Por una defensa europea más integrada
Una Unión Europea que aspira a ser un actor global no puede ser un “protectorado”, esperando que otros decidan por ella


La invasión de Ucrania nos recuerda las viejas advertencias (Raymond Aron, La República Imperial, 1973) acerca del riesgo que implica la dependencia estratégica de Europa. También las tensiones en Oriente Medio, la inestabilidad en el Sahel o los riesgos en el Indo-Pacífico muestran que Europa debe ser capaz de garantizar su seguridad sin depender casi en exclusiva de la voluntad política y de los medios militares de Estados Unidos.
La OTAN sigue siendo esencial para nuestra defensa colectiva. Pero con la llegada de Trump, el partenariado estratégico transatlántico, además de desequilibrado, se ha vuelto condicional y genera dependencias que debilitan nuestra capacidad de decisión. Sin ser capaces de reducir la protección norteamericana ni sustituir su apoyo a Ucrania, nos plegamos en la batalla de los aranceles. Una Unión Europea que aspira a ser un actor global con valores e intereses no siempre coincidentes con los de EE UU, no puede ser un “protectorado”, esperando que otros decidan por ella y asuman la mayor parte de los costes. La autonomía estratégica, que es justamente lo contrario de la dependencia, es ya una urgente necesidad.
Ironía de la Historia, el primer intento de integración europea fue a través de una fallida Comunidad Europea de la Defensa, pero ahora es algo primordial. Una defensa europea precisa una cultura común de seguridad, superando la fragmentación de intereses nacionales. Dotarnos de capacidades militares conjuntas, que complementen pero no dupliquen lo que ya existe en la OTAN. Y asegurar la coherencia entre política exterior y medios militares. Sin ello, Europa seguirá siendo una potencia económica, pero un enano político y un pigmeo militar. No en términos de gasto, porque el nuestro, que se espera llegue a 381.000 millones, el 2,1% del PIB a finales de este año, es casi cuatro veces el de Rusia (de antes de la guerra). Pero menos efectivo por su fragmentación en capacidades nacionales que no son interoperables.
La defensa europea debe situarse en el mismo nivel de prioridad que la política energética, la transición verde o la digital. Porque sin seguridad no habrá prosperidad ni libertad. Y la UE tiene las bases jurídicas para construir una defensa europea más integrada. Los Tratados establecen que la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) puede conducir a una defensa común. Y si la unanimidad lo impide, usemos en serio las cooperaciones estructuradas permanentes (PESCO), o la creación de un grupo de vanguardia con un nuevo Tratado. Pero sin conciencia de los riesgos ni voluntad política para enfrentarlos, todo quedara en papel mojado.
La defensa, además de voluntad política, doctrina estratégica y recursos financieros, requiere también de capacidades industriales y tecnológicas. Ningún país puede garantizar su seguridad si depende de otros para el suministro de sistemas de armas, plataformas de combate o tecnologías críticas. Pero estamos muy lejos de tener una base industrial de defensa a la altura de nuestras necesidades : desde el inicio de la guerra en Ucrania, los ejércitos europeos han importado el 65% de sus nuevas capacidades.
La industria europea de la defensa también está fragmentada en múltiples empresas de tamaño medio, orientadas al mercado nacional, sin la talla necesaria para competir en el mercado global. Mientras EE UU, China, incluso Corea del Sur, cuentan con conglomerados que concentran recursos y capacidad de innovación, Europa dispersa sus esfuerzos en estructuras redundantes que apenas cooperan entre sí. El resultado es una pérdida de competitividad y de autonomía. En España, Aznar vendió Santa Bárbara a precio de saldo a una empresa estadounidense. En 2023, Rheinmetall compró la empresa española Expal Systems S.A.U., especializada en munición de artillería con prestigio internacional que ha contribuido mucho a la defensa de Ucrania. Pero hoy, los stocks europeos de munición clásica están bajo mínimos y los nuevos drones han cambiado la guerra.
Necesitamos una base industrial y tecnológica de la defensa europea que genere economías y capaz integrar las múltiples dimensiones tecnológicas de los nuevos armamentos, en particular los de la defensa antiaérea. Para ello hay que fomentar activamente la cooperación mediante la financiación europea, las compras en común y la promoción de consorcios industriales. La Agencia Europea de la Defensa es un actor clave en este campo. También los préstamos (que no subvenciones) que propone la Comisión pueden servir de catalizadores de la demanda.
Del lado de la oferta, reducir la fragmentación requerirá de fusiones y adquisiciones que alíen la dimensión de empresas ya consolidadas con la capacidad de innovación de nuevos actores. No será un proceso fácil ni sin resistencias, pero necesario.
En este contexto, la integración de Indra, una empresa de 65.000 trabajadores con merecida reputación en tecnologías de telecomunicación, informática y radares, sin ser realmente una empresa de defensa, con una empresa de menor dimensión, como Escribano, originalmente de ingeniería mecánica y modestos orígenes familiares, como Inditex lo fue en el textil, pero con una probada capacidad de innovación, podría, si los accionistas acuerdan la ecuación de canje, generar un actor industrial que aúne el desarrollo de software avanzado con el hardware estratégico.
Esos procesos de integración no deben limitarse dentro de las fronteras nacionales sino como parte de proyectos europeos de mayor dimensión. Solo si los Estados disponen de empresas sólidas, capaces de integrarse en consorcios europeos como Airbus, MBDA o FCAS (Sistema de Combate Aéreo del Futuro), podremos configurar una industria de defensa europea a la altura de nuestras necesidades. De igual manera que, si el aumento de la capacidad de defensa se hace sobre una base nacional, con los Estados compitiendo en quién tiene el ejército más poderoso, el resultado será un gran despilfarro de recursos y el despertar de los viejos demonios del pasado.
El tiempo apremia. Las oportunidades perdidas rara vez vuelven. Si no aprovechamos ahora la urgencia que nos impone el contexto internacional y seguimos postergando una defensa europea propia y una base industrial consolidada y competitiva, el Viejo Continente quedará a merced de los Putin, Xi, y Trump.
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