Para jugar en ‘el patio de los mayores’ Europa necesita una mayor integración política
Tal vez Trump no sea un accidente histórico y su obra demolicionista sea proseguida

Hace casi medio siglo, 1977, John Kenneth Galbraith, seguramente el economista con mayor estilo pedagógico, hizo una serie de televisión titulada La era de la incertidumbre, luego convertida en libro, de enorme éxito. En ella contaba cómo el capitalismo clásico había evolucionado hacia una etapa caracterizada por una enorme complejidad: eran los tiempos de las crisis del petróleo y de aquel fenómeno entonces relativamente nuevo de la estanflación (parón de la actividad junto a aumento de los precios). La política, la economía y sobre todo las sociedades transitaban desde modelos más predecibles a otros más inseguros. Galbraith, que era keynesiano, hizo como su maestro: destacó el papel de la incertidumbre en la toma de decisiones. “El mundo está regido por la incertidumbre, no por la probabilidad matemática”, había escrito el genio de Cambridge.
Galbraith no ha sido el único. A principios de este siglo se concedió el Nobel de Economía a tres científicos (George Akerlof, Michael Spence y Joseph Stiglitz) por sus análisis con mercados de información asimétrica. Trataban de explicar la forma en que se comportan los ciudadanos y las empresas bajo condiciones de incertidumbre. Instituciones como los contratos, los seguros, los bienes públicos, etcétera, surgían para reducir esa incertidumbre. Akerlof actualizó luego sus ensayos con Robert Shiller (el de la exuberancia irracional de los mercados) y ambos recuperaron el concepto, también tan keynesiano, de los animal spirits: factores emocionales, psicológicos y no racionales influyen en las decisiones de los individuos, especialmente en contextos de incertidumbre. No siempre se toman las decisiones de modo lógico o basadas en las recomendaciones del FMI.
Pongamos, por último, un tercer ejemplo. Los economistas británicos Mervyn King y John Kay (el primero llegó a ser gobernador del Banco de Inglaterra) escribieron a principios de esta década el manual titulado La incertidumbre radical, que rozaba los primeros síntomas de la pandemia de covid, los efectos centrales de la Gran Recesión y los que se nos venían encima con la emergencia climática.
Es tal la acumulación hoy de factores de incertidumbre (bélicos, sanitarios, geopolíticos, corrupcionales…) que se habla cada vez más de “otra era de incertidumbre”. Incluso los mejor informados proponen sustituir el concepto de “incertidumbre” por el de “desolación”, más rotundo, porque lo que está sucediendo tiene pinta de ser muy prolongado en el tiempo, y no tiene raíces sólo materiales (vulnerabilidad, pobreza, desigualdad…), sino emocionales y morales.
Existe hoy un cuadro mundial de incertidumbres, pero en su interior hay una pluralidad de situaciones extremadamente heterogéneas y con desigual grado de maniobra. A nosotros nos afectan sobre todo las relacionadas con el glacis europeo. Entre ellas se pueden citar las siguientes:
- Que tal vez Trump no sea un accidente histórico y que su obra demolicionista sea seguida por sus sucesores republicanos. El exgobernador del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet declaraba: “Trump crea una incertidumbre monumental [porque] no sabemos lo que acabará haciendo”.
- Que tal vez a Trump no le gusta la idea europea de libertad política, eficacia económica y cohesión social, y por lo tanto tal vez sea irreversible el divorcio transatlántico.
- Que tal vez las instituciones multilaterales van a dejar de ser relevantes. La OTAN era, sobre todo, una alianza de países aliados que se tenían confianza. Ya no es así.
- Que tal vez para jugar en “el patio de los mayores” (concepto de Pol Morillas, director del Cidob, en el título de un nuevo libro publicado en Debate), Europa necesitará mayores capacidades y dosis mayores de integración política, frente a su actual fragmentación. De lo contrario aumentarán las expectativas sobre el poder europeo y acuñar la narrativa de la Europa geopolítica sin colmar las expectativas generadas puede resultar un fracaso.
- Que tal vez Trump ya no quiere competir con los grandes rivales de EE UU, China y Rusia (no cuenta a Europa), sino forzarlos a la colusión para imponer un orden internacional en el que cada uno domina su zona sin pisarse.
La esperanza es el acrónimo TACO, que tanto le molesta (Trump always chickens out): Trump siempre se echa para atrás.
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