Por qué cada vez más hombres se ponen pendientes tras los 40: “Ya no nos importa el qué dirán”
El ‘boom’ de los pendientes empieza a romper los estereotipos de la edad. Sea por una crisis existencial, como promesa de futuro o por simple estética, los hombres que han dejado atrás la juventud tienen cada vez menos miedo a las perforaciones


No es ningún misterio que el pendiente masculino está de moda. En las alfombras rojas, actores como Jacob Elordi o Paul Mescal lo han convertido en un complemento imprescindible. En las calles, estos dos anteriores entrarían dentro de la categoría de los hombres de “el arete y la mullet”, corte de pelo que deja los laterales cortos y la parte trasera larga. La clasificación viene de un audio viral de hace años, pero ha conseguido crear un arquetipo del joven moderno que persiste al paso del tiempo. Ahora es lo que se conoce como el hombre performativo, que cuida cada aspecto de su estética con la intención de hacerse notar. De cualquier manera, está claro que ese pequeño aro, un complemento sin mucha ostentación, pero perfectamente distinguible, lleva años rompiendo todo tipo de barreras. También las de la edad.

Empecemos por esas mismas alfombras rojas. Que la madurez es el mejor momento para lucir el pendiente lo lleva años demostrando Harrison Ford. Ya pasados los cincuenta, al actor le entró envidia de dos amigos que llevaban pendiente y después de comer con ellos entró al primer lugar que hacía piercings y se perforó el lóbulo. “Al llegar a casa mi hijo de 9 años me preguntó si se podía hacer uno y yo le dije: ‘Claro, cuando tengas 55 años”, contaba el actor de 83 años hace tiempo en el show del cómico Jimmy Fallon.

Ford siempre ha defendido el punto libre y distintivo que el pendiente le da a su apariencia física, sobre todo cuando uno ya se empieza a peinar las canas. Detrás vendría una larga lista de fieles defensores como Morgan Freeman, de 88 años. En su caso, explicaba en sus propias redes sociales, que lleva pendientes siguiendo la tradición de los piratas, forjados con oro para que, de morir fuera de casa, se puedan vender y costear con ellos los gastos funerarios. Tomo la inspiración del personaje de Burt Lancaster en El temible Burlón (1952).

Fuera del cine, hay aún más ejemplos, sobre todo en la música. Keith Richards podría ser el máximo representante del pendiente en el rock. Pero todos ellos siguen una misma vertiente: el arquetipo del hombre bohemio que busca romper los cánones sociales con el pendiente. Esa figura va desde el pirata al rockero y no es el único prejuicio establecido que arrastra el pendiente. En otra vertiente, sigue también cargando con la concepción de que está relegado exclusivamente a los hombres homosexuales. Desde los años sesenta muchos hombres de la comunidad LGTB los empezaron a utilizar en la oreja derecha como una seña de identidad, pero hace años que esa uso quedó atrás. La verdadera cuestión es si, fuera de estos compartimentos estancos y de la impunidad de la fama, el boom del arete se está generalizando en todos los estratos sociales. Es decir: ¿ha dejado de asociarse a determinados grupos para convertirse en un complemento que todos los hombres puedan lucir sin llamar la atención sobre sí mismos, o sobre su edad?

Juan B., de 53 años, no tiene ninguna duda. “Ahora se está normalizando mucho. Yo me lo hice este verano y mucha gente pasó semanas viéndome a diario sin darse cuenta de que lo llevaba”, explica. De pequeño había fantaseado con el aro de los piratas (lo veía “peligroso y atrevido”), pero nunca le había dado más vueltas. Tampoco lo pensó mucho cuando se animó a dar el paso. “Me decidí porque quería dejar de fumar. Mi hija y mi mujer se iban a hacer un pendiente y me animaron a acompañarlas. Pensé que era una buena idea. Así, cuando me diesen ganas de fumar, me lo podría tocar y sentir su apoyo”, explica. A lo largo de su vida ha tenido distintos trabajos (pintor, pianista...) y asegura que no cree que en los ambientes en los que se mueve le miran distinto por llevarlo. “Y si lo hacen, me da igual”.
Borja M., periodista de 43 años, también tiene reciente su primer pendiente, pero recibe muchas más reacciones en su entorno. “La miradita de sorpresa de alguien que hace mucho que no veo siempre me pilla de sorpresa. Me da vergüenza tener que estar dando explicaciones y cuando la gente me pregunta siempre digo que fue una crisis de edad, en plan sarcástico, pero obviamente hay algo de verdad en ello”, cuenta. “Cuando yo tenía 20 años, el arete tenía otras connotaciones, quizá era un elemento más restringido que ahora, vinculado a ciertas tribus urbanas, actitudes, estilos de vida”. Llevaba tiempo queriendo hacerlo, pero tenía miedo de que los clientes de su anterior trabajo cambiasen la impresión que tenían de él simplemente por el aro. Una noche se comprometió a hacérselo con dos amigos, 51 y 41 años, y a los dos días se lanzaron a perforarse el lóbulo. “En muy poco tiempo ha cambiado la sociedad, la moda y mi forma de ver las cosas. De alguna manera nos estamos apropiando de los nuevos códigos de la juventud. O nos resistimos a dejar de considerarnos jóvenes. Espero no dar mucha vergüenza desde fuera, como los calvos que llevan coleta”, añade.

El periodista Robert Amstrong dedicaba hace unas semanas una columna de opinión en el Financial Times a esa misma inquietud. La titulaba ¿Debería volver a ponerme un pendiente con 54 años? y en su caso reivindicaba el pendiente como una manera de darle una vuelta a su estética y acercarse al campo más inexplorado en el estilo del hombre: la joyería. “Cuando era joven, e imprudente, llevaba dos pendientes, pero me los quité cuando empecé a hacer entrevistas de trabajo. Ahora estoy pensando en volver a ponérmelos. El contraste con el resto de mi estilo, más clásico, sería muy interesante y me encantaría que la gente intentase adivinar qué secreto me traigo. No tengo ninguno y allí está justo la gracia”, escribía. Como señala Amstrong, a un pendiente, sobre todo si está unido a un perfil que hace unos años hubiera renegado de él, le sobrevuela siempre la cuestión de si esconde un gran motivo detrás. ¿No puede ser simplemente estética?
Perforar el pasado
Desde el centro Piercings Madrid, Ale Domínguez recuerda que las perforaciones, desde su origen hace siglos, arrastran un pequeño sentido de ritual que es casi inevitable. “Marcan un antes y un después en la vida. Suele ser algo que llevan tiempo esperando. Hay nervios, dolor y todo eso se canaliza con la perforación. Una vez está hecho, cada vez que lo ves te recuerda al motivo por el que te lo hiciste”, explica Domínguez, piercer y propietaria del estudio. La jubilación, el cambio de pareja o tener por fin un trabajo estable son los motivos que animan a muchos a acercarse al pendiente. Eso y el gigantesco cambio en la percepción social del pendiente que, según comparte, ha multiplicado exponencialmente el número de clientes, sobre todo aquellos mayores de 40 años.

Entre esta nueva franja de clientes Domínguez encuentra una clara diferencia. Frente a los más jóvenes, que buscan vincular las perforaciones a sentidos y cambios más profundos, los mayores suelen justificarlo más por motivos estéticos y luego descubren todos los significados que tienen detrás. Casi todos se acercan con distintas variaciones del mismo argumento: “es una idea que había tenido toda la vida, pero no se atrevían a hacerlo por el qué dirán”. Y ese es un motivo tan bueno como cualquier otro. Nada marca un antes y un después tan claro que el hecho de que te deje de importar lo que opinen de ti.
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