‘Karate Kid’ o “una pequeña película que no importará a nadie”: un fenómeno cultural que vive 40 años después
Más de cuatro décadas después de que la original arrasase entre crítica y público, una nueva entrega con Ralph Macchio y Jackie Chan revive una saga en la que nadie creía


Antes del estreno de Karate Kid (1984), el director John G. Avildsen y el guionista Robert Mark Kamen se acercaron a una de las proyecciones de prueba en Teatro Baronet de la Tercera Avenida de Nueva York, se fumaron un porro y se tomaron unos tequilas mientras esperaban las primeras reacciones a una película que había sido definida por su montador, Bud Smith, como “una pequeña película que no le iba a importar a nadie”. Cuando tras el final de la proyección se acercaron a la entrada principal y vieron a unos ejecutivos trajeados intentar hacer la patada de la grulla, supieron que tenían un éxito entre manos.
La ya legendaria patada de la grulla con la que Daniel LaRusso derrotaba a Johnny Lawrence había sido una ocurrencia de Kamen: “Me lo inventé. Fue algo que se me ocurrió en el momento. ¿Cómo de genial sería ver al señor Miyagi en un tronco haciendo algo imposible? No tienes equilibrio. Tus manos no están en posición defensiva. Es simplemente cinematográfico”. Un movimiento absurdo en palabras de los expertos en artes marciales. Incluso ilegal. “En un torneo real, eso es una patada descalificatoria”, reconoció Pat Johnson, coreógrafo del film, en La patada de la grulla es falsa: una historia oral de Karate Kid., extenso repaso a la película publicado en Sports Illustrated.
Inventada, irreal e ilegal, pero también uno de los elementos más reconocibles de una de las películas más influyentes de los ochenta. Al igual que la primera frase que nos viene a la mente cuando se menciona su título: “Dar cera, pulir cera”, o cazar una mosca con palillos chinos, una de las secuencias que resultaron más complicadas de rodar. Fabricaron un sistema de tubos transparentes para simularlo, incluso contrataron a un entrenador de moscas que intentó congelarlas para ralentizar su vuelo, pero al calentarse se aceleraban más. Al final utilizaron una pelusa del jersey del supervisor de guion atada a un hilo. Efectos especiales made in años ochenta. Pero como su protagonista Ralph Macchio sentenció, “no es la patada ni atrapar moscas con palillos. El éxito de la película se basa en el elemento humano”.

Karate Kid marcó a una generación de adolescentes que soñaban con realizar patadas voladoras y barridos de piernas, llenó los gimnasios de niños que fantaseaban con librarse heroicamente de sus acosadores y desencadenó un verdadero fervor por las artes marciales. Miles y miles de jóvenes descubrieron un arte milenario, quizás porque antes las películas del género, muy minoritarias, estaban ambientadas en el lejano templo Shaolin, mientras esta transcurría en un instituto de un barrio no demasiado glamuroso de Los Ángeles y en ella no había cuitas milenarias ni maldiciones, solo vulgar acoso al diferente. El mismo que había sufrido James Dean en la fundacional Rebelde sin causa y el que sufrían miles de niños en cualquier colegio, desde Los Ángeles a Cádiz. Cuarenta años después y con la sexta película de la saga a punto de estrenarse, su trascendencia en la cultura popular es innegable y eso era algo que nadie podía prever porque aquello únicamente iba a ser una copia de Rocky para jóvenes.
Kamen confiesa que Sylvester Stallone bromeó con él al respecto. “Acabas de plagiar mi película”, le dijo. Y él se lo reconoció. “Tienes toda la razón. ¡Tuviste una buena idea y la plagié!”. Columbia no intentó disimular. Contrataron al mismo director, llamaron a Bill Conti para la banda sonora y su canción principal es un descarte de Rocky III.
Pero también había una historia original detrás. El productor Jerry Weintraub había comprado los derechos de un artículo en el que se contaba la historia de un niño de ocho años de Hawái, un hijo de madre soltera a la que había pedido que le inscribiese en clases de kárate para poder enfrentarse a los matones de barrio que le molían a palos. Consiguió el cinturón negro y no solo aprendió a luchar, sino que conoció a un mentor que lo acogió. Weintraub sabía que allí había una historia y más en un momento en el que empezaba a eclosionar el cine adolescente.

Contactó con Columbia y ellos llamaron al guionista Robert Mark Kamen. Casi un principante entonces, hoy consolidado gracias a su trabajo junto a Luc Besson en las sagas Venganza de Liam Neeson y Transporter de Jason Statham, Kamen era el adecuado. Había sufrido acoso en su adolescencia y había estudiado artes marciales para defenderse, y al igual que reflejaría en su película, conocía dos estilos: el de su primer maestro, un combate sin piedad que refleja John Kreese, y el enfoque vital del señor Miyagi.
El argumento era sencillo. Daniel LaRusso un adolescente italoestadounidense (otra coincidencia con Rocky) se muda con su madre viuda a un barrio de Los Ángeles en el que sufre el acoso de un grupo de chavales que practican artes marciales y, para rematar, se enamora de la exnovia del líder de la banda. Tras una paliza recibe la ayuda del señor Miyagi, un hombre silencioso y cargado de secretos que lo prepara para enfrentarse a sus acosadores.
Cuando el actor que acabaría interpretando a LaRusso, Ralph Macchio, leyó el guión, pensó que era “un poco cursi, empalagoso”. Más rotundo fue Ron Thomas, uno de los actores que formaría parte de los Cobra Kai: “Mi representante me dijo: ‘Esta película no tiene público. No va a ninguna parte”. Sin embargo, Avildsen no pensaba lo mismo. “Esto va a ser un clásico”, decía en el plató ante la incredulidad de elenco y equipo.

Elegir el reparto había sido complejo. Para interpretar a LaRusso habían probado a la mitad de los actores jóvenes de Hollywood. Emilio Estévez, primer favorito para el papel, y su hermano Charlie Sheen; también Nicolas Cage, C. Thomas Howell, Anthony Edwards y Eric Stolz. Para su antagonista, el papel que acabaría interpretando William Zabka, se pensó en Robert Downey Jr. y Crispin Glover, y para Ali probaron suerte Helen Hunt y Demi Moore, aunque la elegida finalmente fue Elisabeth Shue, que por entonces solo había hecho un anuncio de Burger King.
El elegido finalmente fue Macchio, que llegaba avalado por su trágico papel de Johnny Cade en Rebeldes (1983), de Coppola. A pesar de sus 21 años parecía aún adolescente y además era un “tirillas”, justo lo que Kamen buscaba. Más complicado era encontrar a Miyagi, un papel esencial. El primer elegido fue Toshirō Mifune, el actor fetiche de Kurosawa, protagonista de Los siete samuráis, Yojimbo o Rashomon y una estrella en Estados Unidos gracias a su majestuosa interpretación de Toranaga de la televisiva Shogun. El problema es que cuando lo llevaron a Los Ángeles comprobaron que no hablaba ni una palabra de inglés.
Comenzó otra búsqueda complicada: no había un star system de actores orientales porque no había papeles principales para actores orientales. John Avildsen sugirió el nombre de Pat Morita y todos pensaron que bromeaba. Morita era un cómico famoso por sus espectáculos en vivo a los que se presentaba fumado, bebiendo y desastrado y estaba asociado a su papel en la telecomedia familiar de los setenta Días felices. No era un actor dramático y jamás había afrontado un papel de aquella envergadura. Pero su interpretación fue tan extraordinaria que con ese papel se convirtió en el primer actor asiático-americano en ser nominado al Oscar.

Morita sabía que con esa escasez de papeles para orientales el personaje de Miyagi era un bombón. Estaba construido con profundidad, quizás porque Kamen estaba hablando de alguien muy querido, su propio maestro. Ese mimo a la hora de representar detalles de los personajes es lo que diferencia y eleva Karate Kid. Kamen usó a Miyagi para hablar de una generación de japoneses que tras la paranoia posterior a Pearl Harbor había sido recluida en campos de internamiento japoneses en territorio estadounidenses mientras un batallón formado exclusivamente por soldados nipones luchaba en el frente por Estados Unidos. “Pensé que era importante que el público estadounidense recordara que los japoneses fueron internados en este país durante la Segunda Guerra Mundial, que estos niños se sentían tan patrióticos que tenían su propio regimiento, el 442, y ganaron más medallas de honor que cualquier otro en la Segunda Guerra Mundial”, reconoce. Esos soldados se sentían tan americanos que estaban luchando contra otros japoneses.
Morita aportó una singular hondura, quizás porque también tenía una historia trágica. Era hijo de inmigrantes, trabajadores del campo que se desplazaban por el país en los años treinta. A los dos años se había roto la columna vertebral y contraído una tuberculosis espinal que le había obligado a pasar su infancia en el hospital criado por médicos y enfermeras occidentales. Cuando se recuperó, lo llevaron al campo de internamiento en el que estaba su familia y donde todos eran japoneses, algo que él no había visto nunca. No reconocía ese mundo como propio.
La secuencia en la que un Miyagi borracho y vestido con su uniforme militar cuenta cómo descubrió en el frente que su mujer y su bebé habían muerto en el campo de internamiento hizo llorar a todo el equipo durante el rodaje. Sin embargo, Columbia intentó suprimirla. “Una vez que lo mostraron ante el público, todos se callaron. ¿Te imaginas no tener esa escena? Durante todo el torneo, estás animando a Daniel porque estás animando a Miyagi”, reconoció Macchio años después.
Macchio y Morita habían demostrado su capacidad dramática, pero había un problema: no sabían nada de artes marciales. De ningún tipo. “Por eso soy un buen actor, porque puedo aparentar ser un maestro en karate”, declaró Morita. Para ayudarles contactaron con el coreógrafo de artes marciales Pat Johnson, un luchador que había entrenado con Chuck Norris, uno de los pocos actores occidentales que en aquel momento luchaba realmente en sus películas. Johnson sometió a todos los actores a un duro entrenamiento para tratar de automatizar algunos movimientos. Y para fomentar la rivalidad entre LaRusso y los Cobra Kai de Lawrence, Avildsen los mantuvo separados. Maccio y Zabka apenas se vieron en el rodaje. El director fue muy específico con aquella confrontación: quería que los antagonistas desfilasen como las juventudes nazis e incluso les pidió que se tiñeran el pelo de rubio.
Los entendidos en artes marciales, aunque apreciaron el esfuerzo de la película, no comulgaron con las secuencias de acción. La revista Den of Geek consultó al experto en karate Hermann Bayer sobre las escenas de lucha y dejó claro lo obvio. No es un documental, es una película. “Esto significa que debemos reconocer que fascinar a los espectadores con algo bello, asombroso o espectacular es más importante que la autenticidad”. Daniel pasa de cero a héroe en un tiempo demasiado breve, sí. Ni la cruel tutela de Pai Mei en Kill Bill resulta más eficaz, aunque tanto él como la Uma Thurman de la película de Tarantino comparten la enseñanza basada en hacer tareas aparentemente mundanas, algo que sí tiene parte de real porque “la naturaleza repetitiva de la práctica de artes marciales es aburrida, así que cualquier forma de estimular el entusiasmo es bienvenida”. Pero por mucho que enceres coches o pintes vallas no te vas a convertir en una estrella de las artes marciales. “Si así fuera, la jaula de MMA estaría dominada por limpiadores de automóviles, carpinteros y pintores de casas. Esa es la magia del cine. Las artes marciales cinematográficas no son más realistas que las persecuciones de coches”, asegura Bayer.
Con un coste de apenas ocho millones de dólares, recaudó más de cien y se convirtió en una de las películas más taquilleras del año. También la valoró la crítica. “Karate Kid es una de las agradables sorpresas del año: una historia emocionante, entrañable y conmovedora con una de las amistades más interesantes que se han visto en mucho tiempo”, escribió Rober Ebert.
El rodaje de la segunda parte fue un acontecimiento tal que tuvieron que construir un helipuerto para recibir la visita del presidente George H.W. Bush. Hubo tres secuelas más, una serie animada, un musical y en 2018 Cobra Kai, éxito silencioso que nació en YouTube y se convirtió en una de la serie más vistas de Netflix. Hecha por y para fans de la saga, cumplió su función de mantener vivo el espíritu de Karate Kid y reivindicar al personaje del infravalorado —no sólo lo cree Barney Stitson— Johnny Lawrence, otra víctima como LaRusso. Y ahora llega Karate Kid: Legends. Sin Morita, fallecido en 2005, pero con Jackie Chan y Ralph Macchio de nuevo defendiendo el papel de su vida en la gran pantalla.
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