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El ISIS intenta levantar cabeza en Siria

El grupo yihadista ha incrementado sus ataques a raíz de la caída de El Asad. Tras perder su califato la década pasada, opera más como insurgencia clandestina, con unos pocos miles de hombres en zonas desérticas

En la década pasada, y aprovechando el caos de la guerra en Siria, el ISIS llegó a establecer su temido Califato Islámico en más de un tercio del país y buena parte del vecino Irak, con decenas de miles de hombres llegados de los cinco continentes. Estados Unidos lideró entonces una amplia coalición internacional que, junto con las fuerzas kurdas, fulminó el Califato en apenas un lustro. El presidente Donald Trump habló de una “victoria al 100%”, pero el ISIS, en realidad, nunca desapareció del todo, reconvertido en una especie de insurgencia clandestina concentrada sobre todo en la vasta zona desértica.

Hoy, con unos pocos miles de combatientes, aprovecha la transición siria para intentar levantar cabeza, como prueba el ataque del pasado día 13, en el que uno de sus simpatizantes (el ISIS, de hecho, lo ha aplaudido, pero no reivindicado) mató a tres estadounidenses: dos soldados y un traductor. Era el primer atentado letal contra las tropas de EE UU en Siria desde la caída del régimen de Bachar el Asad, hace un año, y el mayor desde 2019. El secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, reaccionó con una “declaración de venganza”: Washington lanzó un “ataque a gran escala” contra el grupo yihadista, cuyo resultado apenas ha trascendido.

El Estado Islámico ha venido incrementando sus ataques desde el fin de la guerra, hace un año. Mantiene presencia y capacidad operativa en torno a Raqqa y Deir ez-Zor, principalmente. Según distintas estimaciones, tiene entre 2.500 y 5.000 combatientes en Siria e Irak.

El escenario generado por la caída de El Asad, con “un país profundamente dividido”, crea ahora “un terreno fértil para su expansión”, subrayaba recientemente en un artículo Masood Al Hakari, miembro de los grupos de investigación de Terrorismo y Radicalización del Instituto de Investigación para la Paz de Frankfurt.

Difunto su califato, el ISIS —también llamado Estado Islámico o Daesh, una transliteración de su acrónimo en árabe— ya no controla territorio. Ni, por tanto, los pozos de petróleo en Siria e Irak cuya venta a intermediarios y transportistas del mercado negro lo convirtió en 2014 en el grupo terrorista más rico del planeta, según la revista Forbes. Este medio calculaba su patrimonio en 2.000 millones de dólares, gracias también a la extorsión de empresarios, la tasa a las minorías religiosas, el tráfico de antigüedades y el pago de rescates.

Todo eso es pasado. Pero el grupo yihadista sí conserva un amplio arsenal armamentístico, así como dinero en efectivo y oro que dejó escondidos en el desierto según iba perdiendo territorio, recuerda Al Hakari. Algunas informaciones apuntan, además, a que aprovechó los 11 días de ofensiva rebelde en Siria —con las tropas huyendo o rindiéndose— para hacerse con armas del ejército de El Asad y hasta de su aliado ruso.

El reciente ataque contra las tropas de EE UU y la consiguiente oleada de bombardeos contra el ISIS ha llegado en plena luna de miel entre Washington y Damasco. Sobre todo tras la reunión el mes pasado en la Casa Blanca de los presidentes Donald Trump y Ahmed El Sharaa, el primer encuentro entre un presidente de Estados Unidos y un jefe de Estado sirio en las ocho décadas de historia del país. Muy simbólicamente, El Sharaa (el mismo combatiente que integró la rama local de Al Qaeda y por el que Washington llegó a ofrecer 10 millones de dólares en el pasado) firmó el ingreso formal del país, como miembro número 90, en la coalición internacional contra el ISIS.

El atentado del día 13 iba dirigido precisamente contra uno de los elementos de esa colaboración: una patrulla conjunta sirio-estadounidense cerca de la ciudad de Palmira. El Congreso de EE UU ha derogado, además, esta semana la Ley Caesar (que supuso en 2019 importantes sanciones financieras y comerciales a la Siria de El Asad), abriendo la puerta a que empresas extranjeras e instituciones internacionales participen en la reconstrucción del país.

Ambas capitales se han esforzado por ello estos días en restar importancia a un elemento clave del atentado: su presunto autor integraba los nuevos servicios de seguridad sirios. Es decir, había superado el procedimiento de investigación de antecedentes que se efectúa en el marco de la centralización del reclutamiento para el ejército y la Seguridad General. El Ministerio del Interior subrayó después que no ostentaba mando alguno, que lo había incluido tres días antes entre los miembros que podrían albergar ideas extremistas y que preveía tomar una decisión justo al día siguiente.

Tras llegar al poder, El Sharaa desmanteló el aparato de seguridad de la dictadura, dejando sin empleo y excluyendo a miles de alauíes, la minoría a la que pertenecían y beneficiaban los El Asad. Las nuevas autoridades lo han reconstruido integrando a combatientes de distintas facciones rebeldes (entre ellas fundamentalistas islámicas) que funcionaban de manera independiente, incluso recibiendo sus salarios de Turquía.

Deseosas de poner orden y de monopolizar el uso de la fuerza tras casi 14 años de guerra, han operado “con tanta rapidez” que “la investigación de antecedentes, la integración y la supervisión han sido desiguales, dejando a las instituciones de seguridad sirias reconstituidas vulnerables a la infiltración”, recuerda en un análisis Nanar Hawach, experto senior sobre Siria del think-tank International Crisis Group.

Mucho daño, pocos medios

El ataque ha vuelto a demostrar, además, la capacidad que conserva el ISIS para causar mucho daño con muy pocos medios. En este caso, un hombre, un arma y acceso a su objetivo. Ya sucedió en Europa en la década pasada, cuando el grupo animaba a convertir cualquier herramienta en un instrumento mortal. Un solo hombre mató, por ejemplo, a 86 personas, al ir atropellándolas con un camión de carga durante la celebración de la fiesta nacional francesa en la ciudad de Niza en 2016. Otros tres hombres asesinaron a siete, a cuchilladas en una zona de bares y restaurantes en Londres, un año más tarde.

Hawach lo llama “una de las vulnerabilidades críticas” de la nueva Siria: apenas “una o dos personas con acceso y conocimientos técnicos” bastan para “perjudicar su percepción internacional de estabilidad y seguridad, y restarle atractivo ante los socios internacionales”. Y, añade, “de forma preocupante, es poco probable que este atacante sea el único con estas cualidades”.

De momento, el Ejecutivo de El Shara parece tomarse en serio el asunto. En el último mes, las fuerzas de seguridad han efectuado una campaña nacional, con más de 70 arrestados por presunta pertenencia o vínculos con el grupo yihadista. “Han hecho tanto en seis semanas como en los once meses previos”, recordaba en la red social X el experto Aaron Y. Zelin, analista del centro de análisis Washington Institute especializado en yihadismo.

Él tiene clara la importancia de que Trump apadrine su reintegración en la escena internacional y la reconstrucción de un país devastado. También de que favorezca sus posiciones en la negociación de un acuerdo de seguridad con Israel, que ocupa desde 2024 aún más territorio sirio y efectúa redadas diarias.

Irak, de hecho, ha salido al paso de informaciones y vídeos en las redes sociales que apuntan a “infiltraciones” en su territorio de combatientes escapando de los bombardeos aéreos estadounidenses. El Ministerio de Interior aseguró este sábado que “no se ha registrado ningún intento”, con la Guardia Fronteriza y otras unidades de seguridad aplicando “procedimientos estrictos y rigurosos” en la frontera.

Uno de los principales temores es que el Estado Islámico intente ahora en los campamentos de Al Hol y Al Roj una liberación de los suyos, como la que logró en 2022 en la cárcel de Hasaka. Lo pidió expresamente el pasado marzo su portavoz, Abu Hudhaifa al Ansari. Allí, las milicias kurdo-árabes mantienen —en condiciones criticadas por organizaciones de derechos humanos— a 9.000 combatientes del Estado Islámico y a unas 38.000 mujeres y niños.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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