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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Seísmo Trump: entramos en un mundo nuevo

El éxito de Donald Trump se ha traducido en la consolidación e irradiación del populismo. Hay quien sostiene que la segunda victoria electoral del magnate estadounidense es un hito equivalente a la caída del muro de Berlín: señala la muerte de la globalización y del orden liberal basado en reglas. Marca un antes y un después

Donald Trump
Daniel Gascón

No es el fin del mundo, pero es el fin de un mundo. En 2018, Henry Kissinger declaró en una entrevista que “Trump puede ser una de esas figuras que aparecen de vez en cuando para señalar el fin de una época y obligar a que abandone sus viejos fingimientos”. La teórica cultural Catherine Liu escribió en la red social X a finales de enero: “Trump es un bonapartista que pone el último clavo en el ataúd de la expansión y reconfiguración del Gobierno de Estados Unidos y los liberales no sabían cómo defenderlo porque apenas creen en él”. El analista conservador N. S. Lyons ha presentado en su Substack, The Uphe­aval [el trastorno], este momento como “el fin del largo siglo XX”, una época definida por “la progresiva apertura de sociedades a través de la deconstrucción de normas y fronteras, la consolidación del estado gerencial y la hegemonía del orden liberal internacional”. Y el economista Branko Milanović ha argumentado en varios artículos que la segunda victoria de Donald Trump es un hito equivalente a 1989, que marcó el hundimiento del sistema soviético: señalaría la muerte del orden liberal basado en reglas, de la globalización y de las alianzas que llevaban en pie desde el fin de la II Guerra Mundial.

Martin Wolf, principal analista económico del Financial Times y autor de La crisis del capitalismo democrático (Deusto), coincide en la idea del cambio de época, aunque cree que Milanović exagera. “Los regímenes no han llegado a caer en la práctica. Pero la reacción contra la democracia liberal es muy extrema y no está claro qué va a pasar”, dice por videoconferencia.

Los años 1989-1991 ponían fin al enfrentamiento entre la democracia liberal y los totalitarismos que había marcado el siglo XX, y la victoria de Trump es la consolidación del universo populista —que acaba de sumar una sonada victoria, el pasado domingo, con el triunfo del ultraconservador Karol Nawrocki en Polonia— surgido como reacción a dos décadas de triunfo global del liberalismo. Así lo explica por correo electrónico Ángel Rivero, profesor de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Autónoma de Madrid. Lo presenta como un movimiento pendular entre épocas liberales y momentos autoritarios. Si los totalitarismos reaccionaban frente a la incertidumbre de la modernidad, el antiliberalismo “es una respuesta nihilista que busca afirmar la fuerza de las grandes potencias que quieren ser hegemónicas frente a un mundo liberal de soberanías limitadas”, señala. Y añade que la fórmula que emplea la periodista y ensayista Anne Applebaum en Autocracia, S.A. (Debate), “una confederación de autocracias antiliberales”, describe con precisión el mundo que vivimos.

El fin de esta época tiene consecuencias en la escena internacional. Según Edmund Fawcett, autor de Sueños y pesadillas liberales en el siglo XXI (Página Indómita) y de Conservatism: The Fight for a Tradition [Conservadurismo: La lucha por una tradición, sin traducir al español], si Trump aporta alguna novedad es su franqueza sobre el desorden geopolítico, acompañada de una crueldad que hace explícito el mensaje. En términos internacionales, Estados Unidos vuelve a sus tradiciones unilateralistas previas a 1945. “En vez de ser el policía de un orden mundial basado en reglas, los Estados Unidos de Trump jugarán una partida jacksoniana donde dos o tres potencias decidirán lo que pasa”, sostiene.

Autocracia contra democracia

Su victoria se ha relacionado con una concepción más autoritaria de la democracia, en Occidente y otras partes del mundo. O, como observan otros, ha propiciado que se quiebre la definición pacífica de democracia. Todos los autócratas aseguran hablar en nombre de la democracia. Dicen que dan voz al pueblo. Lo apunta Ángel Rivero: “Ya no estamos en la democracia sino en el autoritarismo. El absolutismo de derecho divino se ha transmutado en un absolutismo que apela a la soberanía del pueblo. Por nuestra experiencia histórica sabemos que eso no es democracia sino autoritarismo o totalitarismo”, explica el profesor y editor de autores como Benjamin Constant, Isaiah Berlin y Àgnes Heller. Hay otro matiz: esta vez no son las ideas las que marcan este cambio, sino los hombres fuertes, los tiranos: son ellos los que han impreso un cambio de timón.

Martin Wolf ve posible que en 10 años algunos de los países más ricos del mundo sean dictaduras. En esa concepción de dictadura tiene en cuenta sobre todo dos elementos. Por un lado, países que celebran elecciones, pero donde la oposición no puede ganarlas, donde se persigue a sus candidatos, donde se dificulta o desalienta el voto por esas opciones: Hungría es un ejemplo, pero no el único. Por otro, está la cuestión del poder del líder y los contrapesos que tenga. La democracia tiene que ver con jueces y fiscales independientes, con una burocracia autónoma y fuerzas armadas que no obedezcan órdenes ilegales. “Si no hay libertades individuales, no tienes una democracia”, explica Wolf. “Si el Estado se hace con un poder arbitrario, tampoco. Sin jueces, fiscales y burocracia independiente, si se utiliza el sistema fiscal para suprimir las libertades y los derechos, ahogas la democracia. Y también si los medios deben seguir la línea del Gobierno por presiones al dueño o a los periodistas”.

Si tomamos el caso estadounidense, se aprecia que compiten dos visiones no necesariamente compatibles: en primer lugar, la idea de una empresa donde el CEO opera sin restricciones. En segundo lugar, la noción de un jefe del Estado que aglutina el poder, sin creer en el funcionariado o conceptos como el servicio público: la lealtad debe ser al líder. La idea del emprendedor y la del poder centralizado, la visión de la empresa y del nacionalpopulismo, se solapan. Pero la lógica de la propiedad empresarial no es la del poder del Estado, que es mucho más amplio. Por eso requiere más límites y contrapesos.

Nuevo retrato oficial de Donald Trump en la Casa Blanca, inaugurado este 2 de junio. 

Incoherencias ideológicas

La coalición de extrema derecha de Trump es ideológicamente tan incoherente como sus homólogos en Europa, señala Fawcett. Económicamente es liberal y antiliberal. En el interior defiende un mercado libre donde los bancos y las empresas tienen poca regulación (como mucho), y el Gobierno se mantiene al margen. En el exterior, defiende un mercantilismo de America First [América Primero], que recurre a los aranceles, ignora o rompe los acuerdos y limita la circulación de personas (la inmigración de tipo “equivocado”). En términos políticos, es socialdemócrata y antisocialdemócrata. La base de votantes es la clase trabajadora blanca, aunque se vayan uniendo negros e hispanos. Pretende escuchar sus necesidades en materia de empleo, vivienda, salud, infraestructuras o servicios públicos, mientras niega esas prestaciones a los extranjeros. Y, desde el punto de vista social, el trumpismo combina una minoría vociferante de conservadores religiosos, tanto católicos como protestantes, que presionan con agendas moralistas y antiliberales, con un número mucho mayor de republicanos laicos o independientes, que piensan que la religión debe mantenerse al margen de la política o que soportan la cruzada de sus compañeros conservadores por conveniencia táctica. Fawcett menciona esfuerzos de académicos de derecha como Adrian Vermeule y Patrick Deneen para salvar esa brecha social en el trumpismo con lo que ellos llaman “conservadurismo del bien común”. Se hacen eco del “evangelio social” del catolicismo y de las ortodoxias morales y educativas controladas por la élite de las autocracias de mediados del siglo pasado, incluyendo el franquismo.

El acercamiento a la cuestión de la libertad de expresión también revela incoherencias. Es llamativo que figuras destacadas de la Administración de Trump y sus defensores enarbolen esa bandera: un proyecto antiliberal usa como argumento uno de los grandes principios liberales. “No es exactamente así, pero podría decirse que defienden la libertad de expresión para fascistas o al menos elementos fascistoides. AfD tiene componentes fascistoides, aunque no es un rasgo que compartan todos los partidos apoyados por Trump y sus aliados”, dice Martin Wolf, que señala la contradicción de que Trump —proclive a mostrar su ira en las redes, como ha pasado recientemente con Musk— excluya a periodistas de medios que desaprueba. “Si los periodistas de publicaciones que no están de acuerdo con un presidente no pueden interrogarlo, nos encontramos ante una enorme violación de la libertad de expresión”.

Los límites de esa libertad es algo que todas las sociedades negocian permanentemente. “Puedo entender que, por razones históricas, un país como Alemania restrinja ciertos discursos”, dice Wolf. “Soy judío y no prohibiría que se niegue el Holocausto, pero lo entiendo. Ahora bien, cuando Vance y Musk hablan de eso no lo hacen de buena fe”. Acerca del The Washington Post de Jeff Bezos, que ha dicho que sus piezas de opinión defenderán “la libertad personal y los mercados libres”, el analista del Financial Times argumenta que, por mucho que digas defender la libertad de expresión, si restringes las opiniones que puedan molestar al presidente o a la gente cercana a él, en la práctica haces justo lo contrario. Como dueño del periódico, Bezos está en su derecho de hacerlo, pero obviamente limita la variedad de opiniones que acepta, y además en torno a algunos de los asuntos más importantes del presente. En el caso del Gobierno estadounidense, se han producido casos de detenciones de personas por sus opiniones políticas, como el de la estudiante turca de la Universidad de Tufts Rumeysa Ozturk.

Desconcierto a izquierda y derecha ante el huracán Trump

Los análisis coinciden en que un factor decisivo de la victoria de Trump es la preocupación por la inmigración. Es una inquietud extendida en muchos otros países, y los partidos de tradición socialdemócrata o demócrata cristiana parecen tener problemas para reconocerla y gestionarla: a menudo, esa circunstancia, o la percepción de esa circunstancia, ha contribuido al crecimiento de partidos de extrema derecha. Es una inquietud extendida en muchos otros países, y no está claro cómo deben abordarlo los partidos mainstream. Wolf, que dedicó abundantes páginas al tema en su último libro, cree que es un terreno muy difícil que España ha gestionado con acierto. Desde su punto de vista, es decisivo que el público no piense que el Estado ha perdido el control de la inmigración, y que haya una política sobre el tipo de inmigrantes que se desea recibir. Rechaza las amenazas de cerrar fronteras, de deportaciones, de negar la nacionalidad, pero también le parece un error considerar que todo el que está preocupado por la inmigración es un racista o menospreciar su inquietud.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla con la prensa en la Casa Blanca, el pasado 13 de marzo.

El trastorno causado por las políticas y anuncios de Trump genera desconcierto, contradicciones y situaciones incómodas, aunque hay lecturas optimistas —el abandono de Estados Unidos parece haber acelerado el proceso de integración de la defensa europea—. Afectan a partidos de centroderecha que deben combinar sus propuestas favorables a bajar impuestos con la necesidad de más inversión en seguridad o partidos de centroizquierda que han de explicar que salvar el Estado de bienestar puede exigir recortarlo para invertir más en defensa.

Para el ensayista David Rieff, “el principal desafío para Europa es cómo una constelación de líderes centristas se enfrenta a un Gobierno genuinamente revolucionario (o, si lo prefiere, contrarrevolucionario) en Washington que de verdad quiere rehacer el sistema mundial, paradójicamente ese mismo sistema mundial en cuya creación Estados Unidos desempeñó un papel central hace 80 años. Europa cometió errores de cálculo, por ejemplo, en cuestiones de defensa, y al creer que se podía prescindir de un poder duro y serio, pero si Trump sobrevive, y por supuesto aún puede que no lo haga, tendrá que enfrentarse a una crisis no creada por ella, sino más bien made in USA”.

¿El choque puede afectar más a la derecha? La victoria de Trump ha animado a la extrema derecha europea y el dinero de Trump y sus aliados alimentará a sus propagandistas. Pero también produce incoherencias: algunas políticas de Trump perjudican a los votantes de esos partidos. Y, como advierte Fawcett, el trumpismo puede fracasar y su caída puede arrastrar a quien se acerque demasiado, suponiendo que evite el fracaso por sí mismo.

El profesor Ángel Rivero ve un panorama igualmente oscuro para los partidos constitucionales de izquierda y derecha. En el caso de los partidos de centroderecha, que buscan políticas integradoras y por naturaleza huyen de la incertidumbre, el nuevo tiempo es especialmente amenazador y la tentación populista resulta muy grande. Pero los partidos de centroizquierda padecen los mismos dilemas. El liberalismo parece haberse esfumado y la polarización se extiende también en Europa. A su juicio, intentar describir en términos de izquierda y derecha lo que está pasando solo produce confusión: la oposición entre democracia constitucional y populismo/autoritarismo señala mejor la divisoria política que atravesamos.

Martin Wolf coincide. “Podemos mirar los últimos 30 años. Chávez ganaba elecciones. Había críticas, alertas, pero un apoyo popular. Ahora en Venezuela tienes una dictadura, que surge de lo que se consideró una revolución izquierdista. Puedes ver cosas similares en la derecha. No digo que el caso de Hungría sea ya equiparable a Venezuela, pero Orbán diría que él es de derechas. No me parece una cuestión significativa. Lo central es el eje democracia/autoritarismo. Lo importante es cómo se ejerce el poder”.

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Sobre la firma

Daniel Gascón
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió Filología Inglesa y Filología Hispánica. Es editor responsable de Letras Libres España. Ha publicado el ensayo 'El golpe posmoderno' (Debate) y las novelas 'Un hipster en la España vacía' y 'La muerte del hipster' (Literatura Random House).
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