Vida de un repartidor en China
El gigante asiático es el mayor mercado de comercio en línea del planeta; Hu Anyan ha narrado en un libro su precaria experiencia en el sector de la paquetería


Tiene el rostro del tipo corriente, con esa mueca en la comisura de los labios que denota años de penurias. Viste una sudadera, lleva el pelo rapado. Lo has visto mil veces por la calle. Podría ser cualquiera de ellos: uno de los miles de repartidores de paquetes que zumban por Pekín. Hu Anyan lo fue hasta hace no demasiado. Ahora tiene delante una hamburguesa y una cerveza que sorbe mientras desgrana su historia: “Mucha gente desconoce cómo un pedido puede llegar a su casa en un solo día”.
En China, los envíos de cosas a domicilio son una fiebre. Todos piden de todo a todas horas. Es el mercado de comercio en línea más grande del planeta, con una media de 125 paquetes por persona al año. Esto es: un pedido cada tres días. Las compañías compiten de forma agónica. Y de los repartos se encarga un ejército de motoristas a lomos de triciclos eléctricos con un cajón metálico a la grupa. Una adaptación autóctona para la última milla. Son el tipo que aparca en la entrada, te sube el paquete hasta el umbral, toca a la puerta o llama por teléfono si hace falta.
Tienen empleos mal remunerados, con larguísimas jornadas. A menudo son migrantes de las zonas rurales que viajan a las ciudades para ganarse la vida y viven en apartamentos minúsculos en las afueras. Estos asalariados bajo las llamadas “nuevas formas de empleo”, que incluye repartidores y conductores de aplicaciones de taxi, suman 84 millones de personas en China.

Hu Anyan, de 46 años, ha sido uno de estos obreros del algoritmo. Trabajó como repartidor y en el turno nocturno de una empresa de logística. Con sus experiencias publicó en 2023 Yo reparto paquetes en Pekín, relato autobiográfico de relativo éxito en China, cuya traducción al inglés fue editada en octubre.
El libro abre una rendija a las condiciones de un nuevo lumpen-proletariado. “En general disfrutaba el trabajo: no hacía falta hablar, no necesitaba usar mi cerebro, solo me remangaba y seguía con ello”, escribe sobre el turno nocturno en la compañía logística, donde se ocupaba de clasificar paquetes. “Sudaba tanto que nunca necesitaba ir a hacer pis”. Trabajaba doce horas diarias con un descanso de media hora para la cena. Cobraba entre 4.300 y 5000 yuanes (unos 522 y 607 euros) según las penalizaciones.
Luego se hizo repartidor. Cada mañana arrancaba con los discursos del responsable de zona: “¡No pienses que no podríamos hacer esto sin ti, cualquiera podría hacerlo!”, les animaba. Trabajaba 11 horas diarias, y apenas se permitía a sí mismo beber agua para evitar ir al baño: un incordio, además de una pérdida de valiosos segundos.

El tiempo y el dinero se volvieron variables obsesivas, dando lugar a un pasaje memorable en el que calcula cuánto vale el tiempo si pretende sobrevivir en la ciudad: medio yuan por minuto (unos 7 céntimos de euro). Si con cada envío la empresa le paga 2 yuanes (24 céntimos), estima que necesita entregar un paquete cada cuatro minutos para que le compense trabajar: “Poco a poco, me habitué a aproximarme a todas las cuestiones desde el punto de vista puramente financiero”. Orinar equivalía a un yuan; comer, 10 yuanes (además del plato). “Me saltaba muchas comidas”.
Frente los restos de la hamburguesa que ha engullido en apenas tres bocados enumera sus influencias literarias, que van de Flaubert a Kafka pasando por Foster-Wallace. Pronto publicará un volumen de relatos y trabaja en una novela. Ahora vive de la escritura, se ha mudado a Chengdú, una ciudad conocida por su ambiente relajado, y no parece tener prisa: “Escribo despacio”.
Cree que el éxito de su libro quizá tenga que ver con que ha enseñado lo que a menudo no se ve, pero todos disfrutan. “Los primeros lectores se mostraban impactados y conmovidos”. Otros se ven reflejados porque se sienten “confusos o frustrados” con lo que les rodea. Cree que el alto desarrollo de las sociedades modernas ha llevado a que surjan todo tipo de oficios y una marcada división entre distintos grupos sociales. “La gente desconoce en qué trabajan los otros”.

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