“La tarea es infinita, siempre hay algo que arreglar”: ¿por qué la limpieza del hogar sigue ocupando tanto tiempo?
Las tareas del hogar se han convertido en un tormento para los jóvenes, que no solo no tienen tiempo sino que ven en redes sociales hogares cada vez más perfectos e inalcanzables


Una pastilla de lavavajillas más. Otro viaje del robot aspiradora. Una sinfonía de lavadoras centrifugando en el patio de la comunidad de vecinos (después habrá que planchar). Dicen los físicos que el universo tiende a la entropía y parece que, sujetos a las mismas leyes, nuestros hogares tienden a ensuciarse, al desorden y a la acumulación de pelusas y manchas pegajosas. Los eslóganes de los productos de limpieza, como “tu desinfección diaria”, no dejan dudas, y tampoco lo hacen cientos de influencers que ofrecen en Instagram sus consejos antimanchas: la batalla contra la inmundicia y el barullo ha de librarse cada día.
Aunque hay algo satisfactorio en mantener el caos a raya, cada vez más jóvenes se desesperan ante el tiempo que dedican a las tareas domésticas y del hogar. Sabemos que este tipo de trabajo es algo que no tiene fin, pero ¿por qué resulta tan pesado? ¿Realmente pasamos más tiempo que nunca limpiando o, simplemente y, como dirían algunos boomer, cada generación es más perezosa que la anterior? Ni una cosa, ni la otra: asistimos más bien a una decepción o a una promesa incumplida. Como demostró la historiadora estadounidense Ruth Schwartz Cowan, las mujeres occidentales de los años ochenta del, después de enormes transformaciones tecnológicas tan significativas como la universalización de los electrodomésticos, el agua corriente o los sistemas de calefacción sin carbón, estaban dedicando a las tareas domésticas tantas horas (alrededor de 50) como las mujeres de los años ochenta del siglo XIX. En 2025 esa cifra no ha variado demasiado, aunque, afortunadamente, la carga de trabajo está más repartida.
De esta forma, puede considerarse una derrota colectiva que las labores del hogar ocupen, en tiempos de inteligencia artificial, energías renovables y cohetes a Marte, tantas horas como durante la época victoriana. La filósofa Helen Hester, que habla de ello en Contra el realismo doméstico (recién publicado por Bartlebooth), considera que si no hemos reducido el tiempo dedicado a los cuidados más elementales es porque estos se han individualizado (justo lo contrario de lo que propusieron figuras clave del feminismo como Angela Davis), son cada vez más complejos (y cada tarea ahora implica más “misiones secundarias”) y, además, buscamos completarlos con una perfección inalcanzable (los estándares no dejan de elevarse).

Todos estos factores demuestran que lo que sucede en el ámbito aparentemente privado del hogar sigue siendo una cuestión, fundamentalmente, política, económica y cultural, sobre la que podemos decidir menos de lo que parece. No es casual que en 1959, diez años antes de la popularización del lema “lo personal es político”, Richard Nixon y Nikita Jruschov tuvieran una de las discusiones más largas que se recuerdan entre un líder estadounidense y uno soviético alrededor, precisamente, de una cocina.
Hace muy poco, el presidente de Mercadona aseguraba que para 2050 ya “no habrá cocinas” en las casas. Experiencias anteriores indican que, si tal cosa ocurre, ese tiempo aparentemente liberado no se podrá aprovechar para nada más gozoso. Y es que existen pocas constantes antropológicas tan evidentes como la fuerza que reúne a unos cuantos individuos alrededor del fuego.
¿Por qué se hace tan pesado?
“Me da una pereza infinita limpiar el polvo y fregar el suelo”, reconoce Emilio Jarrín, arquitecto, aunque casi cualquiera coincidiría con él. “Sin embargo quizás le dedique dos horas o tres al día a cocinar, a hacer cosas en la cocina y a las compras. Supongo que porque me encanta comer cosas ricas y la manera más barata de hacerlo es comprando yo mismo las materias primas y cocinándolas. Disfruto reproduciendo los platos que como en restaurantes o que me visitan en mi teléfono (aproximadamente un tercio de los reels que me envía mi algoritmo). Supongo que trabajar en turno de tarde tiene mucho que ver, ya que me quedan las mañanas libres para hacer todas estas tareas”, continúa. Aunque en la ficción el protagonista de Perfect Days, la última película de Wim Wenders, encuentra regocijo espiritual en su trabajo como limpiador de baños y Mary Poppins cantaba que hay un placer en cada trabajo, en la realidad solemos preferir algunas tareas y abordar otras con desgana o fastidio.
Pero esta desgana no tendría por qué aparecer ante cualquier labor de cuidado, y es que, como recuerda Alejandro Pérez-Paredes en su ensayo Bedroom Safari (La Caja, 2025), el cuidado es el acto más propiamente humano. “Nuestras tradiciones han circunscrito las experiencias más elementales del cuidado al perímetro del hogar, y han fundamentado en sus cimientos —como la liebre en su madriguera, el castor en su presa y el pájaro en su nido— las alegrías íntimas del día a día. Los tiempos de la casa son ritmos de cuidado, rutinas, es decir, pequeñas rutas, eternos retornos en miniatura, repeticiones minúsculas que dotan de coherencia al transcurso del día a día”, continúa el autor.

Si no hay nada específicamente fastidioso (más bien al contrario) en las tareas del hogar, quizá nos sobrepasen por cómo están organizadas. Angela Davis hablaba de la “separación estructural de la economía pública del capitalismo y de la economía privada del hogar” y estas dos esferas muchas veces compiten por unas horas y una energía muy limitadas.
Noe Olbés trabaja en la editorial Sexto Piso y es autora de la newsletter Eso que haces, en la que recoge las rutinas cotidianas de escritores españoles contemporáneos. Con ellos ha comentado que “el único momento en el que la casa está perfecta es en los minutos que siguen tras haber hecho una limpieza general”. “Después de saborear ese tiempo de gracia, vuelven a colarse pelusas bajo la puerta”, continúa Olbés. Esta periodista cree que “nos agobiamos porque mantener una casa limpia, en orden y abastecida es un trabajo a tiempo completo en sí mismo. La tarea es infinita; siempre hay ropa que lavar, platos que fregar y algo espera a ser cocinado. También está el factor procrastinador de tenerlo todo listo para ponerse a trabajar. Es curioso que el trabajo creativo parece tener un factor de evitación. Recuerdo una cita de la artista visual Carolee Schneemann: ‘Soy el tipo de artista que tiene que lavar los platos antes de ponerse a trabajar. Es muy molesto, pero así es la vida’. Habría que elegir un estándar para tener nuestro alrededor decentemente bien y a partir de ahí ignorar el caos”.
En cuanto a creación y reparto de las tareas, Olbés recuerda que tampoco los escritores se han librado de los sesgos de género, más bien los han reproducido y reforzado. “Hay un libro que me encanta, Rituales cotidianos de Mason Currey, que tiene dos versiones. En la primera, con subtítulo Cómo trabajan los artistas, hay una mayoría de hombres que no mencionan en absoluto cómo se resuelve la intendencia del hogar. La segunda versión, con subtítulo Las artistas en acción, está íntegramente dedicada a mujeres. Ellas, en su mayoría, sí trabajan teniendo en cuenta a hijos, cocina, limpieza… Crean y producen a pesar de tener que resolver todo eso. Destaca la frase de Susan Sontag: ‘Llega un punto en que uno tiene que elegir entre la vida y el proyecto”.
Ciudades hostiles y división de trabajo
Como han señalado filósofas y activistas, hasta hace poco, las sociedades capitalistas asignaron a las mujeres la función de sirvientas domésticas para encargarse del hogar, mientras el hombre trabajaba en la fábrica. Esto “las hizo dependientes del salario patriarcal y les privó de independencia económica, social, moral y política”, en palabras de Céline Marty, filósofa especialista en la obra de Silvia Federici. Marty hace un repaso para ICON de las diferentes posturas que los feminismos han adoptado respecto a estas cuestiones: “El trabajo doméstico ha sido criticado por algunas feministas liberales, como Betty Friedan en Estados Unidos o Simone de Beauvoir en Francia, como una labor infinita y penosa que impide a las mujeres dedicarse a otras actividades. En cambio, la afroamericana bell hooks muestra que este trabajo doméstico, en particular el de cuidado y amor, puede ser un refugio frente a un mercado laboral violento para mujeres racializadas y pobres. Más recientemente las feministas han denunciado la ‘carga mental’ que acompaña a estas labores: su extensión a todos los pensamientos cotidianos, destinados a la familia y a los seres queridos, hasta que parecen infinitas e irreductibles”.

Aunque el panorama parezca desalentador, también existen razones para el optimismo. Helen Hester habla de “lujo público”, es decir, de promover en las ciudades equipamientos colectivos y accesibles que hagan más llevaderas las labores de cuidado. Ellas en la ciudad es un documental de Reyes Gallegos (disponible en Movistar+) que muestra que algunos pasos en esta dirección ya se dieron, por ejemplo, durante los setenta. Esta película recoge la vida cotidiana y los recuerdos de varias mujeres mayores que viven en el extrarradio de Sevilla y muestra cómo fueron ellas las que, con su impulso y sus luchas, consiguieron dotaciones como una biblioteca o una escuela para adultos. Gallegos, que además de cineasta es profesora de arquitectura, comenta que, mientras filmaba, confirmó que “la saturación de tareas también tiene que ver con el individualismo, con cargarnos con muchas responsabilidades sin contar con el entorno cercano”.
“En el documental quise reflejar cómo las mujeres protagonistas tendieron redes de apoyo entre ellas. Muchas venían de zonas rurales y de antiguas casas de vecinos y supieron llevar ese apoyo mutuo a sus bloques de pisos. Sin embargo, nosotros lo estamos perdiendo, cuando sería deseable recuperarlo para que se dieran lógicas de relevos y de ayuda”, observa.
“Una ciudad feminista no solo consiste en todos esos servicios públicos como las lavanderías, comedores o guarderías, sino en la idea de que las tareas sean más compartidas: que no se individualicen los cuidados al otro y que, además, los espacios públicos los permitan”, continúa Gallegos. “Algo tan sencillo como una mesa grande con bancos en un espacio público ser muy útil, pero ni la arquitectura moderna ni el urbanismo del desarrollismo están superados”, se queja la profesora. Y es que una planificación urbana apropiada (en Ellas en la ciudad continuamente aparecen los problemas que las mujeres que caminan con andador o arrastran carros de la compra tienen para moverse por sus calles) también sería fundamental para aliviar la carga de tareas de puertas para adentro.
Sin embargo, en palabras de Gallegos, estamos lejos de lograrla: “Toda la planificación sigue estando muy separada de la escala humana y de las necesidades de las personas. Muchas veces, el urbanista tiene que ceder a presiones políticas o económicas y otras, la propia profesión del urbanismo, si no ahonda en las personas que habitan el territorio, puede funcionar dando la espalda a gran parte de la población”.
Sin tiempo para tender
Las lavadoras más modernas ya no pitan, sino que reproducen una bonita melodía para avisar de que la colada está lista. En muchas ocasiones, ese aviso interrumpe una reunión por Zoom o Teams, o ni siquiera lo escuchamos porque estamos inmersos en un trabajo urgente y la ropa limpia se queda, olvidada y húmeda, en el tambor. Ahora que la desconexión digital es imposible y el teletrabajo y otros fenómenos han introducido el ritmo de la productividad en los hogares, cada vez es más complicado gozar de lo que André Gorz llamó “tiempo liberado” (de obligaciones, pero también de tareas domésticas o de consumos de ocio atropellados). Esta aceleración también influye en cómo percibimos el peso de los cuidados, y es que cincuenta horas semanales no duran hoy lo mismo que en 1870: con la atención dividida y acostumbrados a realizar varias tareas por unidad de tiempo, las labores domésticas, que apenas se pueden abreviar o comprimir, parecen cada vez más largas y tediosas.
La propia Gallegos observó que en los barrios en los que grabó, para las mujeres nacidas durante los años cuarenta y cincuenta del s. XX, el tiempo parecía transcurrir de otra manera. “Allí, de alguna manera se recupera el contacto con las necesidades, el soporte, el territorio o las raíces. Esas mujeres paradas en las aceras hablando, cuidando las plantas o comprando productos locales y frescos, ese salir constante, de manera cotidiana, que se convierte en habitar sin prisa el entorno donde vives; todo eso, hace que allí el tiempo sea distinto”.
“Hoy parece que nuestras jornadas sean una carrera continua contra la incomodidad física o mental y un perfeccionamiento continuo de nosotros mismos: meditación para vivir con mayor serenidad, ejercicio de fuerza para llegar decentemente a los 70 o vitamina C para evitar el envejecimiento”, observa Valdés. “Muchos invitados de la newsletter mencionan que les gustaría alejarse con más facilidad del móvil y creo que ese empacho de información sin orden ni concierto tiene algo que ver. Todo lo que podemos mejorar en nuestras vidas también es infinito. Sería mucho más realista centrarnos en cultivar un par de aspectos que conviertan nuestros días en algo que merezca la pena vivir”, concluye la periodista.
En mitad de esa carrera a la que se refiere Valdés, se puede descubrir una tarea aparentemente inane tiene aspectos disfrutables: “Hace tiempo viví en una vivienda sencilla en la que todos los vecinos podíamos salir a tender a la azotea. A mí me parecía tan maravilloso subir al sol y a disfrutar de la vista de las azoteas, tan vibrante, luminosa y magnífica, que me desvivía por hacer la colada, solo por tener la excusa de subir. Supongo que, como la felicidad, cualquier situación efímera de apreciación de la belleza puede constituir un lujo”, concluye Jarrín. Ya veremos cuando tenga que limpiar el polvo.
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