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Las mil vidas de Pedro Mari Sánchez: “Me daba rabia que me llamaran guapo”

Aunque su carrera se extiende casi tanto como su vida, aquel niño adorado, aquel efebo deseado y este actor respetadísimo sabe que el trabajo no lo es todo. Ni siquiera el de alguien que pudo decirle que no a Hollywood

Hay que coger aire antes de enumerar los puntos más suculentos de la trayectoria de Pedro Mari Sánchez: niño prodigio de la canción, benjamín robaescenas en La gran familia, ídolo adolescente, habitual de Estudio 1, mito erótico, intérprete teatral en ascenso, cuerpo del deseo en el Rocky Horror, cantante pop, voz escogida por Stanley Kubrick, intérprete teatral consagrado, actor de culto con Eloy de la Iglesia, productor de espectáculos arruinado una, dos y hasta tres veces, intérprete teatral de alcance internacional, protagonista de un corto nominado al Oscar, rostro televisivo, conferenciante enamorado de la palabra. Existencias múltiples, pero engarzadas en una vida que está por encima del currículo.

“El cine y el arte están muy bien, lo que hacemos merece toda nuestra implicación y todo nuestro compromiso, pero es más importante vivir”, resume un hombre sosegado a punto de cumplir 72 años, delante de una infusión endulzada con sacarina. Durante hora y media de charla, este manchego por los pelos (nació en Ciudad Real pero la familia se trasladó a Madrid cuando contaba once meses) convoca docenas de instantes de esos con los que cualquiera con más ego se vanagloriaría una tarde entera. No es el caso de Sánchez, que tan pronto como a los doce años se permitió plantar a Hollywood para tener algo tan mundano y tan valioso como “una infancia”. Un reciente susto cardiaco le ha confirmado que no carga con arrepentimientos de peso, y le ha confirmado que las ganas y la pasión por el oficio permanecen intactas. En cualquier caso, empecemos por la salud.

¿Cómo va ese corazón? He tenido un susto este enero pasado, pero con una gran fortuna. Estando en Tenerife, de donde es mi mujer, me empecé a encontrar mal. Me ahogaba, sentía una esfera que crecía dentro de mi pecho. Nos pusimos en marcha y muy rápidamente me diagnosticaron una angina de pecho inestable, en la misma exploración me colocaron un stent porque tenía un 99% obstruida la arteria ascendente anterior. No llegué a infartar y esa es la gran suerte, porque ese punto por lo visto es letal para los hombres. Podía haber muerto en cualquier momento.

¿Le ha cambiado la visión de las cosas? Estoy todavía atravesando el duelo de un hecho tan importante, porque ese día casi ni me enteré. Bajé al quirófano y en cuestión de cincuenta minutos volví a subir ya arreglado, saludando a todo el mundo como loco en la silla de ruedas. Cuando baja la euforia de haberte salvado, empiezas a replantearte la vida. En mi caso, me ha servido para quitarme cierto pudor que parece obligado en esta profesión. Siento que este tiempo me lo han regalado y quiero usarlo en cosas que me apetezcan de verdad. Cumplo 72 años en enero y estoy ilusionado por hacer más cine, aunque no deje el teatro.

Sus créditos en el cine son muchos, pero en gran medida como niño y adolescente. ¿Ha echado en falta más ofertas?Empecé haciendo cine y televisión, pero llegó un momento en que los papeles que me ofrecían en teatro eran mucho más interesantes. Después el cine y yo hemos ido cada uno por nuestro lado, pero siento que nos debemos encontrarnos de nuevo. La inestabilidad forma parte de este trabajo, tengo la suerte de tener un ánimo sorprendente ante esa incertidumbre, y mira que me he arruinado tres veces produciendo funciones. No tengo el menor resentimiento, cuando las cosas no han salido económicamente me he llevado la satisfacción de trabajar con todo el mundo con el que he querido.

Empezó siendo un crío, ha tenido que haber momentos de todo tipo. He vivido muchas vidas. Me ha tocado hacerlo desde niño, así que ya mi infancia es multifacética. Pero aunque empecé a trabajar, mis padres me permitieron ser niño, no dejaron que me organizaran la vida solo en torno al trabajo. Con el paso de los años, veo que el cine y el arte están muy bien, pero es más importante vivir. Soy un chico de familia obrera, trabajadora, con conciencia de clase, que la he tenido toda la vida. No me confundo, soy un trabajador de esto por mucho que si lo que hago se hace bien estés haciendo arte. Eso lo tienen que juzgar lo demás.

¿Se libró de la maldición del niño prodigio? Protagonizó una película con Marisol, que ya de mayor ha llegado a contar su infancia de pesadilla. Lo que determinó que yo pudiera ser niño es que mis padres no consintieron en darme en exclusiva ni me marcaran una agenda. Hay personas a las que les robaron la infancia. Tuve mucha suerte: mis padres no quisieron hacer de mí la vaca lechera. Ellos estaban muy ilusionados, imagínate para unos padres trabajadores tener un hijo artista. Pero hasta ahí. Incluso cuando les ofrecieron un gran contrato, teniendo yo doce años y tras haber hecho alguna película en coproducción con Estados Unidos. Les propusieron que me fuera a vivir allí pagando una pasta, poniéndome institutriz, pagándoles cuatro o cinco viajes al año para que fueran a verme… Ellos dijeron: el niño tiene doce años, tiene que estar con su familia. Y menos mal, porque mira los ejemplos, mira a Macaulay Culkin, Drew Barrymore. ¿Que mi carrera hubiera sido otra? Seguro. Pero me reafirmo en que la vida es más importante que el cine.

¿Cómo le descubrieron? Unos tíos míos eran feriantes, y todos los veranos hacían gira con su látigo y su casa de tiro. Mis padres me mandaban con ellos desde los tres años, y ya entonces me disfrazaban y me hacían fotos. Tengo imágenes divertidísimas vestido de torero, de lo que sea, cantando y animando el puesto. De alguna manera todo me estaba llevando al espectáculo. Empecé a ir a concursos, a festivales. En el barrio se decía “este niño tiene que ser artista”, había un sentimiento colectivo sobre mí. Sin ser un barrio de pobreza extrema, sí era humilde, y cada cosa buena que me pasaba es como que les pasaba a todos. La música era una vía de escape, más si cabe los artistas infantiles.

Se empezó a correr la voz e iba de un lado a otro cantando canciones mexicanas, pero no populares, me las hacían exprofeso para mí. Y allí tienes a ese renacuajo compartiendo escenario con Lola Flores, Carmen Sevilla, Estrellita Castro, Lolita Sevilla. En un festival de los grandes, Pedro Infante les ofreció a mis padres su mariachi para que cantara conmigo después de verme en un ensayo. Así que cuando empecé a hacer cine en realidad ya llevaba muchas actuaciones a las espaldas.

Y qué manera de entrar a la gran pantalla. Los dos primeros créditos de Sánchez son dos de las películas españolas más icónicas del siglo XX: La gran familia y Atraco a las tres. En una de sus galas como niño cantante, Estrellita Castro recomendó a los padres de Sánchez que fueran a ver a Pedro Masó, que estaba “preparando una película con muchos niños”. Nada más ver al rubito Pedro Mari, el productor le adjudico el papel de Críspulo, el pequeño de los nietos de Pepe Isbert, tan pillo como encantador. Tras ver un copión de la cinta, José María Forqué se inventó un personaje infantil para incluir al nuevo niño prodigio en la comedia sobre el atraco más famoso del cine español, que aunque grabada más tarde se acabó estrenando antes.

Muchos intérpretes infantiles dejan de trabajar cuando dan el estirón, pero no fue el caso. El querubín se transformó en un efebo de una belleza mitológica, por mucho que Pedro Mari Sánchez no quería ser solo guapo. Mientras encontraba “su discurso como intérprete”, dio en la televisión y en el teatro con papeles más interesantes de los que le ofrecían en el cine. Eran los años del destape, fenómeno que de alguna manera le alcanzó: “Me desnudaban cada dos por tres”.

¿Es peligrosa una adolescencia siendo actor de éxito, y además tan guapo? Yo atravesé la pubertad con mucho pudor, tenía un cuidado extremo para no creerme nada. Jamás he ejercido de famoso, por decirlo así, ni he presumido nunca de si ligaba más o menos. En mi adolescencia estaba en realidad bastante asustado, era muy tímido. Profesionalmente bajó mi actividad, porque había menos papeles para esa edad, eran de niño o ya de galán joven. Y además yo no era el prototipo de galán español, alto y moreno, sino un rubito muy guapo, aunque por entonces me ponía de los nervios que me lo dijeran.

¿Y eso? Me daba un gran complejo. Me lo decían todo el rato, pero en vez de considerarlo una suerte y un activo para un trabajo que depende tanto de la imagen, me lo tomaba como un prejuicio hacia mi valía intelectual. Malinterpretaba que repetirme lo guapo que era significaba que el trabajo me venía por eso, no por mi inteligencia o porque era buen actor.

Quizás es que la belleza es lo primero que se ve. Y en su caso era una belleza… irreal. Mi mujer me lo dice: Pedro, no te puedes creer cómo eras. Me acuerdo de una entrevista que me hicieron en televisión, y la persona que me estaba entrevistando estaba nerviosita perdida. Incluso años después algunas compañeras y compañeros me han dicho que tenía una presencia turbadora, que realmente les afectaba. Y yo fíjate, toda la vida sin ser consciente y más bien huyendo de eso.

¿Se considera pudoroso? En el trabajo no he tenido ninguna vergüenza. Es otra vida, un juego que se ha de tomar muy en serio pero que no deja de ser un juego. Hubo una época en la que me desnudaban cada dos por tres, que a mí no me importaba, pero es que no aportaba nada a la historia. Eran los años en los que nos queríamos quitar la represión de encima cuanto antes, y no siempre de la manera más inteligente.

Usted fue el objeto de deseo de la adaptación española del Rocky Horror Show, cuya versión cinematográfica acaba de cumplir cincuenta años. Esa es la excepción, una obra maravillosa. Fue en septiembre u octubre de 1974, en la sala de fiestas Cerebro Music Hall. El productor no se atrevía a llevarlo a un teatro porque creía que no iba a pasar la censura. El espectáculo en realidad era muy naif, si uno lo viera ahora le daría la risa. Pero sí que se jugaba con: tú qué bueno estás, tú no me harías esto y lo otro, y una chica que cantaba toca-toca-tócame. La música era cojonuda, no ha envejecido nada. Y más aún las versiones originales, en la película creo que perdieron parte de la pólvora que contenían.

Esta fue la primera adaptación de la función original de Londres, se hizo en Madrid antes incluso que en Estados Unidos. Teddy Bautista reunió unos músicos estupendos: el teclista era el de Triana, estaba Mayra Gómez Kemp que cantaba como dios, estaba Adolfo Rodríguez, que luego formó Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, estaba Raquel Ramírez que cantaba como Janis Joplin… El papel de Frank’n’Furter lo estrenó Alfonso Nadal, un artista zaragozano que tenía una amplia trayectoria de cabaré, y yo lo hice un tiempo, además de hacer a Rocky.

¿Cómo era el público de esa función, todo un tótem de la cultura queer, estrenada aún en dictadura? Había de todo. Mucha gente entregada de antemano, la que se convertía sobre la marcha, y la gente que estaba indignada pero volvían un día y otro día y otro día para mostrar su indignación. Había progres con sus patillas, había hippies con pata de elefante, había gente muy trajeada… Recuerdo un grupo de caballeros que vinieron como veinte veces y se colocaban siempre en la misma mesa. Uno de ellos era un personaje muy conocido de rancio abolengo, que públicamente se expresaba con muchas reticencias morales. Espero que aprendiera algo, aunque tengo pocas esperanzas en que determinado espectro de personas evolucione. Por cierto, haciendo el Rocky Horror me pilló la huelga de los actores.

¿Cómo la vivió? El día que se inicia la huelga yo tenía dos funciones, eran a las once y a la una y media. Antes de empezar la primera vienen a buscarme un grupo de compañeros, Ana Belén, Tina Sainz… Me dicen: Pedro Mari, ¿vais a parar? Yo no sabía ni de lo que estaban hablando. Les respondí que antes de parar necesitaba enterarme bien del asunto, y la función estaba a punto de empezar. Si me la iba a jugar, quería saber por qué. Como nosotros éramos del teatro frívolo, no habían venido antes a informarnos. Pero nos unimos, hicimos la primera función pero la segunda ya no, y me fui donde estaba la gente reunida. Es lo que hizo que me acabara de caer del guindo.

La conciencia de clase ha acompañado al intérprete en sus infinitas tareas. Porque Pedro Mari Sánchez lo ha hecho casi todo en su profesión, desde doblaje (fue escogido personalmente por Stanley Kubrick para doblar al castellano al protagonista de La naranja mecánica) hasta la zarzuela, pasando por levantar como productor proyectos teatrales y hasta lanzar un disco de éxito. Fue en 1979, se llamó Encuentro y, escuchado hoy, considera que “sigue estando muy bien”. El manchego quería hacer “un segundo mucho mejor, pero literalmente no me dejaron. La discográfica se empeñó en que fuera un producto para fans, en el peor sentido, y me negué”. Unos principios morales que han marcado la carrera de un hombre que teniendo apalabrada una película prefirió mantener su compromiso ante la oferta de un evidente bombazo televisivo. Al menos era una película de culto.

¿Qué trabajo en cine le ha marcado? Tengo que decir varios. Me marcó La gran familia, claro, por ser la primera y porque es una película deliciosa que incluía una sutil crítica social sobre aquello que oficialmente defendía la historia. Para mí fue comprobar que el cine era el gran juego, uno que compartíamos niños y adultos, y eso era maravilloso. También me quedo con Esposados, el cortometraje de Juan Carlos Fresnadillo nominado al Oscar. Me siento muy parte de ese proyecto, porque siempre que me han dejado he participado en los diálogos, y esa ocasión me quité mucho texto. Entendía que el personaje ganaba en potencia así. También me ha gustado mucho hacer el personaje que Elvira Lindo escribió para mí en Alguien que cuide de mí. Digo que lo escribió para mí porque me lo ha dicho ella. Un hombre homosexual que tiene una historia de amor y generosidad profunda con una mujer desde hace muchos años. Un personaje muy conmovedor.

¿No menciona Otra vuelta de tuerca, de Eloy de la Iglesia? Ah, es verdad. Fue una película muy complicada. Sin haber firmado todavía me llamó Antonio Mercero para hacer Turno de oficio, la serie que luego hizo Juan Echanove. Sabía que iba a ser un éxito y me pagaban un dineral, pero había dicho que sí a la peli y mantuve mi palabra. El guion era estupendo, era como un laberinto que planteaba distintas entradas y distintas salidas. Pero durante el rodaje Eloy de la Iglesia se empeñaba en reducir eso, empobreciendo al personaje. Me pedía sobreactuar, cosa que he odiado toda mi vida. Fue un rodaje duro, Eloy andaba muy crispado. Y eso que yo estaba muy comprometido con la película, hasta el punto de que recomendé al director de arte, que fue el que transformó ese palacio, que no sabes cómo estaba antes de rodar.

Hoy es una película de culto. Es una peli maltratada en su día que ha mejorado con el tiempo. Estoy contento de haberla hecho, era una historia que dependía de mi personaje, y eso hay que sostenerlo, y encima en un rodaje así. Me sabe mal, pero me enteré con el tiempo de que Eloy iba diciendo que lo que pasaba es que yo tenía problemas con hacer de homosexual. Cosa ridícula, porque he hecho no sé cuántos a lo largo de mi vida. El problema era otro, que él estaba muy enganchado al caballo.

¿Qué suponía eso a la hora de trabajar? Él estaba con José Luis Manzano en el hotel y se acostaban a las cinco de la mañana, a veces venían con golpes y todo. Y durante el día quería de alguna manera exorcizar todo eso. Lidiar con alguien que por su estado necesita ver una sobreactuación para entender lo que estás contando fue muy complicado. Repetíamos 20 o 30 tomas, hasta que conseguía hacerlo de una manera con la que él tragaba. Lo cuento porque esa es la verdad, ni mucho menos había un prejuicio mío, que estaba haciendo el Rocky Horror con 20 años. Si llego a hacer lo que me pedía Eloy la película hubiera sido un desastre, no se hubiera sostenido. Con el tiempo estoy contento, porque él en esos momentos hablaba un lenguaje enloquecido, y yo considero que tiraba de la película hacia lo que él realmente quería hacer.

¿Se arrepiente de algunas decisiones de su carrera? Me hubiera gustado decir que no a cosas que no tenían el menor interés. A veces sí me he preguntado por qué me pondría yo a producir teatro, o qué habría pasado si hubiera hecho Turno de oficio. Pero no es lo importante, lo importante es que he sido muy afortunado y he hecho de todo.

¿Qué imágenes se llevará de su carrera? Me llevo momentos como vivir doce minutos de aplausos en Mérida haciendo El príncipe constante, estrenar en Cuba La divina Filotea, matarme de la risa con Juan Echanove precisamente, ensayando El público de Lorca en Milán… Pero todo eso no es más importante que los momentos personales, entre los que tengo que destacar el día en que me casé con Ana, mi actual mujer. Fue el culmen de una historia muy bonita, porque nos habíamos conocido veinte años atrás y después nos reencontramos.

Suena a guion de comedia romántica. Y todavía hay más, porque resulta que de jovencita llevaba fotos mías en la carpeta…

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