De la sociedad del conocimiento a la de la incultura: cómo se construye (y se derriba) la ignorancia
Diseminar falsedades y estereotipos es una forma de control. Es algo que los poderes económicos y políticos han hecho de manera deliberada a lo largo de la historia


Era un informe de nueve páginas de la tabacalera Brown & Williamson titulado Propuesta sobre tabaquismo y salud. En uno de sus apartados proponía generar “dudas” y “establecer una controversia” sobre el hecho de que fumar provoca cáncer. La propuesta fue aceptada y la tabacalera gastó millones de dólares en fomentar la ignorancia sobre un hecho que ellos sí conocían: el efecto cancerígeno de los cigarrillos, demostrado en 1964.
El memorándum lo descubrió Robert N. Proctor, historiador de la Ciencia en Stanford, quien en 1992 bautizó el estudio de la creación y propagación deliberada de la ignorancia por motivos comerciales o políticos como agnotología (del griego agnosis, no saber, y logia, ciencia o tratado). Un ámbito de investigación con futuro por delante, tal y como relata en su libro, firmado junto con Londa Schiebinger, Agnotología. La producción de la ignorancia (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2022).
“En los últimos años se ha hablado mucho de la sociedad del conocimiento y de la información —explica al teléfono Fernando Broncano, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III—. Pero es lo contrario. Vivimos en la sociedad de la producción de la ignorancia. Esconder el conocimiento es una estrategia central en la arquitectura del poder político y económico actual”.
Es algo que ha existido siempre, pero que ahora, con la ayuda de la tecnología, está llegando a altas cotas de masificación y sofisticación. Como detalla Peter Burke, autor de Ignorancia. Una historia global (Alianza, 2023) por correo electrónico, “es importante estudiar la ignorancia, de la que los historiadores han hablado demasiado poco, para entender las decisiones de políticos, generales, directores ejecutivos y otros”.
La ignorancia distorsiona la realidad y aleja a la ciudadanía de los temas que le incumben, dificultando su capacidad de juicio y acción. “Analizar la construcción de la ignorancia es, ante todo, un ejercicio de higiene democrática —explica en conversación por e-mail Anna López Ortega, doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Valencia—. No hablamos de una simple falta de conocimiento, sino de un proceso activo y deliberado. La ignorancia se convierte en una herramienta de control, diseñada para limitar la autonomía individual y colectiva”.
El objetivo es simplificar hasta la caricatura cuestiones complejas como la inmigración, el cambio climático o el feminismo, generando desconfianza o rechazo. Así se alimenta el desinterés político, propagando falsedades como que “todos los políticos son iguales”. Es una tarea de distribución de “mierda”, como confesó una vez Steve Bannon, jefe de estrategia de la Casa Blanca durante parte del primer mandato de Donald Trump. Son acciones pensadas, producidas y difundidas de forma sistémica por determinados oligopolios de desinformación, redes sociales y bots, según Broncano.
Y es una estrategia que está dando frutos: según la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología 2025, elaborada por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), la mitad de los españoles cree que las compañías farmacéuticas ocultan los peligros de las vacunas (20 puntos más que en 2022), un 41,6% cree que “se han producido virus en laboratorios gubernamentales para controlar nuestra libertad”, y uno de cada tres está convencido de que “la cura para el cáncer existe, pero se mantiene oculta al público por intereses comerciales”.
El alimento de la ignorancia se da en la política, donde a veces altos cargos alimentan la desinformación institucional. Lo hemos visto este verano en Torre Pacheco, cuando se difundieron relatos llenos de estereotipos y prejuicios. Y también se da en la economía. “Antes el sistema financiero tenía cierto control público y se compartía información. Ahora está basado en la ignorancia, el secreto, las criptomonedas, los paraísos fiscales. Es cada vez menos transparente”, alerta Broncano, autor de Puntos ciegos. Ignorancia pública y conocimiento privado (Lengua de trapo, 2019).
Mundo nuevo, medidas nuevas
La ciencia está tradicionalmente en primera línea de combate contra la ignorancia. Es un sector en permanente estado de revisión y avance, donde nuevas informaciones y descubrimientos relevan a otros. Como dijo el físico Max Planck, la ciencia avanza de funeral en funeral. Pero últimamente muchas universidades y centros de investigación sufren el cuestionamiento de hechos científicos probados, sin que nadie aporte pruebas de refutación. Se está politizando la ciencia, decidiendo qué áreas del conocimiento se dejan sin financiación, como la decisión del gobierno de Trump de anular las ayudas a las investigaciones relacionadas con el género o con la misma desinformación, denunció Naomi Oreskes, historiadora de la Ciencia en Harvard, en un seminario sobre ciencia y desinformación celebrado en junio en el CCCB.
Ante ello, deben desarrollarse nuevas fórmulas de difusión de conocimiento, de entendimiento y de resistencia ciudadana, reflexiona Broncano. Hay que unir esfuerzos entre la ciudadanía, las universidades, los medios de comunicación serios y los gobiernos democráticos para combatir relatos como el negacionismo de la emergencia climática, alerta López, autora de La extrema derecha en Europa (Tirant lo Blanc, 2025).
En este nuevo escenario, es importante entender que no se trata de una conspiración, subraya Agustí Nieto-Galán, catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Barcelona y que también participó en el seminario del CCCB. Lo que vivimos es un cambio de paradigma: “Ahora el conocimiento circula a una velocidad endiablada, y hay que impulsar formas racionales de entender nuestro mundo”, explica por correo electrónico.
Las tecnologías posibilitan una gran esfera pública digital y global donde se lucha por la imposición de determinadas visiones del mundo en detrimento de otras, una nueva realidad que posibilita un “giro participativo” en ciencia y tecnología. Es una nueva gran ágora pública a la que deben adaptarse los expertos, lanzando con convencimiento y decisión sus mensajes. Y hay que tener esperanza: “Los que sepan influir de manera eficaz en la esfera pública digital del presente ganarán autoridad”, explica Nieto-Galán, autor de Tóxicos invisibles. La construcción de la ignorancia ambiental junto con Ximo Guillem-Llobat (Icària, 2020).
Frente a la difusión de la ignorancia, según Burke, debe fomentarse la alfabetización mediática, enseñar a mirar, a leer y a pensar críticamente desde la infancia, como ya se hace en Finlandia y como está tratando de incentivar ahora mismo la Unión Europea. De esa manera, cuando pequeños o adolescentes “reciben mensajes públicos o privados en prensa, televisión o redes sociales, deben preguntarse ¿quién me envía esta información?, y ¿por qué lo hacen? (para venderme algo, para enfadarme, lo que sea)”, advierte el historiador británico.
Otra medida fundamental es que las instituciones públicas democráticas exijan a los propietarios de las plataformas digitales que actúen proactivamente contra el contenido dañino, obligándoles a ser transparentes con sus algoritmos, dice Burke. Y es necesario fortalecer la labor de las organizaciones de la sociedad civil que verifican hechos, y la de los medios de comunicación independientes y de calidad. “Debemos apoyar el periodismo de investigación y la diversidad de voces, evitando la concentración de medios”, reclama López.
Se trata de poner en marcha acciones colectivas de alerta epistémica que vigilen y frenen la difusión de estereotipos. Hay que “llamar la atención sobre esta ola de ignorancia, como ahora mismo estáis haciendo con este reportaje”, concluye Broncano. Como dice Noam Chomsky, los derechos no se ceden, se conquistan, y en este caso está en juego nuestro derecho a saber.
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