Es mejor no llevar tacones el día del apocalipsis
Durante el apagón, afortunadamente estaban ahí, como un ‘backup’ de la civilización, tecnologías como los generadores, la radio, el dinero en efectivo o las velas


Suelo trabajar en casa, así que los días que salgo —por ejemplo, para ir a una biblioteca del centro de Madrid— tengo la delicadeza social de vestirme. El lunes llevaba una chaqueta de cuero, una camiseta de rayas, vaqueros y unas botas que no suelo ponerme porque tienen demasiado tacón. El detalle importa porque, como tantas otras personas, tuve que volver a pie a mi casa después de ser evacuada de la biblioteca por el apagón. Estoy acostumbrada a hacer kilómetros, me encuentro en buen estado de salud y quería ver qué estaba pasando en las calles: ese largo paseo, por lo tanto, no debía suponer ningún problema físico. Pero los tacones me hicieron sentir débil. Débil y furiosa.
La vulnerabilidad es eso. Una leve flaqueza que un mal día descubrimos que puede tener consecuencias enormes e imprevistas.
Ayer comprobamos que un país entero puede colapsar por un fallo en el suministro eléctrico, y es aterrador experimentar tal dependencia: los transportes, la actividad económica, las comunicaciones e internet fallaron. Todos nuestros móviles se convirtieron mágicamente en piedra durante varias horas. La tecnología puede hacernos vulnerables de formas más complejas, en efecto, pero también nos hace más resistentes: afortunadamente estaban ahí, como un backup de la civilización, todas esas capas de tecnologías anteriores que nunca se abandonaron por completo cuando avanzamos y que no permitieron que cayéramos del todo en el caos: los generadores de energía, la radio, el dinero en efectivo, las bicicletas, las libretas y los bolis, las pilas, las linternas, los libros, las barajas, los hornillos, las bombonas de butano, los teléfonos fijos, los sms. ¿Cuántos miles de años llevan las velas con nosotros?
Últimamente reivindicamos tecnologías analógicas que nos ayuden a desconectar, y este gran apagón forzado ha sido revelador. Cuando nos enfrentamos a lo importante, no echamos de menos el entretenimiento de las redes, sino las funciones más sencillas del móvil: llamar a nuestros seres queridos, tener mapas para orientarnos, escuchar la radio FM que antes incluían los teléfonos sencillos y ahora no.
La vulnerabilidad de nuestra civilización nos enfrenta con la nuestra propia. Importa la salud: poder caminar y subir escaleras a pie, no necesitar medicamentos o un respirador, estar en buenas condiciones mentales para enfrentarse a imprevistos. Importan los otros: habitar en una gran ciudad o en un pueblo, tener una red de vecinos, amigos y familia, no estar solo. Importa el dinero: suele acercar el trabajo y la vivienda. Yo pude llegar a casa caminando en un tiempo razonable porque aún vivo a una distancia humana del centro, pero en mi camino me encontré con personas desconcertadas intentando alcanzar las ciudades del sur. ¿Y ahora cómo llego yo a Leganés?, se preguntaba una mujer a mi lado, en la biblioteca. Sé de alguien que caminó 25 kilómetros desde Tres Cantos a Usera. También importaron tonterías, puro azar, como haber salido con efectivo ese día de casa.
Durante el camino me sorprendieron una fortaleza y una flaqueza de nuestra sociedad hipertecnológica. Quien tiene un coche con combustible tiene una radio, y algunos taxis y vehículos privados aparcaron en las aceras con las puertas abiertas para que cualquiera pudiera oírla e informarse. Al contrario, me desesperó ver que algunos trabajadores no se iban a casa porque no eran capaces de cerrar las persianas eléctricas de los negocios. Ese avance en concreto no permite rebobinar.
Cuando llegué por fin a casa, con los tobillos un poco doloridos, encontré a mi pareja no mirando el móvil, sino leyendo y escuchando la radio. También influye en nuestra vulnerabilidad la relación que tenemos con la información que nos facilita la toma de decisiones correctas: me sabe un poco mal haber acertado comprando hace meses la radio con batería solar que nos tranquilizó, a nosotros y a las amigas con las que nos encontramos, durante toda la tarde. La situación fue seria, sobre todo por la incertidumbre, pero no pude evitar vivir el lunes como un día regalado, disfrutando del sol y el privilegio de ser ciudadana de un país donde la gente está más preocupada por tener cambio para tomarse una cerveza que por saquear escaparates. Me acordé, también, de todas esas películas de aventuras que veía en los noventa, donde ellos iban vestidos de exploradores y ellas llevaban unos tacones muy poco adecuados, qué estúpidas y resistentes me parecían entonces.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
