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Stephen Breyer, exmagistrado del Supremo de Estados Unidos: “Cada juez es consciente del clima político del momento”

Nombrado por Bill Clinton, el miembro del alto tribunal retirado defiende la templanza y la sensatez frente a las pasiones en tiempos de polarización

Stephen Breyer, exmagistrado del Supremo de Estados Unidos
Macarena Vidal Liy

El juez retirado del Tribunal Supremo de Estados Unidos Stephen Breyer siempre lleva un ejemplar de la Constitución norteamericana, arrugado por el uso, en el bolsillo. “Alguien puede preguntarme algo y, si no sé la respuesta, la consulto”, explica. Da igual que se retirase en 2022, después de 28 años desde que el demócrata Bill Clinton lo nombrara como uno de los nueve magistrados de la máxima instancia judicial. Una vez juez, se es juez siempre. Y este nativo de Boston, antiguo colaborador del senador Ted Kennedy, lo tiene claro: a sus 87 años, desarrolla una labor pedagógica y ofrece charlas a los jóvenes sobre la importancia del sistema jurídico como pilar de la democracia.

Su despacho, artesonado en madera, en la imponente sede del Supremo, es un curso de historia: fotografías de cada curso judicial con su equipo de asistentes jurídicos; cuadros en préstamo de los museos nacionales; libros antiguos, herencia de un familiar; y una chimenea que mantiene casi siempre en funcionamiento, haga frío o calor. Aunque este jueves de septiembre en que EL PAÍS acude a entrevistarle junto a un grupo de corresponsales europeos, hace tal bochorno que incluso él ha renunciado a encenderla.

Antes de empezar la conversación, precisa que no puede hablar de los casos pendientes en el Supremo o elucubrar más allá de lo que ya se sabe sobre otros casos pasados. Tampoco puede hablar de política.

Pregunta. El nuevo curso judicial está a punto de empezar, y el Tribunal Supremo tiene ante sí una cantidad enorme de casos fundamentales para la democracia estadounidense. Una responsabilidad enorme, dada la tremenda polarización del país. ¿Cómo afronta eso un juez?

Respuesta. Paul Freund, un extraordinario profesor de Derecho, lo decía: ningún juez decide dependiendo de cuál sea la temperatura del momento. Yo les digo a mis estudiantes: ¿queréis que un juez mire por el rabillo del ojo al público para decidir si un acusado en un caso penal es culpable o no? Por supuesto que no. Ningún juez decide un caso dependiendo de la temperatura del momento. Pero cada juez es consciente de cuál es el clima del año. En el Supremo también. No puedes decir que los jueces no estén al tanto de las cosas que pasan en el mundo. Pero son jueces.

P. Y el clima de este año lo marca un presidente republicano.

R. Cuando tienes un presidente del mismo partido que el juez que está nombrando para el Supremo, encontrarás alineamientos en algunas cosas. Qué valores, qué prioridades son importantes, quizá sobre la libertad de expresión, o sobre el debido proceso, dónde se aplica y cómo se aplica. Claro que vas a encontrar similitudes, pero eso no implica que el juez actúe de manera política.

P. Este Gobierno en concreto se está moviendo a tal velocidad que los tribunales apenas pueden seguirle el ritmo, incluso en decisiones fundamentales. ¿Es eso peligroso?

R. La diferencia entre el Tribunal Supremo y el Congreso es el tiempo. El primer ministro británico Harold Wilson dijo una vez (en el Parlamento): “Un mes es mucho tiempo, una semana es mucho tiempo”. Y alguien le contestó: “No, un día es mucho tiempo”. Y es verdad.

P. Especialmente en este país, y ahora mismo.

R. Pero ese no es el trabajo de un juez. El trabajo de un juez es reflexionar. Leer, conocer los precedentes, consultar. En el caso de la decisión sobre la eutanasia se presentaron 80 memorandos de hasta 50 páginas con opiniones legales. ¡Los leí todos! En el caso sobre la acción afirmativa, para apoyar a minorías, se presentaron un centenar. Al año pueden recibirse entre 4.000 y 5.000 peticiones. El juez debe tomarse su tiempo para examinar las diferentes perspectivas y decidir.

P. Luego está la confusión que crea cuando se alteran las sentencias del Supremo. Como en el caso del aborto y la abolición de Roe versus Wade después de estar en vigor durante medio siglo. ¿Cómo puede una mayoría llegar de repente a la conclusión de que un dictamen fue erróneo, después de 50 años?

R. Precisamente ese es un caso que pienso que se decidió de manera incorrecta. Yo fui uno de los tres jueces que disintieron y escribí 12 páginas con mis argumentos. Pero nunca se puede decir que no se puede tumbar una sentencia. Por ejemplo, el fallo de Plessy contra Ferguson. [En ese caso, en 1896, el Supremo determinó que la segregación racial basada en el principio “separados, pero iguales” era constitucional. En 1954, el tribunal la tumbó al pronunciarse contra la segregación en las escuelas en el caso Brown contra el Consejo de Educación]. ¿Estaba equivocado (el dictamen) Brown al decir que no puede haber segregación? ¿Queremos escuelas separadas? Por supuesto que no.

P. ¿Tienen esas decisiones distintas en momentos diferentes algo que ver con el clima del momento, como hablábamos antes?

R. Ayuda, pero no puedes apuntar solo a eso. Lo que no puedes es tumbar sentencias previas con demasiada frecuencia, porque al final la gente depende de cuál sea la ley para comportarse. Además, puedes sobrepasarte. Puedes acabar imponiendo tus valores. No digo que vaya a ser así, pero puede que sea así.

P. ¿Cómo sabe cómo juzgar, cuándo está examinando de manera honesta las leyes sin dejarse llevar por opiniones personales?

R. Ver esa línea es lo que hace un gran juez. Tienes herramientas. Tienes esto (agarra esa Constitución tan arrugada). Tienes lo que otros han dicho. Y tienes tu experiencia. En mi caso, 40 años como juez. Eso no quiere decir que siempre tenga razón. Pero sí que a veces la he tenido. Y otros también. ¿Cuál es la palabra adecuada para elogiar a un buen juez? No es “brillante”. La palabra es “sensato”. “Un juez sensato”.

P. Dada la tremenda polarización, el público pierde la confianza en las instituciones, incluido el propio Supremo. ¿Cómo puede responder la institución?

R. Ese es un gran problema. En su libro En busca de la felicidad, el autor Jeffrey Rosen escribió sobre qué escritos filosóficos leyeron los Padres Fundadores: Cicerón, Séneca, Aristóteles, un poco de la Ilustración francesa y escocesa. Según Rosen, concluyeron que si se quiere vivir feliz, se deben adoptar las virtudes clásicas: templanza, coraje, sabiduría. Se debe intentar controlar las emociones para vivir una vida que esté, al menos en gran medida, guiada por la razón. Se preguntaron: “¿Podemos crear un país así?”. Y su respuesta fue: “Sí, al menos podemos intentarlo. Podemos intentar crear una democracia en lugar de una monarquía”. Pero sí: las pasiones lo complican todo.

P. Aquello ocurrió hace 250 años. ¿Cómo poner eso en práctica hoy día?

R. Estados Unidos es un país grande, con un sistema de gobierno complejo. Las preguntas siguen surgiendo. Cada país está preocupado por esa pregunta. ¿Cómo preservamos la democracia? ¿Cómo protegemos nuestros valores? Lincoln, en su discurso de Gettysburg, dijo: “Estamos ahora en una gran guerra para examinar si esta nación, o cualquier otra basada en estos principios y comprometida con ellos, puede durar”. Es decir, esto es un experimento. Y hay que ver si ese experimento funciona.

P. ¿Y cómo se hace para que funcione?

R. ¡Yo no tengo la respuesta! Eso es lo que yo les pregunto a los chavales en mis conferencias. Y les respondo: “No os puedo decir una manera u otra”. Pero si queréis que el experimento funcione, lo mejor es empezar por hablar con la gente con la que no estáis de acuerdo. Es algo que me enseñó el senador Kennedy.

P. Al comienzo del mandato de Joe Biden hubo mucho debate sobre una reforma del Supremo, bien para ampliar el número de jueces o para limitar su mandato. ¿Cree que se acabará haciendo?

R. Se puede cambiar la composición del tribunal, pero hay que tener en cuenta que cada partido podría recurrir a ese paso en su propio beneficio. No lo he pensado mucho. Quizá se pudiera implantar un mandato limitado. Haría falta quizá una enmienda constitucional, que es difícil de sacar adelante, pero puede que no sea una mala idea. Tendría que ser un mandato largo, porque no quieres a alguien en este puesto preocupado por cuál pueda ser su próximo puesto dentro de 18, 20 años. Además, lleva tiempo hacerte con el puesto. Pasan cinco, seis años, antes de que puedas sentirte establecido. Tienes que dar lo mejor de ti. Pero hay poco reconocimiento, una vez que aceptas que solo te aplaudirán los beneficiados por tu sentencia.

P. ¿Y cuál sería su legado, en su caso?

R. Espero haber contribuido alguna que otra vez a tomar decisiones que hayan ayudado a crear y a mantener una democracia mejor.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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