La tragedia del accidente de Lisboa: “He pasado una noche de angustia. Podía haber sido yo”
Testigos y vecinos de la capital portuguesa reviven el descarrilamiento del popular funicular que provocó 16 muertes y 21 heridos

Los relatos de las tragedias tienen siempre dos caras. La de Bernarda Augusto, una cocinera de 57 años que trabaja a pocos metros de la parada del funicular de la Gloria, es la de alguien que se salvó del dramático descarrilamiento ocurrido este miércoles en Lisboa. Ella podía haber sido otra pasajera del elevador, que usa a diario para subir y bajar la empinada calzada de piedra que la lleva al restaurante, donde prepara bitoques y otros platos portugueses desde hace dos décadas. “He pasado una noche de angustia, me dormía y me despertaba a cada rato. A cada minuto me decía que podía haber sido yo. Siempre bajo en el elevador, pero ayer me fui por otro lugar”, relata mientras prepara los menús para el almuerzo. El accidente ha provocado 16 muertos y una veintena de heridos, según el primer ministro, Luís Montenegro, quien rebajó en una persona la cifra inicial de 17 víctimas mortales que los medios portugueses difundieron esta mañana.
La cocinera decidió acudir a rezar a una iglesia cercana en lugar de tomar el funicular. Sus cuatro hijos, que conocen sus rutinas de transporte, no han cesado de llamarla desde el accidente. Pero pasado el susto personal, Bernarda Augusto se espanta sobre todo pensando en otras personas que también podrían haber estado allí, como las madres y los niños de la guardería cercana que cada día usan el mismo medio para salvar una distancia corta pero endiablada. “Ha sido una suerte que todavía no haya empezado el curso porque todos los días las madres recogen a los niños a las seis de la tarde y toman el elevador”, afirma.

El funicular es objeto de deseo turístico, pero también transporte rutinario para muchos trabajadores portugueses. El perfil de los pasajeros —la capacidad máxima es de 42 viajeros— varía mucho en función del momento del día. A primera y última hora abundan los usuarios portugueses, que trabajan en el Barrio Alto. Varios fallecidos trabajaban en la Santa Casa de la Misericordia, una histórica institución benéfica, que tiene su sede principal en ese vecindario. Esta mañana algunos empleados hacían corrillos y se preguntaban si el rumor acabaría confirmado, algo que acabaría ocurriendo horas después. Al menos dos personas de la institución perdieron la vida, según la cadena SIC.
Aunque todavía no se han difundido todas las nacionalidades de los 16 fallecidos y los 21 heridos, varios testigos como el brasileño Ary Gouveia creen que predominarán las víctimas locales. Gouveia trabaja en un edificio de la avenida de la Libertad ubicado a 30 metros de la parada del funicular. “Estaba dentro del edificio cuando escuché el primer estruendo, salí al portal y de inmediato escuché el segundo, mucho más fuerte”, relata este jueves en el mismo lugar donde se encontraba cuando ocurrió el suceso.
El brasileño se asomó y descubrió en primer lugar uno de los dos vehículos desplazado varios metros de su parada habitual. Luego se percató de que el segundo transporte estaba envuelto en una gran nube de polvo y humo. “La gente salía corriendo y pidiendo auxilio. Y escuché llorar a un niño, aunque no podría decir su edad”, detalla. Es probable que se tratase del menor alemán de tres años que viajaba con sus padres. La fatídica travesía culminó con el fallecimiento del padre. La madre, herida de gravedad, se encuentra hospitalizada, al igual que el pequeño.

Mientras, en la parte baja de la calzada se acumulan las cámaras y los curiosos para realizar fotografías de los restos retorcidos del eléctrico, empotrado contra un edificio donde se ubica un viejo cartel del hotel Suizo Atlántico. Equipos de bomberos zapadores seguían trabajando este jueves en la zona, acordonada por la policía.
Indignación
Entre los curiosos había vecinos que conocían al guardafrenos, André Jorge Gonçalves Marcos, la primera víctima identificada del siniestro. “Era un hombre impecable, que siempre ayudaba a la gente”, elogiaba con emoción una mujer. A otros portugueses, sin embargo, les podía más la indignación, como Lemos, un jubilado que ahora reside en Amadora, a pocos kilómetros de la capital, que hasta hace un año usaba a diario el elevador accidentado. “Siempre sentí que era un transporte seguro. Creo, y es solo mi opinión personal, que el problema está en el mantenimiento del transporte”, sostiene.
La Fiscalía y la empresa municipal de transportes Carris, que gestiona los funiculares históricos de Lisboa, han abierto investigaciones para esclarecer el origen del suceso. La hipótesis que se baraja en la prensa local es la rotura de un cable que conecta a los dos elevadores, que se desplazan con un movimiento pendular en simultáneo de subida y bajada.

En el inicio de la calzada da Gloria desde el que partió el funicular antes de empotrarse en una curva han desaparecido los turistas. En su lugar hay cámaras locales y un policía que vigila que nadie se salte el cordón de seguridad. De vez en cuando algún turista informado se asoma para hacer una foto de la pendiente por la que bajó la catástrofe, un tobogán con una curva acusada que poco envidiaría un parque de atracciones.
Los restos del eléctrico siguen acaparando fotos, como antes de convertirse en un amasijo. El amarillo tan característico que comparten los viejos eléctricos y los aún más viejos funiculares ha dejado de parecer el color de la alegría para convertirse en un símbolo del duelo.
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