El anestesista español que fue evacuado en 2023 vuelve a Gaza: “Atacan a civiles adrede, he operado a niños con un disparo en la cabeza”
Raúl Incertis trabaja desde abril en el Hospital Nasser de Jan Yunis, que describe como un gran velatorio con escasos recursos y sometido a la presión del desalojo por parte del ejército de Israel


Raúl Incertis suena entre cansado y enérgicamente indignado al otro lado del teléfono. Este anestesista español, que fue evacuado de Gaza tres semanas después del comienzo de la guerra el 7 de octubre de 2023, regresó al enclave palestino el pasado 10 de abril. Y donde había restaurantes, escuelas, centro comerciales y chiringuitos de playa se ha encontrado “el infierno”. Su relato es profuso en recuerdos de niños amputados, quemados, con disparos en la cabeza, de sanitarios exhaustos, de destrucción y muerte.
“Eso son los tanques que están disparando”, explica, en referencia al sonido de las detonaciones que se mezcla con la conversación que mantiene con EL PAÍS desde la cuarta planta del Hospital Nasser de Jan Yunis —en el suroeste de la Franja— donde vive y trabaja. Se trata del mayor centro sanitario que permanece operativo en el territorio, donde el 94% están dañados o destruidos por la ofensiva israelí, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Incertis ha vuelto, explica, porque se sentía en deuda con sus compañeros gazatíes. “Adelgacé 10 kilos en tres semanas y no sé lo que hubiera perdido si no nos hubieran traído comida. Volvimos de una pieza gracias a ellos”, detalla. También, por la “culpa” de no haber podido ayudar entonces. Y tras un proceso de recuperación emocional y un retorno “suave” al trabajo en un contexto de guerra en Líbano el pasado octubre, decidió unirse a Glia, una pequeña ONG canadiense que buscaba personal médico para desplazarse a Gaza.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), que coordina la entrada de personal humanitario en la Franja, gestionó su traslado desde Amán hasta Cisjordania en autobús y de ahí, en un vehículo blindado y escoltado por el ejército israelí a Deir el Balah, en el centro de Gaza. “Una vez dentro, te vienen a buscar de tu ONG y te llevan adonde estés destinado”. Él recaló en Yabalia, en el norte. Allí trabajó dos semanas. “Ya no queda Yabalia, está arrasado en un 90%”, precisa. Y el hospital, desmantelado por orden del ejército israelí.
Jan Yunis, al sur, no está mucho mejor. El 70% ha quedado en ruinas, describe Incertis. Sin embargo, el Hospital Nasser sigue en pie, aunque en el tiempo que el facultativo español lleva allí, ha sido atacado por Israel dos veces. “La primera fue hará tres semanas para matar al periodista Hasan Aslayah, que estaba en la tercera planta recuperándose de las heridas de un ataque anterior hacía tres meses, cuando las garitas de la prensa en el hospital, donde ellos viven y trabajan, fueron bombardeadas y sufrió muchas quemaduras". En el ataque israelí a la unidad de quemados que acabó con su vida, pereció otro paciente y nueve más resultaron heridos. “No tenían nada que ver”, aclara Incertis. “La segunda vez tiraron una bomba sobre el almacén y lo destruyeron parcialmente”.

Pese a estos destrozos, el Hospital Nasser es suficientemente grande como para mantener su funcionamiento. Actualmente, hay unos 600 pacientes ingresados, incluyendo 35 con ventilación mecánica.
Incertis, que vive en una habitación con literas y un saloncito para el personal expatriado, se dice “afortunado” porque come dos veces al día. “Arroz o lentejas a mediodía y por la noche”. Las latas de atún se agotaron hace semanas para todos. “No hay fruta ni azúcar”. Al menos, en esta ocasión, en dos meses solo lleva perdidos cinco o seis kilos. Y a veces sale del complejo para tomar un café o un té en un establecimiento en la calle de enfrente, donde una familia lo prepara en unas brasas a falta de gas.

Sus compañeros, subraya, no tienen su suerte. Viven en “chabolas” ―porque llamar campamento de desplazados al enjambre de Al Mawasi donde residen hacinados le parece un concepto demasiado lujoso en comparación con la realidad― “y pasan hambre, calor por el día y frío por las noches”. “La mayoría ya se ha tenido que desplazar más de 10 veces”, continúa. “Además, los bombardean en las mismas tiendas”.
El doctor Níjar, uno de sus compañeros anestesistas gazatíes, es padre de seis hijos pequeños. “Vivía en su casa parcialmente destruida en el este de Jan Yunis, pero se tuvo que ir y viven en una tienda de campaña de dos metros por dos metros”, relata el español. “Me contaba que hay una letrina a menos de un kilómetro de su tienda, pero que está tan asquerosa que no pueden hacer sus necesidades allí. Entonces tienen que caminar más para irse a un chiringuito, una especie de café que todavía está en funcionamiento y tiene váter”.
Tampoco hay comida. El bloqueo israelí a la entrada de ayuda humanitaria ha dejado a toda la población gazatí (2,1 millones) en situación de inseguridad alimentaria. Y los precios de lo poco que se comercia en Gaza son desorbitados. “Un kilo de harina vale aproximadamente 30 dólares, un kilo de arroz o de pasta vale 10. La poca verdura que hay es pepino y tomate, también a 10 dólares el kilo. Una cebolla, cuatro dólares. Y no hay fruta; solo sandía y cuesta 10 euros el kilo”, enumera el médico.
En este contexto, el personal sanitario sufre “estrés postraumático” y aun así trabajan sin descanso dedicándoles una sonrisa a sus pacientes. Para Incertis, esa amabilidad es la gasolina que le mantiene activo. Y en el Hospital Nasser se quedará hasta que no haya pacientes que atender. Varios indicios en los últimos días apuntan a que el ejército israelí les va a obligar a evacuar las instalaciones pronto, pero no hay dónde trasladar a los pacientes.

De momento, ya hay órdenes de abandonar el exterior del complejo, los tanques están cerca ―se oyen por teléfono―, y el Ministerio de Sanidad de Gaza ha recibido una notificación del ejército que dice que el hospital ya no puede recibir nuevos heridos, explica Incertis. “Dice que los traslados tienen que ser coordinados. No tiene sentido porque si una de las ambulancias del centro va a buscar a los heridos de un bombardeo y, una vez que los ha recogido, tiene que llamar al Cogat [la unidad del Ministerio de Defensa israelí encargada de la logística humanitaria en la Franja] para que le den luz verde, el paciente se muere”, lamenta.
Aunque dice blindar sus emociones, confiesa sentirse “cansado mentalmente”. “Predominan los sentimientos de indignación y rabia, sobre todo cuando veo a los niños. Niños mutilados”, aclara. Además, los pasillos del centro se han convertido en un velatorio. “El hospital es como un gran tanatorio. Desde aquí estoy viendo la morgue y no paran de llegar cadáveres que ni siquiera pasan por el hospital porque a veces los traen en un camión lleno de cuerpos”.
“No tiene ningún sentido. Y es deliberado, atacan a civiles a propósito. El otro día operamos a una niña con un disparo en la cabeza. ¿Sabes? Estás disparando a una niña en la cabeza, que está viva, pero se va a quedar hemipléjica el resto de su vida. Una niña de siete años. Eso indigna mucho", reflexiona. “Aunque quieras matar a alguien que tú creas que es de Hamás, no puedes cargarte a 40 civiles. Niños. Disparan adrede a muchachos. Está prohibido por el derecho internacional”.
La asfixia del sistema sanitario en Gaza por parte de Israel queda todavía más clara cuando Incertis detalla cómo trabaja cada jornada. En “un día bueno”, intervienen en sus seis quirófanos a unas 15 personas; en uno malo, a más de 30. En uno peor, su capacidad se ve desbordada, como el pasado martes, cuando el ejército israelí disparó contra quienes acudían a buscar ayuda a un punto de distribución de alimentos de la Fundación Humanitaria de Gaza, la entidad privada apoyada por Estados Unidos que distribuye comida al margen de la ONU.
“Estamos pudiendo anestesiar, pero con muchas dificultades”. Para quienes pasan por quirófano sí tienen gas anestésico todavía, para que no se enteren de la operación. Lo malo viene después, cuando despiertan. Entonces los dolores son insoportables y no hay analgesia suficiente. “Hacemos operaciones a abdomen abierto, traqueotomías, amputaciones. Y muchas veces, no les podemos poner morfina, sino ibuprofeno o diclofenaco intravenoso”.
El desabastecimiento ha llegado a tal extremo que están reutilizando material médico. “Cuando cargamos una ampolla de fentanilo o ketamina para usar con un paciente en una jeringuilla y usamos media ampolla, porque tenemos que racionarlas, no tiramos la jeringuilla a la basura, que sería lo habría que hacer, sino que la reutilizamos”, revela. “Lavamos cosas que no se lavan en Europa, como los tubos de intubación endotraqueal o los de drenaje. Las gasas y vendas están destinadas todas al quirófano”.
Lo que pide Incertis no es más ayuda, sin embargo, sino que la gente en Europa, en España, vea lo que él ve: imágenes explícitas de niños quemados, amputados, tiroteados, muertos. Él mismo ha preparado un dosier con fotografías e historias de sus pacientes. E invita a buscar esa información en redes sociales, vídeos y fotografías de lo que cada día pasa por delante de sus ojos. Solo así, considera, se removerán las conciencias para apagar el infierno de Gaza.
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