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Vestidos para la aventura
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El gran debate militar: ¿por qué desfilan tan mal los soldados de Estados Unidos?

Los británicos alardean de ser los que mejor lo hacen, aunque también es cierto que ellos carecen de la bomba revienta búnkeres GBU-57 Penetrator

Miembros del Ejército de los Estados Unidos en el desfile del 250 aniversario el pasado 14 de junio en Washington D.C.
Jacinto Antón

Vamos a hablar hoy de desfiles, pero no de los de moda, sino de los de verdad, los de toda la vida. Las imágenes de los soldados estadounidenses desfilando en la gran parada militar organizada por Trump en Washington el 14 de junio coincidiendo con su 79 cumpleaños y los 250 años del ejército de su país han despertado gran polémica y desazón general. ¡Pero qué forma de desfilar, señores! ¿Esos son los soldados de la primera potencia mundial? ¡En qué manos estamos! Desfilaron las tropas con gran desidia y nula marcialidad, y sin armas. Parecían una banda de empleados municipales de parques y jardines (con perdón de tan abnegado colectivo) enfundados en camisolas de camuflaje como sacos y sin cinturones ni trinchas, que siempre afinan la silueta.

En cuanto a los tocados, unas gorras informes sin ninguna gracia, como de basureros, boinas mal llevadas (el sargento de Fuerzas Especiales Michael Mike Vronsky de Robert de Niro en El cazador y no digamos el coronel Kirby de John Wayne de Boinas verdes, se llevarían las manos a la cabeza, y nunca mejor dicho) y ¡sombreros de cowboy los oficiales!, confundiendo Salvar al soldado Ryan con Yellowstone. Solo faltaba el tío de los cuernos de búfalo del asalto al Capitolio. ¿Qué ha sido de West Point, de Robert E. Lee y de las estrictas enseñanzas del correoso, y ciertamente algo intransigente, sargento de marines Hartmann de La chaqueta metálica?

Las imágenes han dado la vuelta al mundo y particularmente en Gran Bretaña, que buenos son con las tradiciones militares y para reírse del prójimo, han hecho alzar muchas cejas. “Lamentable”, “si desfilas hazlo bien”, “si van así desfilando imagínatelos en el campo de batalla”. Qué se vengan a dar una vuelta por el The Horse Guard Parade y verán lo que es desfilar, han dicho estupendos y socarrones los británicos, que comparan el desastrado desfile de Washington con el Trooping The Colour, el Beating Retreat y la ceremonia del Cambio de Guardia Real en el Palacio de Buckingham con miembros de los cinco regimientos de la guardia y especialmente los Coldstream, por los que tengo una debilidad: pelearon como diablos rojos frente a la infantería napoleónica en la granja de Hougoumount en Waterloo, marcando el cambio de tendencia de la batalla, y sin embargo desfilan como figurines.

El debate ha llevado a argumentar que los estadounidenses carecen de la tradición militar europea, con raíces en los hoplitas, los legionarios romanos, los piqueros o la infantería de línea de Barry Lyndon para entendernos, y que vivan la coordinación y la elegancia marcial. Para las tropas europeas han sido siempre esenciales el entrenamiento, la instrucción, el desfilar y los drill commands (órdenes de instrucción: alinearse, cubrirse, armas al hombro, marchen, vista a la derecha, ¡ar!). Cuestión de to drill or not to drill, se ha dicho.

En EE UU todo eso se disolvió –si me permiten simplificar– en la Guerra de Independencia en la que, como vimos hacer a Mel Gibson en El patriota, la estricta instrucción con el rifle dejó paso a la barrabasada con el tomahawk, el enfrentamiento ordenado a la emboscada. Vencieron a los alineados granaderos británicos en Yorktown y a luchar como indios, venga. ¡Gerónimo! Qué daño han hecho a la uniformidad y los desfiles Daniel Boone y David Crockett. A ver si vas a encontrarte un dragón de los Royal Horse Guards británicos con un castor o un mapache en la cabeza. Mucha Asociación Nacional del Rifle y Quinta Enmienda y poca instrucción. En cambio, qué bien desfilan las naciones que han mirado a la vieja Europa para su marcialidad: Rusia, China, Corea del Norte... Es de justicia salvar aquí a alguna unidad estadounidense que conserva los viejos valores marciales como el 3º Regimiento de Infantería, The Old Guard, los que custodian el cementerio de Arlington.

La instrucción militar, tan necesaria para plantarte en un campo de batalla y reaccionar inmediata y sincronizadamente a las órdenes de mando, presenta la ambigüedad, es cierto, de que por un lado es igualitaria –hace marchar a todo el mundo igual– y por otro evidentemente autoritaria (y si no que le pregunten al Zack Mayo Mayonesa de Oficial y caballero). A mí mismo, que desfilaba con una precisión suiza digna de mejor causa, me arrestaron una vez en la mili por llevar calcetines no reglamentarios. “Un soldado español no puede llevar un calcetín de cada color”, me afeó el teniente Martínez, alias Ayatolá, que sería un muy mal mote hoy en día. Me gustaba desfilar porque es una actividad en la que no tienes que pensar mucho y entregas tu identidad al grupo, como en el Sónar. Todavía a veces, cuando el mundo parece desmoronarse y la vida no tener sentido, en la oscuridad de mis noches, me pongo a desfilar por casa, izquierda, derecha, izquierda, derecha, patadón, cambien armas, variación izquierda, y el universo recupera algo de cordura, significado y armonía.

Le pregunté el otro día al gran historiador militar británico y amigo sir Max Hastings por el debate: “Querido Jacinto, desfilar es un tema muy importante. Los británicos lo hacemos extremadamente bien (yo aprendí con el Regimiento paracaidista, y antes con la fuerza de cadetes de la escuela), mientras que los estadounidenses son negados. Pero me temo que en todas las cosas más importantes hoy, es decir en la alta tecnología militar, como prueban las bombas revienta búnkeres GBU 57 Massive Ordnance Penetrator, ellos están en todas partes y nosotros los europeos en ninguna”. En fin, Max, siempre nos quedarán la elegancia, y el Jubileo Real. De frente, marchen, ¡ar!

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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