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LIBROS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Caminamos hacia el fin de la lectura?

La literatura pierde lectores e influencia en Estados Unidos, en una tendencia que puede llegar aquí, y no solo por culpa de las pantallas o por la fragmentación del público

End of reading
Daniel Gascón

Leer ahora es distinto a lo que era leer hace 15 o 20 años. La industria editorial ha resistido mejor que ninguna otra industria cultural la transformación digital. Pero la mayor oferta de entretenimiento e información y las innovaciones tecnológicas —a las que se ha sumado en los últimos tiempos la irrupción de la inteligencia artificial— han generado cambios profundos que han protagonizado un debate intenso en los últimos meses, sobre todo en medios anglosajones. La versión española de la discusión ha sido la polémica en torno a las palabras de la influencer María Pombo acerca de los beneficios o no de la lectura: las declaraciones quizá no han hecho que leamos más o menos, pero han inspirado muchas columnas apasionadas.

Para algunos, como cuenta Joshua Rothman en un ensayo reciente de The New Yorker, el smartphone posibilita el sueño de andar con una biblioteca en el bolsillo; para muchos otros ofrece un acceso a formas de ocio o información más atractivas y accesibles. Entre 2003 y 2023, la población que lee por diversión en Estados Unidos ha caído un 40%, según un estudio publicado en la revista científica iScience. Las disparidades según raza, estudios e ingresos han aumentado con el tiempo. El Fondo Nacional para las Artes, agencia del Gobierno estadounidense que financia proyectos culturales, señalaba en 2023 que la proporción de adultos que leían un libro al año en Estados Unidos había pasado en una década del 55% al 48%. La cifra de jóvenes de 13 años que leían por diversión casi cada día había pasado, en el mismo tiempo, del 27% al 14%. En el Reino Unido, una encuesta de National Literacy Trust, organización cultural independiente, indicaba una caída del 26% en el número de niños que leen cada día en su tiempo libre desde 2005 (es particularmente elevado en los que reciben comidas escolares gratis: el 39,5%, frente al 43,8%). La lectura está asociada a mejores resultados académicos e ingresos. Los signos no son iguales en todas partes: en España, el barómetro de la Federación de Gremio de Editores de España señala desde 2017 un aumento del 5,8% en el número de personas que leen por ocio, aunque parece difícil que podamos escapar a las tendencias que marcan el mundo angloparlante.

Cuando preguntan a los menores, no es raro que ellos señalen la contradicción de padres enganchados a los móviles preocupados por su adicción a los teléfonos. Nos obsesionan las pantallas; también hay gente que quiere apartarse de ellas y su distracción, y busca hábitos y trucos que lo faciliten: de clubes de lectura a teléfonos con menos prestaciones, pasando por dejar el aparato en otra habitación o escondido en algún sitio. Algunos señalan que no está tan claro que siempre haya mucho que lamentar: si en vez de leer libros malos alguna gente ve series malas, ¿qué más da?

Otros añaden al asunto el declive cultural de la ficción literaria. Además de la hipótesis de las pantallas, en Estados Unidos, Jacob Savage escribía hace unos meses un artículo controvertido: The Vanishing White Male Writer (el escritor varón blanco desaparecido). Entre los datos que citaba, figuraba que ningún varón estadounidense blanco nacido después de 1984 había publicado en la legendaria revista The New Yorker. Ninguno de los 25 nominados al Premio Young Lions de la Biblioteca Pública de Nueva York para debuts de ficción había sido un varón blanco; tampoco ninguno de los 70 del premio a la primera novela de Center for Fiction. Pueden aducirse varias razones: las modas literarias y comerciales, el efecto de sustitución de élites, la corrección de una injusticia histórica y el deseo de escuchar voces de grupos que no se han oído, la dificultad de encontrar autores interesantes e incluso el incentivo para probar suerte en otros terrenos; seguramente todas influyen en el resultado.

Pero el declive de la influencia y fuerza comercial de la ficción literaria o la pérdida de importancia de las revistas, sostiene por ejemplo el bloguero Owen Yingling, es más amplio y no se limita a los hombres blancos. En su opinión, tampoco se explica solo por las pantallas o la categoría atrapalotodo de lo woke: es algo más profundo. “El colapso del impacto cultural de la ficción literaria estadounidense en el siglo XXI, medido por las ventas comerciales y la capacidad de producir grandes escritores conocidos, se debe menos a la política de identidad o a los móviles que a una combinación de shock de oferta (la reducción de las revistas y la cantera académica) y shock de demanda (el abandono de la escritura de libros que atraen al lector normal en favor de la búsqueda del prestigio dentro del mundo de la ficción literaria)”, escribe en su newsletter.

Comparar las listas de los libros más vendidos de los años sesenta de Publishers Weekly (con obras de Mary McCarthy, J. D. Salinger o John O’Hara, o con El lamento de Portnoy como bestseller en 1969) con las posteriores (donde la última obra “literaria” que estuvo entre las 10 más vendidas fue Las correcciones de Jonathan Franzen) podría deprimir a Pangloss. Pero, como tantas veces, corremos el riesgo de considerar que lo que conocemos o añoramos era mejor de lo que fue en realidad, y que las circunstancias de una época concreta fuesen el estado natural de las cosas. Y además, el problema no se limita a la ficción literaria.

Ahora, cuando proliferan las reacciones frente a las pantallas, también genera preocupación la inteligencia artificial. Algunos estudios apuntan a posibles efectos negativos: “Del mismo modo que confiar en un GPS entumece nuestro sentido de la dirección, confiar en la IA para escribir y razonar puede resultar entumecedor para esas destrezas”, señala un informe de investigadores del MIT. Su llegada y sus ventajas obvias para escribir o resumir textos reforzarían la idea, formulada de varias maneras en las últimas décadas, del fin de la “galaxia Gutenberg” y el regreso con internet a una cultura que se parece más a la oral, una “oralidad secundaria”, en palabras del filósofo del lenguaje Wayne Ong. La escritura posibilitó una revolución intelectual, porque aligera el esfuerzo cognitivo de la memoria y permite la elaboración de expresiones precisas y complejas, así como del razonamiento lógico. Ong y sus seguidores apuntaban el riesgo de recuperar algunas de las limitaciones que padecían sociedades previas a la escritura.

El economista Tyler Cowen dice que él ya escribe pensando en la IA: esos lectores que quizá ni siquiera te lean, pero que no te olvidan, y que podrán rescatar tus palabras y tus mejores ideas de un repositorio siempre disponible. Otros cuentan que leen a la vez que van preguntando cosas a un chatbot. El interlocutor es un poco zoquete, pero tiene mucha información y nunca pierde la paciencia. Se le pueden pedir traducciones, versiones resumidas, reescrituras en un lenguaje más sencillo. La IA, apunta Joshua Rothman, también puede cambiar nuestra idea de la producción de textos: samplear parecía algo raro hace unos años, y ahora es un elemento básico en la música. Puede que dejemos de tener “textos sagrados” y pasemos a un gran Reader’s Digest. Por una parte, eso nos recuerda que siempre han existido resúmenes, variantes y paráfrasis. Por otra, genera un problema endiablado en cuestiones de derechos de autor, y podría trastocar la idea de la obra acabada con la que nos relacionamos como lectores y que el autor sueña con culminar. Pero también habrá siempre algunos que seguirán haciendo algo tan desconcertante y libre como leer para divertirse.

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Sobre la firma

Daniel Gascón
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió Filología Inglesa y Filología Hispánica. Es editor responsable de Letras Libres España. Ha publicado el ensayo 'El golpe posmoderno' (Debate) y las novelas 'Un hipster en la España vacía' y 'La muerte del hipster' (Literatura Random House).
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