“Te llevas algún porrazo, pero te da mucha vitalidad”: ¿es posible aprender kárate pasados los 40 años?
Muchas personas que han superado la cuarentena se plantean formarse en artes marciales, pero temen que su físico no dé la talla. Los profesionales, sin embargo, tienen argumentos a favor


Un día de 2020, Sònia Martínez Gaona se preguntó: “¿Y si ya soy una señora y me tengo que dedicar a hacer croquetas?”. Integrante de “las heroínas invisibles que limpian escaleras”, como ella describe su oficio, pertenece a otro colectivo en cierto modo silenciado, el de las personas maduras que dan el paso de aprender kárate desde cero. Martínez Gaona, de Premià de Mar (Barcelona), atiende a ICON el día en que cumple 47 años. Hace un lustro, durante el confinamiento, despejó ese falso dilema entre croquetas y artes marciales para sumarse a las clases de kárate que su hija de cinco años recibía por videollamada. El gusanillo le picó antes. De pequeña, quiso apuntarse, pero su madre no le dejó. “Eran otros tiempos, había cosas de niños y niñas. Me apuntó a gimnasia rítmica y me pasé un mes sentada en una esquina de brazos cruzados, en rebeldía. Encima daban kárate en la clase de al lado al mismo precio, ¡yo no entendía nada!”, recuerda.
“Tienes que remontarte a los ochenta, con Karate Kid [1984] y las pelis de Van Damme. Salías al patio del colegio y todo el mundo hacía la grulla [la patada estelar del niño de la película]”. Sonia cuenta que inscribió a su hija en el gimnasio al que su madre le había negado ir, “para transmitirle que, si ella quería, podía”. Encerradas por la pandemia, sintió que “una pequeña puerta se abrió” mientras practicaban en el salón de casa las secuencias de movimientos conocidas como katas. “A mi pareja de entonces, ahora exmarido, le pregunté qué le parecía si me apuntaba a kárate. La respuesta fue la misma que la de mi madre, que no era para mí. Te lo dice tu madre con diez añitos y aceptas a regañadientes, pero con cuarenta y tantos, toda una vida hecha y en los tiempos que estamos, pues no”. En este momento, está en el tercero de los diez grados kyū (se va del décimo al primero, en progresión ascendente), a las puertas del cinturón marrón.

Con el reciente estreno de Karate Kid: Legends, sexto largometraje de la saga, muchos nuevos niños y niñas, como Sonia en su día, estarán fantaseando con apuntarse a kárate (aunque, en puridad, lo que el personaje de Jackie Chan enseñe sea kung-fu). Puede que algunos adultos también. Precisamente, otro título que ha llegado este verano a España a través de Prime Video es el documental Looking For Mr. Miyagi, de 2014 pero inédito en nuestro país, donde el director de cine David Liban recoge sus propios progresos en el kárate tras apuntarse con 46 años. Pese a promocionarse como equivalente marcial a Super Size Me (2004), aquella película donde un hombre se utilizaba a sí mismo de conejillo de indias para advertir de los efectos dañinos de la comida del McDonald’s, Looking For Mr. Miyagi es lo contrario. El documental no refleja la caída en desgracia de alguien metido donde no debe, sino cómo el kárate impacta en su vida y le ayuda a superar una depresión.
¿Es posible alcanzar buen nivel empezando a una edad, a priori, tardía? “De un grupo de kárate de entre 90 y 100 alumnos, hay 26 que tienen más de 40 años. De ellos, 11 han empezado de cero y la mitad han alcanzado cinturón negro”, detalla a ICON Luis Ramón González, de 55 años, profesor de kárate de la escuela de artes marciales Dojo Zentrum, de Madrid. “Como es lógico, depende del entrenamiento y cómo se adapten los ejercicios a la persona. Con una regularidad y objetivos correctos, se puede alcanzar un nivel interesante. Si no puedes hacer la patada alta, la haces baja. Si no puedes hacer movimientos rápidos, los haces lentos”. González ensalza la madurez mental como contrapunto a las limitaciones que puede encontrarse una persona pasados los 40. “Quienes se enganchan en una edad adulta muestran una dedicación que supera, a menudo, la de los jóvenes. Cuando eres joven y algo te sale bien, quizá no lo aprecias tanto”.

Para Enrique Alcocer, profesional de la gestión hotelera de 52 años, el kárate representa un aprendizaje en todas sus facetas. “Me ha enseñado a tomarme las cosas de otra manera, a ser menos impulsivo”, explica a ICON. “Te ayuda con la empatía y la cortesía. Yo tenía muy mala coordinación, era muy torpe, pero nadie jamás me puso mala cara entrenando. Eso te cala”. En su caso, la motivación se vive en familia desde hace cuatro años: su mujer, su hijo y él son cinturón amarillo y tienen previsto examinarse todos del verde en diciembre. “Antes, mi hijo pequeño iba a clases distintas, pero ahora hay katas en las que estamos los tres. Estar ahí sentado, mirar a los lados y ver a tu mujer y tu hijo es muy chulo. Te da mucho tiempo de calidad, de tener objetivos comunes, compartir…”. Su ilusión, afirma, es convertirse en cinturón negro antes de los 60 y, sobre todo, hacerlo a la vez que su hijo, por quien se animaron a emprender la aventura.
“Con tres años parecía que le costaba relacionarse, que tenía un poquito de falta de confianza. Se nos ocurrió probar kárate, donde empezó a irle muy bien y hacer muchos amigos. Un día, fuimos a ver una prueba y nos encantó”. Desde su punto de vista, este arte marcial ofrece un buen modelo para niños. “Con mi hijo hablo mucho de la humildad, del esfuerzo o de tener disciplina y no procrastinar. ¡Eres karateka, macho! También de evitar la violencia. Te da seguridad para defenderte, pero en el dojo al que vamos hay muchas familias, amistad y nada de macarradas. Nadie sale creyéndose Terminator”. No niega que, a su edad, puede asustar medirse a compañeros jóvenes. “Estás con gente que físicamente son toros, de entre 15 y 30 años. No estás haciendo un combate real, pero sabes que son muy potentes, ágiles, que levantan la pierna de otra manera. Da respeto, pero también una energía que hace que te vayas muy lleno. Te llevas algún porrazo, pero te da mucha vitalidad. Hay que tener cabeza también, porque no te recuperas igual con 52 años que con 25. No sé si llegaré a cinturón negro, pero, como dicen, un cinturón negro es un cinturón blanco que no tiró la toalla”.

La vida imita al arte (marcial)
El profesor Luis Ramón González tilda el kárate de “vida paralela”. “Te hace una metáfora de la vida en un contexto de práctica marcial. Es una educación global. Por supuesto, aporta defensa personal y desempeño físico, pero detrás hay un componente de superación de los problemas”, asevera. “Yo digo mucho a mis alumnos que no es normal que nos ataquen tres personas con cuchillos, pero sí que tengamos una discusión familiar, un problema en el trabajo o una enfermedad importante, porque nos ocurre a todos. Las artes marciales deben proporcionarnos el equilibrio para encarar esos problemas”.
Lo lleva más allá el senpai (hermano mayor) y publicista Marc Vela, de 55 años, quien sostiene que “el objetivo de las artes marciales es hacerte mejor persona”. Especializado en el kárate kyokushin (estilo que se traduce como “sociedad de la verdad definitiva”), Vela realiza un importante trabajo de divulgación mediante Tu Dojo de Kárate, canal de YouTube de amplia repercusión en el ámbito de las artes marciales en español, con enseñanzas, curiosidades, coberturas de campeonatos y entrevistas. Todo, dice, sin un fin lucrativo, sino desde la pasión. “Al final, el kárate es transmisión. Yo estoy transmitiendo desde otra perspectiva, doy clases de esta manera. A mí el kárate me lo da todo, es parte de mi vida y me hace mejor”, asegura a ICON.
Desde su canal, ha tratado varias veces el tema de formarse de mayor en el kárate. Al hilo del documental Looking For Mr. Miyagi, cree que el desarrollo mental que aporta puede ser terapéutico para afrontar una depresión, como le sucedió al protagonista. “La mayoría de artes marciales tienen una base religiosa y filosófica. Nosotros decimos que, si no duele, no es kyokushin, pero no va de meter hostias que duelan, va de la vida. Conforme haces tu camino, te pasan cosas. Se te mueren los abuelos, luego los padres. Te puede dejar la novia, te puedes quedar sin trabajo, estar jodido. Y tú sigues adelante, no te rindes, porque eso es el kárate”.
Vela invoca el mushin, la noción japonesa de “mente sin mente”. “El mushin, el no pensar, lo encuentras cuando todo fluye, cuando eres capaz de canalizar tus miedos, tu manera de actuar en una situación de riesgo o en la vida misma. Todo te trasciende a un nivel en el que estás actuando sin pensar. En un combate no te pones a pensar y analizar, actúas. A según qué edades, llegar al dojo y encontrar esa paz, esa tranquilidad de desconectar el cerebro y salir limpio, es algo brutal”. El senpai, que participó el pasado julio en el popular Summer Camp Jonathan Tineo de Barcelona (“Se hacen 300 combates en tres días, aunque te peguen flojo es como la gota china, imposible no acabar mal”), tiene una larga trayectoria. En sus vídeos, frecuentemente repite el eslogan “El segundo mejor momento para apuntarse a kárate es ahora”, porque el mejor momento es de niño, cuando él empezó.
“Yo soy un caso de manual. Era gordete, tenía hiperlexia, caminaba y coordinaba mal… En mi época no se llamaba bullying, pero me daban por todos lados”. Sobre si los dojos pueden, justamente, convertirse en caldo de cultivo de otros bullies, se muestra tajante: “No se quiere a matones en los dojos. Los que hacen bullying en el colegio, dentro, se dan cuenta de que siempre hay alguien mejor. Cuando un chico que ha entrado después te supera, se acaban rápido los egos, se te pasa la tontería y aprendes a respetar. En los combates de los críos, los papás muchas veces no saben quién ha ganado, porque los niños no celebran, el respeto prevalece. El de enfrente no es tu rival, es un compañero”. El profesor de kárate Luis Ramón González coincide: “Las artes marciales tradicionales están hechas para defenderse. Los antiguos maestros sabían que no debían formar a personas que fueran violentas, que pudieran sacar ventaja de sus conocimientos y ocasionar un problema”.

Del mismo modo, aunque el kárate aporte enseñanzas valiosas, los entrevistados rechazan que deba aplicarse a confrontaciones físicas en situaciones de peligro. “Lo que tienes que hacer es evitar la pelea”, dice Marc Vela. “Si tienes que correr, corres. Y si tienes que darle la cartera a alguien, se la das. Son unos irresponsables quienes enseñan krav magá para defenderse de cuchillos o cosas así, lo peor, lo que está a día de hoy en los McDojos [dojos orientados a la explotación comercial] y esas mierdas”. Sònia Martínez Gaona es más sucinta: “Ante una posible agresión, ¡ni kárate ni kárato! Hay compañeras que se apuntan con la premisa de aprender a defenderse, pero, tengas el cinturón que tengas, el kárate lo que te tiene que dar es frialdad y seguridad para salir de esa situación”.
El miedo se puede aparcar gracias al kárate. También la vergüenza. “Conozco a algunos que han empezado con casi 50 y un barrigón cervecero que, madre mía, los ves sudar como pollos y los miras durante el entreno por si les da un infarto”, cuenta Martínez Gaona. “Cuando ves que llevan tres meses, te acercas y les felicitas, porque han seguido. Explicas todo a cada persona nueva que llega, con paciencia, para ayudar, porque te entregas al otro. Tengas 40 o 10 años, son cosas que te llevas a casa. Va mucho más allá de un deporte, es un estilo de vida”.
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