Apagón: así lo afronté con mi mochila del fin del mundo
Prepararse para grandes emergencias no es de miedosos ni pesimistas, sino la opción sensata, lo que habría hecho mi abuela


Llevo mes y medio siendo un chiste para todos mis amigos a costa de mi mochilita del fin del mundo. Soy Dora, la Exploradora. Porque en España somos mucho de chotearnos de todo, de sobreponernos a nuestro secular complejo de inferioridad a base de ingenio. Y tenemos gracia y salimos a las plazas en medio del incidente más grave de la infraestructura crítica más transversal porque esa cerveza no se puede calentar y alguien tendrá que bebérsela. En medio de la fiesta del apocalipsis, yo soy esa ceniza que hace ya seis años anunciaba en Ideas un incidente similar con un artículo titulado Los más analógicos sobrevivirán al apagón. Diferentes causas, igual resultado.
Cuando el lunes la realidad se fue a negro, estaba en la oficina. La gente por los pasillos recibía aún mensajes de familiares de toda España contando que el sistema se había caído en todas partes. No dudé. Mi mochila estaba en casa. Dejé el coche en un garaje que no se podía abrir. Cogí un taxi. Llegué a casa. Saqué de la mochila la radio a pilas con manivela y me puse a rellenar las bolsas de agua que tenía guardadas también en esa bolsa risible. Como a mí el fin del mundo me pilla siempre con la alacena vacía me fui al supermercado con el efectivo que guardo porque creo en la privacidad, el derecho a no ser digital y en la obligación personal de tener las necesidades vitales redundadas. A las 13.30 lo tenía todo hecho. Solo me quedaba esperar noticias que, gracias a que el incidente no se prolongó, fueron buenas. Los sistemas de respuesta reaccionaron según lo diseñado: los generadores saltaron y hospitales, grifos y algunas comunicaciones siguieron funcionando. A las seis de la tarde del lunes, sin embargo, las gasolineras ya habían cerrado. Si la recuperación del servicio se hubiera complicado, algo muy posible, al cierre de las gasolineras le habría seguido la ausencia de agua y la caída de las comunicaciones. El silencio se habría extendido al mismo ritmo que el miedo y la escasez. Solo los analógicos, los angustias y los ridículos con mochila habríamos estado en condiciones de sobrellevar la situación y ayudar a los demás a hacer lo propio.
Lo importante funcionó durante un tiempo porque alguien se preparó, alguien analizó los riesgos y consideró que lo improbable podía suceder. No tienes una mochila del fin del mundo porque seas pesimista, miedosa, o una triste. Tampoco porque seas un borrego que cae en los consejos de los políticos que te engañan con su agenda oculta. La tienes porque es lo sensato, porque es lo que hizo la gente que nos sacó de este atolladero, porque es lo que habría hecho tu abuela. Estos días solo puedo pensar en esas empresas que van a sustituir a una parte importante de sus trabajadores con inteligencia artificial, que los van a mandar a su casa a reciclarse por obsoletos. Sin humanos para encargarse, para sustituir a la IA, lo próximo que vamos a necesitar será más que una humilde mochila.
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