“Es como fingir y jugar”: Jeff Bridges, el actor que empezó sin quererlo y acabó siete veces nominado al Oscar
Hijo de un gran secundario de Hollywood, Bridges quería ser pintor y músico, pero su talento natural y su olfato para los papeles lo convirtieron primero en actor y después en estrella. ‘Tron: Ares’ es el último título de una filmografía única en Hollywood


Quizás tan solo haya un actor que pueda competir con Keanu Reeves por el título de actor más majo de Hollywood. También podría hacerse fácilmente con el premio al más carismático, al atractivo de una manera indolente, a pelazo y a eso que algunos llaman “tener rollo”. Jeff Bridges (Los Ángeles, 75 años), el dueño de todos esos atributos, nació literalmente en Hollywood y debutó en el cine siendo un bebé, pero mucho antes de que la gente hablase de los privilegios de los nepobabies, de los que él es consciente.
75 años después sigue en plena forma. Acaba de estrenar Tron: Ares, una nueva entrega del clásico que protagonizó en 1982, y continúa escribiendo música para su banda The Abiders. Su larga carrera incluye éxitos en todos los géneros y ha recibido el aplauso del público, el cariño de sus compañeros (a los que suele fotografiar con la Widelux que siempre le acompaña en los rodajes) y también de la crítica. Hasta la más estricta, Pauline Kael, sucumbió a su encanto y dijo de él que era “el actor de cine más natural y menos consciente de sí mismo que haya existido”.


Siempre camaleónico y magnético, ya sea en su versión dulce o macarra, es uno de esos actores a los que no puedes ignorar aunque estén al fondo del plano. Y también es humilde a pesar de su grandeza. Nunca pretende anteponer su opinión. “Incluso antes de empezar a rodar. Leo lo que dicen de mi personaje. Y luego cuento con el director para que me ayude a trascender. No tengo ideas. Hago todo lo posible por anteponer la opinión del director a la mía”.
A Bridges ha vuelto a traerle a la actualidad la nueva Tron, pero también el regreso (a medias) de uno de sus personajes más recordados: El Nota de El gran Lebowski (1998). Sucedió cuando la promoción de Tron le llevó al programa de Jimmy Kimmel. Él fue uno de los primeros invitados tras el parón ocasionado por las presiones de la administración Trump, y el presentador aprovechó para pedirle que utilizase la sabiduría de su icónico personaje para tranquilizar un poco a una sociedad tan polarizada y excitada. Bridges se puso la chaqueta del personaje, unas gafas de sol y, con un Ruso blanco sobre la mesa, el cóctel inseparable de su personaje, dio un discurso: “Hola, mundo, aquí el Nota. Bueno, eh, sí, tío. ¿Podemos calmarnos todos, joder? Vamos, hombre. Me refiero a todas las guerras, las peleas, las cancelaciones. Vamos, relajémonos, tío. Vamos, bajemos el tono. ¿En qué estamos? ¿En un nueve? Deberíamos estar en cero. O en cero y medio como máximo”. El público entró en delirio. Pese a que ahora sea una obra de culto cuyo valor nadie cuestiona, su recaudación fue moderada (aunque luego se convirtiese en un éxito en videoclubs y en las televisión) y los críticos la consideraron menor respecto a la anterior obra de los Coen, la oscarizada Fargo. Fue algo inesperado para él. “Pensé que iba a ser un gran éxito”, reconoció a The Hollywood Reporter. “Me sorprendió que no tuviera mucho reconocimiento. La gente no la entendió, o algo así”.
Nadie puede imaginar a otro en su papel, pero estuvo a punto de rechazarlo. “Mi primera impresión fue que era un guion genial y nunca había hecho nada parecido”, reconoce. “Pensé que los Coen me habían espiado cuando estaba en el instituto”. Era tan él mismo que casi toda la ropa que luce en la película era suya. Sin embargo, pensó en rechazarlo por miedo a cómo podría repercutir en sus hijas que interpretase a un fumeta. Temía tanto ser un mal ejemplo como que se burlasen de ellas. “Siendo hijo de una celebridad, sé lo que es eso para un niño”. El Nota es un personaje para la historia del cine, pero solo representa una parte de la filmografía deslumbrante de un actor que tardó en tener claro que quería serlo.
El hijo de los Bridges
Bridges es hijo de la actriz Dorothy Bridges y de Lloyd Bridges, secundario de fuste y estrella televisiva en los sesenta. Para el gran público es el tipo que eligió un mal día para dejar de fumar, beber, tomar tranquilizantes y oler pegamento en Aterriza como puedas, por citar un título en una trayectoria que incluye clásicos como Solo ante el peligro. Fue además un miembro del Partido Comunista que estuvo en la infame lista negra de McCarthy. Los Bridges siempre fomentaron el amor por la interpretación de sus hijos: Jeff, su también hermano Beau y su hermana Lucinda. Hubo un cuarto Bridges que falleció de muerte súbita poco antes de que Jeff naciese.

Nacer en una familia de actores provocó que debutase en pantalla siendo un bebé. “Mi padre me dio mi profesión. En mi primer trabajo tenía seis meses. Luché contra eso durante mucho tiempo porque no quería ser producto del nepotismo”. Pero era un niño y acabó cediendo. Cuando surgió la oportunidad de que apareciese en Sea Hunt (1958-1961), la serie que protagonizaba, se lo ganó diciéndole que era una manera de ganar dinero y comprar juguetes después de la escuela. “¡Me estaba enganchando!“, bromeó en Vanity Fair. Aceptó y luego reconoció que era divertido. “Es como fingir y jugar”.
A pesar del entusiasmo familiar, no lo tenía claro. Ni siquiera cuando recibió la primera de sus siete nominaciones al Oscar por la melancólica La última película (1971) de Peter Bogdanovich. Tenía tan solo veintiún años y aquel Hollywood era muy distinto al que conocemos ahora. “Recuerdo haber recibido la nominación sin hacer campaña, nada de eso. Me desperté a las seis de la mañana y alguien me dijo: ‘¡No puedo creerlo! ¡Estás nominado!“. A pesar de ello, seguía teniendo dudas: él quería pintar, quería ser músico y su padre le dijo lo obvio: que dedicándose a la interpretación podría hacer todas esas cosas.
“No divorciarse”
Los grandes directores lo reclamaban. Rodó Un botín de 500.000 dólares (1974) de Michael Cimino junto a Clint Eastwood, y repitió con el cineasta en la bellísima La puerta del cielo (1980), la película que hundió United Pictures y acabó con la era de los directores estrella en Hollywood. Guarda un gran recuerdo de aquel momento: “Cuando se estrenó La puerta del cielo muchos críticos la calificaron de fracaso, de desastre. Bueno... es su opinión. Para mí y para muchos otros es una obra maestra y su belleza crece con cada nuevo visionado”.

En medio de ambos rodajes tuvo lugar el suceso más trascendente de su vida; durante la grabación de Vidas sin barreras (1975) en Montana conoció a Susan Geston, su mujer desde hace casi medio siglo. Ella trabajaba en el hotel y apareció con los ojos morados y la nariz rota por un accidente. Fue amor a primera vista. No podía apartar los ojos de ella y le pidió una cita; ella le dijo que no, pero lo acompañó de un lacónico aunque esperanzador: “Es un pueblo pequeño. Tal vez te vea por ahí“. Años después, el maquillador de la película encontró entre sus recuerdos una foto que le envió al actor; había inmortalizado justo el momento en el que ella le había rechazado.
“Así que tengo una fotografía de la primera palabra que mi esposa me dijo, que fue no”. Son uno de los matrimonios más sólidos de Hollywood y para él el secreto es sencillo: “No divorciarse”. De su amor por Geston ha dicho: “Cada vez es mejor, más intenso y hermoso. Es una locura. Aquí sigo con mi novia”.
Ha tocado todos los géneros. Fue el galán de la debutante Jessica Lange en el King Kong (1976) de Dino de Laurentiis y se paseó por un buen número de thrillers ochenteros. Acompañó a Glenn Close en Al filo de la sospecha (1985), a Jane Fonda en A la mañana siguiente (1986) de Sidney Lumen y a Kim Basinger en Nadine (1987). En el género fantástico firmó dos clásicos, Starman (1984), que le proporcionó su primera nominación al Oscar como actor principal, y Tron (1982), la primera de una saga que sigue activa. Y siguió sumando grandes directores a su filmografía; rodó con Coppola Tucker, un hombre y su sueño (1988), y con Terry Gilliam El rey pescador (1991) y Tideland (2005). De la primera recuerda las largas, pero divertidísimas, horas de rodaje y las improvisaciones de Robin Williams que Gilliam alentaba. También estuvo en una de las imágenes más recordadas del cine de finales de los ochenta: Bridges tocando el piano mientras Michelle Pfeiffer interpreta Makin’ Whooppee en Los fabulosos Baker Boys (1989), donde compartió protagonismo con su hermano Beau.


En su filmografía no falta tampoco el inevitable título de superhéroes de toda estrella veterana, propuestas que llenan sus arcas con cantidades que jamás imaginaron ver en un cheque a su nombre y a la vez dan empaque a las producciones. Se rapó la cabeza para ser el malvado Obadiah Stane de Iron Man (2008), la primera, la que dio el pistoletazo de salida al Universo Cinematográfico de Marvel: “Soy muy parcial, pero creo que la nuestra fue la mejor”. No se esperaba el fenómeno que llegaría después, pero no reniega de él. Cuando se le pregunta por la opinión de Scorsese sobre que eso no es cine, responde salomónico: “Creo que hay espacio para ambos”.
Ganó el Oscar en la categoría principal por su papel de Bad Blake, un cantante country de los años setenta en plena decadencia artística y personal, en Corazón rebelde (2009), donde ofreció una interpretación magistral. “Es creíble y querible, patético y seductor, buscavidas y digno. Es estilo, sutileza, magnetismo, humanidad. Hasta canta bien”, sentenció Carlos Boyero en su crítica en EL PAÍS.


Volvió a rondar la estatuilla metiéndose en el personaje que previamente había interpretado John Wayne en Valor de ley, el borracho e irascible “Rooster” Cogburn, y resultó de nuevo nominado como mejor secundario por Comancheria (2016).
El hombre que no tenía claro si dedicarse al cine ha dedicado su vida a él, aunque también ha tenido espacio para la televisión. Protagonizó durante dos temporadas The Old Man. A pesar del éxito de crítica, Disney confirmó hace meses que no tendría una nueva temporada.

Durante su grabación tuvo problemas de salud graves. “Durante la gran escena de pelea en el primer episodio tenía un tumor de 22 por 30 centímetros en mi cuerpo, una masa en mi estómago que recibía golpes de esa manera y ni siquiera era consciente de ello”, dice. No lo supo hasta que la producción se vio forzada a parar por el covid. Descubrió que tenía linfoma no Hodgkin y el tratamiento funcionó. Sin embargo, su sistema inmunitario quedó seriamente dañado y cuando contrajo Covid un par de años después, creyó que no sobreviviría. “Esas cinco semanas en la unidad de cuidados intensivos hicieron que el cáncer pareciera nada. Me pateó el culo”, explicó a The Independent.
No se rindió, “porque una de las cosas que la enfermedad me hizo darme cuenta es cuánto amo estar vivo”. Tampoco bajó el ritmo. Todo lo contrario: se planteó que con 73 años lo que debía de hacer era pulir algunas melodías que tenía en el cajón. Y seguir haciendo películas, aunque sigue sin estar convencido de ello. Él preferiría pintar y hacer fotografías, otra de sus pasiones, pero Hollywood paga mejor. Bridges es tan sabio como El Nota.
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