Marina van Zuylen (ensayista): “Nos pasamos la vida actuando para otros”
Vivimos pendientes de lo que piensan los demás. La profesora de literatura estadounidense ofrece un antídoto: olvidar estas exigencias y fijarnos en lo que pasa inadvertido


La académica y escritora Marina Van Zuylen (Boston, 1958), doctora en Literatura Comparada por Harvard, dejó atrás Columbia para volcarse en un proyecto poco común: el programa Clemente de Bard College, que ofrece cursos gratuitos de humanidades que luego se transforman en créditos universitarios. Durante 25 años enseñó allí de forma voluntaria, hasta que un filántropo decidió financiar la iniciativa y convertir su compromiso en una cátedra. Es una muestra clara de que la prioridad de Van Zuylen no es obtener reconocimiento. En sus investigaciones rescata conceptos como la fatiga, el aburrimiento, la distracción, la diferencia y el término medio, como formas legítimas de conocimiento y resistencia frente a la lógica del rendimiento. Un pensamiento refrescante que se recoge en sus dos últimos libros: A favor de la distracción (Elba, 2019) y Elogio de las virtudes minúsculas (Siruela, 2025).
La conversación se desarrolla a lo largo de cinco horas en su casa, en el corazón de Upper West Side, uno de los barrios residenciales más intelectuales y emblemáticos de Nueva York. Van Zuylen recorre aspectos filosóficos y curiosidades de su vida (pese a vivir hasta los diecinueve años en Francia solo tiene la nacionalidad estadounidense) y otros temas al hilo de su último libro. En todo momento muestra una simpatía desbordante, a la que su hijo se refiere como “hospitalidad agresiva” y que concuerda con las reseñas de muchos de sus alumnos, que la describen como la mejor profesora que han tenido en su carrera.
Pregunta. Un tema recurrente en sus libros es la cultura de la autoexigencia.
Respuesta. Me decidí a escribir Elogio de las virtudes minúsculas porque muchos de mis compañeros, catedráticos en las universidades más importantes de EE UU, seguían estando insatisfechos pese a haber llegado muy lejos en sus carreras. Es un tema que me inquieta. Con esa mentalidad, uno nunca se siente suficiente y se vive en un permanente estado de alerta.
P. En el libro cuenta que, por una resonancia mal hecha, su neurólogo creyó que le faltaba parte del cerebro. Y cómo eso la alivió.
R. Pensé que había conseguido muchas cosas sin esa parte del cerebro, lo que me hizo estar orgullosa de mí, al tiempo que esa ausencia servía para justificar mis fracasos. Aunque luego otro médico me explicó que mi cerebro era perfectamente normal y que el problema había sido que la resonancia estaba mal hecha. La experiencia me hizo reflexionar sobre las expectativas que nos imponemos y la tiranía de los méritos, que puede arruinar la vida de muchas personas. Nos pasamos la vida actuando para otros.
P. Y sin embargo, según usted, la virtuosidad radica en no necesitar validación externa.
R. Siempre es agradable que reconozcan lo que hacemos, pero creo que lo valioso es hacer algo sin buscar ningún crédito. Mi interacción más pura con un ser humano fue con un vecino que sufría de alzhéimer. Todas nuestras conversaciones eran olvidadas inmediatamente, pero por un momento, mientras me hablaba, abandonaba ese vacío en el que él no existía. Y es el perfecto ejemplo de hacer algo significativo sin sentirse virtuoso, porque era algo que se reducía meramente a nosotros dos y al momento en que sucedía; después yo desaparecía. Y a ese desaparecer se refería la filósofa Simone Weil cuando iba a trabajar a la fábrica y quería existir, sin existir. Hay momentos que no tienen nada que ver con el prestigio o los prejuicios. Ni siquiera se debería llamar altruismo.
P. Reivindica la importancia de escuchar los silencios, de fijarse en aquello que suele pasar desapercibido.
R. Escribo sobre la importancia de darse cuenta de algo. Recuerdo ser una niña, estar sola en un parque y escuchar cómo una madre le decía a su hija: “Ve a jugar con esa niña que está sola”. Sobre la importancia de la bondad. Mi referencia es Chéjov porque casi todos sus personajes son secundarios. Uno de mis favoritos es Astroj (el doctor alcohólico de Tío Vania), que planta arbolitos sin que nadie lo vea “por el futuro, porque en algún momento ayudarán al bosque de Rusia”. Y para mí es un gran ejemplo del virtuosismo porque los árboles son una inversión para un futuro mejor, pero nadie sabrá quién los plantó. Mi libro trata de visibilizar a aquellos virtuosos que se han sentido invisibles a lo largo de toda su vida. Por ejemplo, menciono a la criada de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, cuando llama a la puerta y dice: “No es nadie, señor, soy yo”.
P. También Emily Dickinson en aquel poema donde dice “¡No soy nadie! ¿Quién eres tú? ¿Eres tú nadie también?”.
R. ¡Es un poema fantástico! También me gusta mucho un filósofo francés que me cambió la vida: Édouard Glissant, que habla del derecho a la opacidad, de que no hay necesidad de revelarse a nadie. Puedes guardarte las cosas para ti mismo, incluso el éxito, porque si sientes la necesidad de compartirlo con todo el mundo, en el fondo estás mostrando que lo has deseado intensamente durante mucho tiempo.
P. Su manera de llegar al éxito puede considerarse atípica.
R. Nunca he competido, nunca creí que conseguiría un buen trabajo. Es cierto que conseguí tener éxito de una forma transversal. Mi tesis doctoral La dificultad como principio estético, giraba en torno a novelas del siglo XIX que no aspiraban a ser éxitos comerciales. He escrito sobre Melville, Flaubert… escritores que no aspiraban a complacer al público. También escribí sobre la monomanía, sobre los celos, la hipocondría y otros aspectos que han destruido parte de mi vida y definitivamente mi primer matrimonio. A muchas personas les interesó que hablara de mis fracasos en lugar de presumir de éxitos y me invitaron a enseñar en Harvard, en Columbia University, en Princeton.
P. Dirige la cátedra del curso Clemente en humanidades, ¿se ha visto afectado por la situación sociopolítica del país?
R. La situación política ha repercutido en el curso, desde luego, porque está dirigido a estudiantes que sufren una situación más vulnerable y muchos tienen miedo a ser detenidos y deportados. Empezamos el año con 22 alumnos inscritos y ahora solo tenemos a 8. Cuando me muera estaré más orgullosa de haberlos ayudado que de que Obama me diera un abrazo al entregarme la Medalla Nacional de Humanidades en el 2014.
P. Además de la amenaza de la intromisión política en la enseñanza académica, la llegada de la tecnología también está siendo disruptiva. ¿Cómo le está haciendo frente?
R. Todos los profesores a los que nos preocupa el alma de los estudiantes tratamos de que la evaluación sea en clase y de forma más interactiva. No acepto el uso de ningún tipo de tecnología; los móviles están prohibidos. Evalúo a los estudiantes a través de exámenes y ensayos que les hago escribir a mano en clase. Antes había un proyecto final que hacían en casa, pero ahora me genera sospechas.
P. ¿Confía en el futuro de la educación?
R. Hoy he leído que en Francia la gente lee cinco libros al año y en América solo uno. Es muy triste. Los estudiantes se centran cada vez más en el objetivo, no en el proceso. Muchos toman Adderall (anfetamina para tratar TDAH) para concentrarse, pero ya no son capaces de leer poesía.
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