Por qué los curas guapos obsesionan a Internet: “Nada cuestiona más su autoridad que mostrarlos en toda su corporeidad”
Después de la ‘monjamanía’ de Rosalía, renace la fascinación por los ‘curas sexis’. Desde sacerdotes reales con TikTok a actores como Josh O’ Connor, los curas se han convertido en una insana obsesión para las redes


La película Puñales por la espalda: De entre los muertos, tercera entrega de la saga estrenada el pasado 28 de noviembre en cines y en Netflix el 12 de diciembre, guarda un misterio mucho mayor que el de los habituales asesinatos: ¿de dónde sale la fascinación actual por los curas? Desde que se anunció, las redes ardieron al conocer que el actor británico Josh O’ Connor interpretaría a un carismático sacerdote sospechoso de asesinato. A este arquetipo del cura atractivo se le conoce como el hot priest por culpa de uno de los compañeros de reparto de la misma película. Andrew Scott interpretó hace seis años al cura con el que la protagonista de Fleabag tenía un romance y desde entonces ha sido una de las fijaciones de internet. Y no solo en la ficción.

Antes de la monjamanía desatada por Rosalía en Lux, ya reinaba la fiebre por los curas. ¿Curamanía? ¿Sacerdotemanía? Hace años que las cuentas sociales de curas jóvenes y atractivos consiguen miles de seguidores. El caso más reciente es el del padre Jordan, un sacerdote británico que tuvo que desactivar los comentarios de sus vídeos ante los millones de mensajes que recibió este verano alabando su físico de hot priest.
Durante la reunión de influencers católicos convocada el pasado julio por el papa León XIV también fue un término que sobrevolaba las redes. Pero esta fiebre es mucho más antigua. Por lo menos 21 años, que es el tiempo que se lleva imprimiendo el Calendario Romano de Piero Patzi, más conocido popularmente como el calendario de los curas guapos. El de este 2026 acaba de publicarse con casi las mismas fotos de siempre y, aunque la mayoría no eran curas reales, representa ya un emblema de la ciudad. La clave es la fantasía, por eso importa poco que sean modelos, y el mejor lugar para estudiarla es el cine.

Ya en 1944 se planteaba el conflicto de un hombre dividido entre su historial amoroso y su vocación con el icónico Gregory Peck en Las llaves del cielo. Hitchcock, fiel a su habitual trauma religioso, tomó el mismo conflicto y elevó la apuesta con el hiper engominado Montgomery Clift en uno de sus thrillers, Yo confieso (1954). Desde entonces el secreto de confesión y el celibato, sumados al incontestable magnetismo de sus actores, se han convertido en la pulsión narrativa muy frecuente en todo tipo de géneros. Los hay que aparecen como carismáticas figuras dentro de una investigación policial: Cristopher Reeve en Monseñor (1982), Antonio Banderas en El cuerpo (2001), Ewan McGregor en Ángeles y Demonios (2009) o incluso Ralph Fiennes en la reciente Cónclave (2025).
Pero destacan, sobre todo, los que acaban inmersos en un juego de seducción. El caso más emblemático es el de Richard Chamberlain en El pájaro espino (1983), pero también aparecieron en Sexo en Nueva York (1998-2004) o Derry Girls (2018-2022).
Con permiso de Fleabag (2016-2019), que supuso verdadero reset cultural, el caso reciente más emblemático sería el de Jude Law en The Young Pope (2016) que interpretó al epítome del hot priest: el hot pope. Un papa, más parecido a una estrella del rock megalómana, siempre con un cigarro en la mano y al que se llegó a mostrar incluso luciendo un bañador speedo blanco en la playa. Pero, ¿por qué generan tanta atracción estas figuras? “La fascinación viene de lo prohibido, lo que está fuera del alcance. Es una subversión completa de la norma”, explica Virginia Yagüe, escritora, guionista y actual presidenta de DAMA, entidad de gestión de derechos audiovisuales. Para ella, la fiebre de los curas atiende a los mismos principios que los antiguos casos de mujeres que acababan estableciendo relaciones epistolares con los presos por esa sensación de acercarse, aunque solo fuera a distancia, al tabú. Yagüe sabe bien de lo que habla porque ella escribió uno de los casos más recordados del hot priest en España: Rodolfo Sancho en La Señora (2008-2010).

En la serie, una marquesa de principios del siglo XX acaba en un triángulo entre su marido y su amor de la infancia, el padre Ángel. “Rodolfo nos preguntaba hasta qué punto era sostenible que su personaje siguiese con la sotana y le decíamos que hasta el final. Ese amor imposible, la tensión entre el deseo y el deber, era la base de su conflicto y si colgaba los hábitos se acababa”, añade. En las reuniones de guionistas dudaron de hasta dónde podrían llevar la historia de amor y la respuesta fue hasta el final, hasta la cama. Yagüe contaba con El pájaro espino entre sus referentes y justamente por eso pensaba que el tema ya estaba superado. Se equivocaba. Aunque los datos de audiencia fueron excelentes, también cosechó alguna polémica: “Me da un poco de risa, pero creo que tengo un veto explícito por parte de la Conferencia Episcopal, un día dejaron de contestar las dudas históricas de la mesa de guionistas”. Defiende que en su caso se escudaba en que era una historia de época, pero reconoce que representar esta figura del hot priest en el contexto de 2025 le genera muchas más dudas.

Yagüe le trasladó este debate a sus colegas guionistas y surgían dos posturas claras. Por un lado los que pensaban que era un mecanismo para poner en duda el poder de los sacerdotes. “Nada cuestiona más su autoridad que mostrarlos en toda su corporeidad”, explica . Convertir en objeto de deseo a una figura con tanto estatus es, en parte, una manera de desarticular el poder que históricamente han ostentado. Ese mismo mecanismo explica la fascinación de la comunidad LGBT con los hot priest como respuesta al discurso homófobo que parte de la Iglesia sigue arrastrando (es, casi, un subgénero dentro del cine porno gay y fue noticia hace más de una década que el papa Benedicto XVI bendijo, sin saberlo, a dos actores de cine para adultos que se hicieron pasar por seminaristas).
Por otro lado estaban los que creían que ensalzar la figura del cura, aunque sea solo estéticamente, es una manera de blanquear a la Iglesia en un momento en el que arrastra todavía muchas polémicas, como los incontables casos de abusos. Es decir, con una cara nueva y atractiva se acaba reafirmando su vigencia y su estatus. Entonces, ¿qué revela la fascinación actual del público y la ficción por los curas? ¿Un renacer en el interés religioso o todo lo contrario?

Víctor Albert Blanco, doctor especializado en Sociología de la Religión e investigador en la Universidad Autónoma de Barcelona, prefiere relativizar este supuesto momento religioso. “Todos estos productos culturales se pueden dar al mismo tiempo que avanza la secularización. Los creyentes ahora lo hacen de una manera más intensa, con mucha actividad en redes sociales, y muchas organizaciones religiosas intentan vincular este momento cultural con el auge del catolicismo, pero los datos indican lo contrario”. Para Blanco todo este debate se encuadra dentro de lo que en sociología se llama el paradigma de la secularización: “Antes se pensaba que la religión desaparecería de la vida pública pero en realidad se ha transformado y ha pasado a ocupar lugares distintos”.
Blanco defiende que los hot priest o la monjamanía de Rosalia no se vinculan necesariamente con un ascenso en el interés por la religión. De hecho, demuestran más bien lo contrario: reafirman el concepto del “catolicismo banal”, es decir, el proceso por el que el catolicismo pierde su lugar hegemónico e institucional para pervivir solo en la estética o en pequeños gestos arraigados en la cultura. Este cambio permite, por ejemplo, que se pueda frivolizar fantaseando con el alzacuellos y la sotana. Sin embargo, Blanco lamenta que, sobre todo en España, el auge de las asociaciones de extrema derecha y ultrareligiosas puedan frenar por medio de litigios legales todas estas expresiones culturales que cuestionan el papel de la religión. Quizá por eso un hot priest sea ahora más necesario que nunca.
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