Los 20.000 libros que inspiraron los viajes de Corto Maltés
Cuando se cumplen 30 años de la muerte de Hugo Pratt, se abre al público en Suiza la inmensa biblioteca del historietista que cambió las reglas del cómic


Como buen veneciano —aunque nació en una casita de verano en una playa entre Rímini y Rávena—, el historietista Hugo Pratt (1927-1995) no tenía carnet de conducir. Pero eso no le impidió ser un viajero entregado, de esos que se adentran en nuevos territorios y culturas a tumba abierta. Quizás porque antes de esos pasos hubo libros. Decenas de libros. “Un viaje es una búsqueda que surge de una lectura”, afirmaba el autor de Corto Maltés.
La noticia es que después de mucho trabajo de catalogación y archivo, la inmensa biblioteca de Hugo Pratt se abre, por fin, al público. Está en el Hotel Villars Palace, en Villars-sur-Ollon, cerca de Lausana (Suiza), y se puede visitar con cita previa. Este miércoles 20 de agosto, cuando se cumplen tres décadas de su fallecimiento, amigos, colaboradores y seguidores se encontrarán allí para celebrar la vida y la obra del ilustrador que cambió las reglas del cómic.

En una última expedición cargada de simbología —para Pratt la aventura del viaje no se medía en exotismos o en kilómetros, sino en actitud—, los libros llegaron al Villars Palace en un camión con centenares de cajas procedentes de su casa de Grandvaux, a apenas 50 kilómetros de Villars-sur-Ollon. Son siete las salas de este hotel de lujo que acogen casi 20.000 volúmenes en italiano, francés, español, inglés o portugués. Hay espacios dedicados a África, a los indios americanos, a los grandes escritores y poetas anglosajones, a enciclopedias y cómics.
Como si una biblioteca del tesoro se tratara, los visitantes podrán sumergirse en casi todos los mundos reales e imaginarios y tropezarse con obras sobre gatos venecianos, criminología, esoterismo, un montón de mapas y atlas, ejemplares de la revista The New Yorker, álbumes de fotografía, las obras casi completas del maravilloso maestro del cómic Milton Caniff, estudios de leyendas de la Edad Media, libros de Kipling, Octavio Paz, Chrétien de Troyes, Shakespeare, Homero o Agatha Christie, entre muchísimos otros.

“Para él viajar era hacer un peregrinaje laico, era visitar los lugares que habían llenado tanto su imaginación. Por ejemplo, dibujó y escribió La balada del mar salado en 1967, pero no viajó al Pacífico hasta los años noventa”, explica al teléfono Patrizia Zanotti, al frente de Cong S. A., la sociedad que gestiona los derechos y difunde la obra del veneciano.
Ficción y vida
La biblioteca está formada por libros que Pratt fue adquiriendo por curiosidad y por puro placer. “Hugo leía desde muy pequeño. Muy pronto le gustaron los escritores viajeros, los que ponían su propia vida al servicio de la de las ideas de libertad, como Rimbaud, Stevenson, Conrad o London. La aventura primero la leyó”, subraya Zanotti.

Con pocos años, su padre, Rolando, le hacía leer a Julio Verne con un atlas delante, y el primer libro que se compró con sus ahorros fue La Odisea (en la escuela le hablaron de él, aunque no le explicaron mucho y quiso saber más). Pero Pratt no era un coleccionista. Los libros eran un elemento más de su paisaje cotidiano, estaban vivos. Por eso, al llegar a sus manos añadía anotaciones, subrayados, frases sueltas, bocetos, dedicatorias, direcciones o teléfonos, y los transformaba en material para sus propias historias.
Hugo Pratt —cuyo nombre real era Ugo Eugenio Prat— sabía difuminar como nadie las fronteras entre lo real y lo imaginario, entre la realidad y la ficción. Y como en un juego de espejos, sus lecturas se reflejaban después en sus historias inventadas. “En todos sus cómics hay referencias a la literatura y a la historia, y eso hace que tenga un sustrato imaginario —un universo literario— tan especial y diferente a todos”, reflexiona al teléfono Susana Fortes, novelista que se dio a conocer con Querido Corto Maltés, que obtuvo el Premio Nuevos Narradores en 1994.

El marinero universal es un personaje fraguado al calor de la literatura, que en sus aventuras se tropieza con James Joyce, Hermann Hesse o Gabriele D’Annunzio y que, entre viñeta y viñeta, contemplamos cómo lee Parsifal de Wolfram von Esenbach o Utopía de Tomás Moro.
“Es fácil decir que hay que leer hasta cincuenta libros para hacer un buen cómic, más difícil es leerlos de verdad. Pratt lo hizo”, relata Zanotti —que empezó a trabajar con Hugo Pratt en 1979, a sus 17 años, coloreando sus historias—, en una especie de diario de organización y traslado de los libros de Pratt. “Pratt sabía que los libros siempre estaban ahí, pacientes, esperando el momento adecuado para ser hojeados, para sugerir conexiones, encuentros, diálogos para sus historias, que luego su mano dibujaba”, según Marco Steiner, colaborador habitual de Pratt.
El poder del viaje
Esas conexiones impregnaban también la historia personal de Pratt. Por sus venas circulaba sangre inglesa, turca, española (tenía antepasados de Toledo, y cuando fue mayor le dieron la llave de una casona del viejo barrio judío de Santa María la Blanca, pero fue hasta allí y no la encontró).
Pasó su adolescencia en lo que entonces se conocía como Abisinia (hoy Etiopía, Somalia y Eritrea), vivió en Italia, en Etiopía, en Argentina, en Gran Bretaña, en Francia y en Suiza, y viajó por Trinidad y Tobago, por las Guyanas inglesas, francesas y holandesas, por Brasil, Kenia, Tanzania, Marruecos, España, Estados Unidos, Angola, Djibuti, Irlanda, Canadá, Guatemala, Chile, Perú, México, Honduras, Samoa o Tahití.

“Viajar a su lado era fantástico. Era una persona muy entusiasta y en los viajes lo demostraba todavía más”, detalla Zanotti. Era un viajero que conectaba con todo tipo de personas y nunca preparaba su ruta. “Un día estábamos en una librería de Montreal y vi que había un libro que hablaba de la tumba de Simon Guirty, que apoyaba a los indios frente a los colonizadores. Había una foto de su tumba, hecha de cemento, y estaba en algún lugar lejano. De golpe, el viaje por Canadá se transformó en la búsqueda de ese lugar, y cuando lo encontramos fue un momento muy especial para él”, rememora Zanotti.
Como su personaje más conocido, Pratt fue único. “Corto Maltés no tiene ningún superpoder, no es un triunfador, no es de cartón piedra, no se le dan bien los amores eternos y no va dando lecciones a nadie ni es referente moral. Y es un trasunto, claro, de Hugo Pratt. ¡Si es que le dibuja hasta el hoyuelo en su barbilla!”, detalla Fortes. El motor de uno y el otro era el respeto —por ellos mismos y por los demás—, y un hambre inextinguible de aventura, que también significa futuro, lo que sucederá mañana.
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