores en la cabeza, niños mutilados, niños atravesados por la metralla, niños aplastados, niños que pierden a sus padres o a su familia entera, niños atrapados entre los escombros, que sacan la manita y piden ayuda, niños que escapan entre las llamas, niños traumatizados por los bombardeos, que no pueden dejar de llorar o de balancearse frenéticamente con la mirada perdida, niños sin casa, sin familia, niños que vagan solos por ahí, niños sin futuro. Cadáveres de niños, muchos cadáveres de niños. Es insoportable que Israel mate a tantos niños en Gaza, pero lo peor es que la mejor forma de ser niño en Gaza es ser un niño muerto. Los vivos habitan el infierno: reviento de rabia cuando pienso en mi hija pasando por eso.
Cualquiera de esos niños podría ser nuestra hija: ¿Por qué benefactora injusticia, por qué inopinado azar, ella se cría feliz con nosotros y todos esos niños han sido condenados?
Se ha discutido si la belicosidad es una característica típicamente masculina y si en un mundo regido por mujeres se cometerían menos desmanes violentos. Un libro reciente, El padre en escena (Capitán Swing), de la antropóloga Sarah Blaffer Hrdy, señala que el espíritu pacífico y consensual, enemigo del belicismo, no tiene tanto que ver con ser hombre o mujer como con ejercer los cuidados. Lo que pasa que estos han sido ejercidos típicamente por mujeres. Benjamín Netanyahu y los miembros de su Gobierno y su cúpula militar son padres, pero, dada su ansia homicida, podríamos asegurar que nunca han cuidado a nadie. Pongamos a los señores poderosos del mundo a cambiar pañales y habrá menos guerras. Y no habrá matanzas de niños.
Aunque viendo la fiereza destructora de algunas líderes colonas sionistas, probablemente madres cuidadoras, ya no sabe uno qué pensar. A no ser que los gobernantes del Estado de Israel piensen que los niños palestinos no son seres humanos.
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