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¿Es el ‘boom’ de la segunda mano una nueva forma de consumismo?

Se nos pasó el recelo. La implantación de aplicaciones como Wallapop y las estrecheces económicas han cambiado la percepción social de la compra de productos usados. Pero hay expertos que apuntan que se ha abierto una nueva vía para alimentar el consumo de siempre

Comprar segunda mano Wallapop
Carmen Pérez-Lanzac

Miguel González es un consumidor peculiar: apenas compra y cuando lo hace adquiere cosas ya usadas. A este gallego de 29 años no le convence nada el consumismo que ve en todos lados, le preocupa de verdad la sostenibilidad del planeta. Cree que los gobiernos deberían prohibir la publicidad. Dice que por ahí es por donde las empresas se meten en nuestras cabezas y dan forma a nuestros deseos, y con estos, a nuestras compras. Por eso comparte un truco que a él le ayudó a poner coto a su impulsividad. “Anoto en una lista eso que tengo el pronto de comprar y, una semana más tarde, la repaso”. Tiene dos cosas en su lista de contención: unas ruedas de carbono para competir con su bicicleta y una mochila de hidratación para beber mientras practica su gran afición. “Lo primero por ahora me parece un lujo prescindible. Y tengo una bolsa para el agua de la que llevo tirando 15 años, no me decido a buscar otra”. Cuando lo haga, se hará con una de segunda mano que adquirirá a través de la aplicación española Wallapop, o en la belga 2ememain, pues vive y trabaja en Bruselas. Sus amigos lo consideran un poco friki.

Los consumidores como González, los que sitúan la sostenibilidad como su gran preocupación, son un 2,2% de los españoles, según el CIS. Casi cuatro veces más que hace 10 años (entonces eran el 0,6%), pero siguen siendo un nicho similar al que forman los veganos. “Tras una catástrofe climática como la dana de Valencia pasaron a ser, según el CIS, el 5%, pero pronto volvieron a decaer”, dice por teléfono Albert Vinyals Ros, autor de El consumidor tarado y profesor de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid.

El mercado de segunda mano, sin embargo, está viviendo un crecimiento que va más allá de los consumidores como González. Mueve unos 8.500 millones de euros al año (Milanuncios, 2024). El porcentaje de españoles que compraron algo ya usado pasó del 36% en 2019 al 46% en 2023 (datos del portal Statista), y el gasto medio al año en nuestro país es de unos 377 euros, según Cetelem, un banco de crédito especialista en préstamos personales que analiza desde hace 27 años el gasto de los españoles. Estos compradores, informan desde Wallapop, son de todo tipo: mujeres, hombres, mayores, jóvenes, ricos y pobres.

España se ha unido así a otros países donde estas compras ya no provocan sonrojo. Nos ha costado un poco más volver a un tipo de compras que conocimos en la posguerra, en la que todo era remendado, como señala el gran sociólogo del consumo español Luis Enrique Alonso. La segunda mano es muy sostenible, pero, según subraya Vinyals, muchos de los que están entrando no lo están haciendo porque quieran reducir su despilfarro, sino para mantener su nivel de vida.

Tienda de segunda mano en el céntrico barrio de Malasaña, en Madrid, donde RecuMadrid, entidad especializada en la gestión de residuos, vende productos 'vintage'. 

Fijémonos en uno de los productos que más consumimos: el textil. Cada europeo compra al año 19 kilos de ropa y se deshace de 16, según la Agencia Europea del Medio Ambiente. El 85% de estos residuos acaban en una incineradora o en un vertedero muchas veces en África o en Asia. Una culpabilidad difícil de digerir. Desde 2025 la UE obliga a hacer una recogida selectiva de residuos, una norma que va a empezar a cercar a las empresas que hasta ahora han campado a sus anchas. No es raro preguntarse por qué se ha tardado tanto en echar este freno.

Además del derroche, hay otras motivaciones que impulsan a este mercado. Nuestros sueldos no son los de antes y este sector permite adquirir más a menor precio. Y casi todos los ciudadanos tenemos ya conciencia de los límites del planeta, como afirma Alonso. También nuestra forma de comprar y de relacionarnos ha cambiado. Liliana Marsán, investigadora en Cetelem, señala que “el consumidor hoy es muy inteligente”. Con las compras de segunda mano, dice, nos ha pasado lo que nos suele suceder: “Observamos qué pasa, tanteamos. Y luego, entramos con todo el equipo”.

Wallapop “anima a consumir más”, dice el gran sociólogo del consumo Luis Enrique Alonso. “Lo mercantil lo inunda todo”

El desembarco en 2013 de aplicaciones como Wallapop (con 19 millones de usuarios en España, Portugal e Italia y con 8 millones de búsquedas al día) o la lituana Vinted han impulsado estas ventas. Comprobar que es posible descargarse de objetos o prendas que ya no se utilizan y comprar otras usadas y baratas ha contribuido a que se nos pase la aprensión. Muchas personas incluso sienten la satisfacción que les provoca esta nueva forma de autogestión. Según Wallapop, el ahorro de sus usuarios es de 1.112 euros al año. Poco menos que una paga extra en España, como señala Pol Fàbrega, responsable de sostenibilidad de la compañía.

Fàbrega dice que el cambio en España ha sido “estratosférico”, y señala cuatro “revoluciones”: el salto de la compra en tienda a la online, la posibilidad de hacerlo todo a través del móvil o la opción de hacer envíos, que amplió el mercado. Y la última y vigente: “Su consolidación como primera opción de compra”, pues los usuarios, sostiene, perciben un ahorro medio del 65% por producto.

En Villaverde, un distrito obrero del extremo sur de la capital, Joanna Kawecka, española de origen polaco de 38 años, entra una mañana de primavera en una tienda de segunda mano. Hay sofás, muebles del tradicional tono marrón años setenta, ropa o calzado, que están en oferta por el cambio de temporada. Frunce el ceño mientras repasa la mercancía, variopinta y desgastada. Coge unas botas, mira la talla, se fija en la marca, parece satisfecha. “Me voy a llevar por 10 euros unas botas Camper que cuestan 140. Y ojo, que son de piel”. “La tienda es como una caja de sorpresas”, dice la dependienta mientras mueve perchas con prendas que acabarán encontrando comprador. Y si no, una oferta irresistible lo logrará.

El local de Villaverde es de RecuMadrid, una entidad de inserción que intenta dar una segunda vida a todo lo que dese­chamos con empleados derivados desde servicios sociales, como la dependienta de la tienda, que antes era parada de larga duración. Tienen cuatro establecimientos en distritos populares de la ciudad de Madrid (en Villaverde, Carabanchel y Vallecas) y una algo distinta en el céntrico barrio de Malasaña, donde envían los productos más vintage. “Nuestros compradores cambian según donde esté ubicada la tienda”, sostiene al teléfono Cristina Salvador, su gerente. “El emplazamiento define los perfiles”. La clientela de Villaverde es “más popular”, van para encontrarse con otros vecinos, como si fuera “un punto de encuentro”. Y los que compran en la de Malasaña son más jóvenes, “están más concienciados” y muchas veces lo que buscan son “piezas a la moda”.

El mercado de segunda mano comienza a tener una oferta considerable. En la cadena Real Cash el producto estrella son los móviles y otros objetos electrónicos, aunque venden de todo. Y lo hacen con una característica interesante: todo tiene 3 años de garantía. “Aseguramos que funcionan”, sostiene Jorge Álvarez, director de esta cadena de capital mexicano con 12 tiendas en Asturias, Madrid y Málaga. Cuenta por teléfono que el inicio del auge del sector fue hace 15 años, aunque el gran cambio llegó con Wallapop. “Es un mercado difícil”, sostiene, “pero poco a poco estamos entrando todos: las marcas de lujo, de moda rápida e incluso Amazon, que también vende segunda mano”.

Preguntado por la motivación de su clientela, es realista: “Me encantaría decir algo romántico, que lo hacen por el planeta y tal, pero la gente viene buscando ahorro, y si de paso contribuye en la sostenibilidad pues genial, pero no es lo que los impulsa”. La tecnología se ha puesto a precios desorbitados, señala. “¿Por qué van a gastar 1.000 euros en un móvil si pueden invertir 700 con la misma garantía?”.

Luis Enrique Alonso, que en 2005 publicó el relevante La era del consumo, dice que nos sumamos a la sostenibilidad siempre que no requiera sacrificios. “Te puedes permitir el lujo de no ser consumista si tienes otras vías para formar parte de la sociedad”, afirma. “Por ejemplo, relaciones culturales o políticas, u otro tipo de expresiones que te permitan generar una identidad no alineada con el consumo, que tiende, cada vez más, a los extremos”. En la ola de conservadurismo ultra, Alonso ve una crítica a las posturas que defienden una limitación del consumo, al ecologismo y a todo lo woke (antirracismo, feminismo y LGTBI+).

Uno de los productos usados más vendidos son los móviles. En la imagen, una tienda de Usera (Madrid) de Real Cash. 

Brenda Chávez, periodista e investigadora especializada en sostenibilidad, es también una consumidora politizada. Antes fue periodista de moda, el cambio le vino “por empacho” y por concienciación. Conocía el despilfarro textil así como los pírricos sueldos de la mano de obra que el sector utiliza. “Me di cuenta del disparate”. Redirigió su carrera y redujo sus compras: hoy solo adquiere al año un vaquero ecológico y unas buenas zapatillas. Afirma que el auge de la segunda mano en el textil se está dando por pura necesidad. El sector tiene que dar salida a su gran sobreproducción, y muchas marcas están viendo una caída importante de ventas. En la segunda mano ven una opción de recapitalización de su producto, cuenta. “Compran sus propios productos vintage, los acondicionan y vuelven a vender”.

Es lo que hace Diego Varona, burgalés de 24 años, aunque lo hace por libre. Busca en tiendas de segunda mano o en plataformas prendas con las etiquetas de la época dorada de las grandes marcas de lujo. Luego, si hay que lavarlas o coserles algo, lo hace para acabar revendiéndolas más caras. Este biólogo, que está actualmente haciendo la tesis en neurociencia, dice sacarse unos 12.000 euros extra al año de esta forma.

Para las marcas, cuenta Chávez, revender su propio producto no siempre es fácil. Afirma que Zara y otras firmas similares lo hacen más por una cuestión de marketing que por un interés real en la sostenibilidad. Su segunda mano, dice, no vende igual de bien. “No tiene una calidad duradera, son marcas más bien de un solo uso”.

En la oferta de aplicaciones como Vinted o Wallapop, Alonso ve el reflejo de la hipertrofia de nuestro consumo. “Compramos mucho más de lo que necesitamos y eso es lo que vendemos. Y esto es como un tsunami”. Tras un primer impacto muy positivo en la recepción de las aplicaciones para la segunda mano, hoy impera una mirada más crítica. “Animan a consumir más”, resume Alonso. “No crean cultura comunitaria y colaborativa. Lo que veo es a lo mercantil inundándolo todo”. Miguel González, el consumidor peculiar con el que empezaba este reportaje, se une a esta crítica. Siempre atento al consumismo, percibe en el chorro de notificaciones que recibe de las apps una tendencia a llevar a los usuarios a la compra (aunque sea de segunda mano).

Los partidarios del decrecimiento señalan en el horizonte el paso más importante que todavía debemos dar. De una economía lineal —producir, consumir, disponer— estamos pasando a una circular —que utiliza productos ya sin valor reintegrándolos en la producción y en el consumo—, y detrás vendría una economía sobria, en la que consumiremos, menos y mejor, impulsados ni más ni menos que por nuestra voluntad.

“Me encantaría decir algo romántico, que [los clientes] lo hacen por el planeta y tal, pero buscan ahorro”, dice el gerente de la cadena Real Cash

Valérie Guillard, de la Universidad Paris-Dauphine, es una gran defensora de esta transformación. En 2021 escribía un artículo en el que sostenía que las compras de segunda mano no siempre ayudan a que consumamos menos. El hecho de que algo sea más barato o que dé acceso casi ilimitado a cosas por un precio menor lleva a los consumidores a caer en la tentación de la compra. “La sobriedad pretende romper esa dependencia”, afirmaba.

Guillard también escribía sobre cómo pertenecer a algún tipo de red ciudadana, ayuda a reducir la compra. “La acción individual del consumidor nunca es tan efectiva como los intentos organizados de cambiar a las empresas y al gobierno”, dice por correo electrónico Julia Schor, economista y socióloga, autora del best seller The Overspent American: Why We Want What We Don’t Need (los estadounidenses gastan en exceso: por qué queremos lo que no necesitamos, sin traducir). Schor pertenece a la asociación Newdream, que defiende otro consumo, y aboga por promover el aprendizaje en las comunidades (de vecinos, compañeros…) para que transformemos nuestro gasto.

Un ejemplo de esto serían las bibliotecas de las cosas que ha puesto en marcha Rezero, una entidad ecologista catalana. En estas bibliotecas se pueden tomar prestados desde una máquina de coser, un taladro o un carrito para transportar objetos. En cada hogar europeo hay miles de cosas, de las que la mayoría se utilizan menos de una vez al mes, informa Jenny Berengueras, de Rezero. “La idea es mancomunarlos. Es darle la vuelta al modelo y reutilizar”.

El consumo de segunda mano es importante, sostiene el antropólogo estadounidense Jason Hickel. Previene el desperdicio, reduce la demanda de nueva producción y tiene un impacto positivo directo en la ecología. Pero no es en absoluto suficiente. Para este defensor del decrecimiento, catedrático del Instituto de Ciencia y Tecnología Medioambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona así como miembro de la Royal Society of Arts, quien impulsa la crisis ecológica es el sistema de producción. El consumo es secundario y los consumidores tienen poco poder. “En el capitalismo, la producción está controlada por el capital. Organiza la producción en torno a lo que le resulta rentable, independientemente de si es ecológicamente perjudicial o innecesario para el bienestar humano”.

Para Hickel, autor de Menos es más (Capitán Swing, 2023), la solución revolucionaria a nuestras crisis ecológicas y sociales reside en recuperar el control democrático sobre la producción. “Quien controla la producción controla nuestro trabajo y nuestros recursos colectivos. ¡Deberíamos tener voz y voto en su desarrollo!”, manifiesta. Y termina con una sugerencia: “Si el Gobierno socialista tomara estas medidas, podría lograrlo todo: cumpliría con sus obligaciones del Acuerdo de París, permitiría la regeneración del campo y, al mismo tiempo, mejoraría la vida de las personas”.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.
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