Contra el ataque a Irán: al menos somos muchos
Israel bombardea a un pueblo ya oprimido por un régimen necroteocrático. Podemos resistir y evitar una nueva guerra, sabiendo que no estamos solos, afirma el escritor Kaveh Akbar

El 15 de junio me manifesté junto a otras 150.000 personas en La Haya (Países Bajos) contra la guerra de Israel en Gaza. Había niños pequeños asomados a las ventanas que agitaban banderas palestinas. Nosotros les devolvíamos el saludo. Solo un par de días antes me enteré de los ataques de Israel contra Irán. Estaba cenando con algunos literatos a los que admiro en una finca toscana bañada por el sol. Mientras todos disfrutaban de las elegantes esculturas culinarias, yo no dejaba de mirar mi teléfono de forma compulsiva en busca de noticias, de mensajes de mis seres queridos en Irán que me confirmaran que estaban vivos. Tengo en Teherán a una tía con cáncer en estadio cuatro que está recibiendo quimioterapia y a una prima que siempre ha vivido con ella. Busqué en Telegram y WhatsApp, llenos de fotos hechas con móvil: el humo que salía de edificios de apartamentos, fotos de hombres ensangrentados, niños cubiertos de ceniza.
Cuando hablaba con los demás, lo hacía de forma enloquecida, frenética, mientras cogía los canapés y me comía todo un plato de cerezas en pleno ataque de histeria. Me sentía como un villano de Poe, escondido en una lujosa mansión mientras ardía mi gente. Y lo decía sin parar. Durante la larga comida pedí dos cigarrillos y me los fumé; llevaba 11 años sin fumar.
Cuento esto para decir que a duras penas sé dónde estoy. Quiero estar en mi casa, en Iowa, con mi pareja. Escribo porque durante estas horas volcánicas y cruciales en las que se están tomando decisiones políticas y se está formando la opinión pública, no he encontrado prácticamente ninguna perspectiva iraní en los principales medios de comunicación, ni mucho menos a personas que califiquen los bombardeos como lo que son: ataques violentos de un Estado nuclear genocida contra un pueblo ya oprimido.
Que no haya equívocos: el régimen de Jamenei en Irán es una necroteocracia (dedicada al dios del patriarcado, al que han sacrificado la vida de miles de iraníes, entre ellos, miembros de mi familia) disfrazada de República Islámica; el régimen de Trump en Estados Unidos es una necroteocracia (dedicada al dios del dinero, al que sacrificarían con gusto mi vida y la de todos) disfrazada de república laica; el régimen de Netanyahu en Israel es una necroteocracia (dedicada al dios del poder, al que han sacrificado al menos 55.104 vidas palestinas en los últimos 20 meses) disfrazada de república judía. No siento más que desprecio por todos ellos.
Sin embargo, ahora que escribo esto, la gente dirá que hago apología del régimen iraní porque no tolero que un genocida emprenda lleno de júbilo la matanza de unos civiles que se parecen a mis tíos, primos y sobrinas. Recuerdo el consentimiento manipulado por el presidente George W. Bush para iniciar las guerras de Irak y Afganistán, cuando prometió que recibirían a los soldados estadounidenses como libertadores. De aquella retórica acabó resultando un Afganistán donde, en 2025, el 44,6% de los niños menores de cinco años tienen graves problemas de crecimiento porque sufren hambre crónica. De aquella retórica derivó también un Irak con las infraestructuras todavía en ruinas y sin los hospitales suficientes para atender las lesiones crónicas y a las personas desnutridas, porque a dos generaciones de médicos iraquíes los asesinaron o los obligaron. ¿Algún imperio colonial ha destruido algo que después haya reconstruido mejor? ¿Alguna bomba israelí ha conseguido que alguien fuera más libre?
Ahora, Israel está bombardeando Irán. Y la distancia que separa el dolor mortal de mis aterrados familiares de la furia que siento, lejos y a salvo, intensifica aún más la honda necesidad de hacer algo, de decir algo, de utilizar los instrumentos que tengo. Así que fui a la manifestación y ahora escribo.
La retórica de Netanyahu y sus cómplices pretende hacernos creer que están bombardeando Irán por el programa de enriquecimiento nuclear (Netanyahu lleva más de 30 años diciendo mentiras muy fáciles de refutar sobre el tema) y en solidaridad con el pueblo iraní, oprimido por el régimen de Jamenei (a quien crea que a Netanyahu le importa el pueblo iraní le pido que vuelva a leer este artículo sin haber bebido). Si Netanyahu está bombardeando Irán es porque aquí, en La Haya, la Corte Penal Internacional ha emitido una orden de detención contra él y porque millones de personas se manifiestan periódicamente contra el genocidio de Gaza. Irán es un enemigo que le viene bien. Netanyahu publica vídeos de hace años y sin relación alguna en los que “los iraníes aplauden los ataques israelíes”, que hasta la propia red X de Musk ha etiquetado como falsos. En su propio país lo juzgaron por fraude electoral y soborno. Él ya sabe cómo le juzgarán los muertos. Ahora está tratando de ganarse el favor de los que todavía están vivos. No caigamos en la trampa.
En la elegante y de verdad preciosa fiesta que se celebraba el día del ataque de Israel contra Irán, yo estaba ausente, frenético, disperso. En un momento dado, alguien me presentó diciendo que era un “poeta iraní”, y la mujer mayor que estaba a mi lado, una desconocida, me cogió la mano en silencio y me susurró: “Yo soy de Sudán. Como decía mi padre, ‘al menos somos muchos’”.
Nunca he tenido la suerte de topar con una zarza ardiente ni con la trompeta de un ángel. Y la verdad es que no creo en la esperanza; o, por lo menos, no confío en ella. La esperanza crea personas exhaustas y cínicas y no me hace falta para buscar honradamente lo que hay que hacer en cada momento. Pero sí tengo fe en algún tipo de poder superior que se manifiesta a través de la gracia de los seres humanos (la existencia del arte parece una prueba bastante concluyente). “Al menos somos muchos” fue un regalo de hermandad que me hicieron una desconocida y su padre.
En estos desgarradores días de abatimiento calculado, nuestro deber es resistir ante los consentimientos fabricados y los llamamientos a una aquiescencia cobarde. Analizar con espíritu crítico el lenguaje, exigir responsabilidades a los medios de comunicación. Protestar. El pasado es todo lo que no podemos cambiar. Esto no lo es. Todavía estamos a tiempo de alejarnos de un futuro que insiste en aniquilar el espíritu humanitario para hacer sitio a la aniquilación de los seres humanos.
A propósito de la materia oscura que mantiene unido el universo, la poeta y astrofísica Rebecca Elson escribe: “Es como si todo lo que existe fueran luciérnagas / y de ellas se pudiera deducir la pradera”. Hoy he visto muchas luciérnagas; he desfilado, cantado y llorado con 150.000 de ellas. En mi cabeza no dejo de oír: Al menos somos muchos, al menos somos muchos, al menos somos muchos. Estamos creando una luz que demuestra la existencia de un prado que todavía no podemos ver. Es un lugar verde y reluciente en el que los niños de todas partes pueden crecer. Quien lo desee puede sumarse a nosotros.
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