“Todos pasan unas buenas vacaciones menos yo”: la eterna presión por lograr el verano de nuestra vida
La época estival parece obligarnos a vivir experiencias intensas e inolvidables que a menudo comparamos con las vacaciones de nuestra infancia, con las que vemos en redes sociales o las que se nos ofrecen en las campañas publicitarias de cerveza


Lo cantaban Sonia y Selena en Yo quiero bailar (2001), ese tema con arreglos de trompeta que las convirtió en leyendas del eurodance español: “Cuando llega el calor, los chicos se enamoran”. Es el epítome del mensaje de los éxitos estivales: cuando llega el calor, te pasarán cosas importantes. Y buena parte del mito universal del verano, construido a partir de unos códigos y ritos que se remontan a la Antigüedad. Shakespeare, por ejemplo, también desarrolló una idea parecida (la pérdida transitoria del autocontrol) en Sueño de una noche de verano, su primera obra, escrita alrededor de 1594. En ella, el inglés recogió tradiciones grecolatinas relacionadas con el solsticio y se inventó unas hadas que confunden y obnubilan a sus personajes durante la Noche de San Juan.
Pero para participar de la ilusión del verano no es necesario enamorarse o vivir dentro de un confuso carnaval shakesperiano: basta con haber planeado un viaje, con tener varios días de vacaciones o, simplemente, con salir a pasear durante las tardes más largas, cuando huele a jazmín y a dama de noche. Aunque muchos de los estímulos que recibimos durante estas semanas no sean más que incitaciones al consumo, a finales de junio el verano nos atraviesa a todos como un hechizo cargado de promesas.
Quizá porque las cosas dependen de nosotros mucho más de lo que creemos, buena parte de las promesas veraniegas son ambiguas, casi conjeturas o posibilidades que podrían no materializarse. Como ese romance que parece obligado y no llega, cualquier experiencia significativa y excepcional destinada a compensar varios meses de aburrimiento y bochorno puede retrasarse o, finalmente, no producirse. Existen muchas películas que han mostrado cómo se construyen estas expectativas y la espera inquieta y a contrarreloj (septiembre acecha) a la que conducen. En este sentido, la referencia clásica es Éric Rohmer, especialista en personajes indecisos como los que protagonizan La rodilla de Clara (1970) o El rayo verde (1968), pero otros directores más contemporáneos como Emeral Fenell (Saltburn) o Christian Petzold (El cielo rojo) también muestran esa tensión tan veraniega entre lo que podría suceder y lo que finalmente ocurre (o no).

En cualquier caso, lo que tienen en común todas las promesas que el verano trae consigo es que, de cumplirse, darían lugar a lo conocemos como “el verano de nuestra vida”. El cantautor Rodrigo Cuevas tiene claro su aspecto y en Cómo ye (2023) le bastan “les tardes na traviesa / les nueches na piscina” (las tardes en el banco / las noches en la piscina), un encuentro afortunado y algo de sidra y aguardiente para describirlo. Muchos adolescentes son igual de optimistas y están seguros de que vivirán el verano de sus vidas con diecisiete o dieciocho años, cuando terminen el instituto, salgan bien parados de las pruebas de acceso a la universidad y tengan por delante dos meses sin apenas obligaciones y con cierta independencia para viajar o alargar las noches. Sin embargo, la mayoría de adultos asistimos a ese mito veraniego menor, que cuelga del principal, con algo de escepticismo. ¿Habremos vivido ya el verano de nuestras vidas y estaremos condenados a intentar reproducirlo con melancolía y sin éxito? ¿Estará por llegar, pero no sabremos reconocerlo? ¿Y si eso del “verano de tu vida” es solo una estrategia publicitaria para vender cerveza y asegurar el negocio de hoteles y chiringuitos? Y si todo esto es cierto, ¿por qué nadie es capaz de acercarse a una hoguera de San Juan sin estremecerse?
Qué promete el verano de tu vida
“El verano es el momento del año en que haces aquellas cosas que en otro momento no te atreves a hacer y tienes esa pequeña oportunidad de ser un poco más libre. Ese punto de libertad tiene que ver con los ritmos de vida propios del capitalismo, pero, al margen de eso, el verano es licencia, libertad y desinhibición, cosas que a todos nos hacen falta”, expone Teresa Carril, cineasta y autora de Zalamero (2022), un mediometraje que, precisamente, explora el verano de cuatro jóvenes en un apartamento de Benicasim y sus diferentes ilusiones. “Para que un verano sea el verano (o uno de los veranos) de tu vida te tiene que transformar, y no tiene por qué ser un verano perfecto en el que te enamores, conozcas a un montón de gente o visites sitios espectaculares, sino más bien una oportunidad de cambio durante la que estés dispuesto a aceptar lo que venga”, continúa Carril.
Estival es una novela de Guillermo Aguirre recién publicada por Sexto Piso que propone el otro lado de ese “verano de tu vida” cargado de excepcionalidad. En su libro, Aguirre construye la vida de su personaje a partir de la acumulación de veranos ordinarios en su pueblo, que se añaden de manera casi rutinaria y, solo en conjunto, trazan una trayectoria completa. “Puedo comprender que para aquel que necesita del viaje, del aparente descubrimiento de otros lugares o de la constante búsqueda de nuevas experiencias, el verano de su vida siempre sea una promesa futura”, declara el escritor a ICON. “Pero tanto el personaje de Estival como yo mismo somos de regresar a nuestro pueblo en verano y de viajar poco. El pueblo y volver a él en verano es volver a todas las etapas de tu vida una y otra vez: te puedes ver allí, sobre aquel árbol o en la vereda del río, de bebé, de niño, de adolescente, de adulto. El pueblo te guarda en todas tus formas como una campana de cristal que reverbera en el tiempo y el espacio y, por ello, cada agosto es balance de la propia existencia, pero también es abrigo”, expone el escritor.
Para Aguirre, por tanto, es casi imposible que durante un verano “no pase nada” o que se trate de un periodo baldío. Eso sí, el escritor también cree que, superada la infancia, ya ningún verano volverá a ser tan intenso: “Se me hace difícil la idea de que no pase nada en un julio o agosto, mientras un niño no tiene colegio, ya sea en el pueblo, en la ciudad o en un viaje. Estoy casi seguro de que aquí o allá, un niño encontrará aventuras y acción donde los adultos ya no podemos hacerlo, y él tampoco valorará la decepción o lo hará en un grado diferente. El verano es para todos y para las bicicletas, y por ello quizá sea más para los niños que para los adultos. Como adultos hace mucho que abandonamos el placer sencillo, el gozo discreto y la capacidad de bebernos el presente”.


Frente a eso, María Solá, vocalista de la banda Jordana B y autora de temas soleados como Mar Menor o Verano en la ciudad, sí que defiende la existencia de uno o varios veranos singulares, que pueden desarrollarse más allá de los veinte años. “Creo que sí que existe el verano de tu vida”, comenta. “Todos recordamos un verano en concreto durante el que fuimos muy felices. Parece que todas las cosas malas pasan en invierno y que el verano es un tiempo durante el que ocurren las cosas que no ocurren durante el resto del año. Por ejemplo, si te quedas solo en la ciudad, haces piña con la gente que también se queda, visitas lugares que no habías visitado o no de la misma forma, y eso da lugar a juntarte con otro tipo de gente, a otro tipo de experiencias…”, continúa Solá. La cantante sostiene que “no hace falta cambiar de escenario para vivir el verano de tu vida” y siempre lo relaciona con el amor: “Ese verano lo puedes vivir en la cama con la persona de la que estás enamorado, con el ventilador a tope, sudando, haciendo la nada misma y yendo a desayunar café. Eso tan sencillo puede ser un verano mágico”.
Un verano fatal (cuando nada llega)
Cada temporada una o dos campañas de marcas de cerveza renuevan lo que entendemos por verano ideal. Aunque en estos anuncios lo más espectacular suelen ser las localizaciones y los actores escogidos, a menudo rostros conocidos, está claro que los veranos que dibujan no son baratos. Este año Es diari de Menorca ha hecho cuentas y, tanto por motivos económicos como de tiempo disponible, queda demostrado que un verano así no está al alcance de cualquiera. Sin embargo, ese modelo (cargado, eso sí, de valores positivos como la amistad) interpela a todos los españoles, que encuentran en él un estándar con el que medirse. La psicóloga y psicoanalista Teresa Aguilar reconoce que estas cuestiones están surgiendo en su consulta: “El problema aparece cuando medios, publicidad o redes solo muestran un tipo de verano. Ahí, cuando lo que uno vive no está a esa altura, nota la ausencia: donde debería haber algo hay un vacío. Si no disfrutas como se espera, se activa una sensación de exclusión: todos los demás están viviendo menos yo. En terapia trabajamos para separar dónde termina tu propio deseo y dónde empieza el de los demás”.
El filósofo Mark Fisher consideraba que una de las victorias del capitalismo es la de haberse apropiado de todos los deseos humanos para, posteriormente, presentarse como el único sistema económico compatible con ellos. El verano (con todos los deseos que acarrea) no es una excepción. “Ese verano de tu vida lo podemos pensar como parte de una construcción colectiva que organiza expectativas y deseos”, confirma Aguilar. “El verano es un escenario fantaseado y cargado de promesas de transformación, de liberación o de experiencias que van a suponer un cambio auténtico, y dentro de ese verano idílico puede haber algo genuino, algo construido y algo bastante explotado”, añade la psicóloga.

Entre las cosas genuinas que contiene el verano está la conexión con la infancia que, no obstante, también puede resultar problemática. “Para muchas personas aquel fue el tiempo de vacaciones, juego y libertad que parecía casi interminable e infinito, tan distinto del verano adulto que es corto, cuesta dinero, es frustrante y evidencia todo lo que no tienes y tus responsabilidades. El verano adulto es un espejo que permite saber si estás o no satisfecho. No es solo que los veranos de la infancia fueran mejores. Aquí lo importante es que ya no eres esa persona sin responsabilidades”, continúa Aguilar.
Entonces, atrapados entre ese temblor en el aire que todavía sentimos y que nos remite a la infancia, los mandatos de la vida adulta y las expectativas generadas por la publicidad y las redes sociales, ¿qué podemos hacer para vivir un buen verano? “Muchas veces, las sensaciones negativas tienen que ver con una falta estructural que siempre está, pero que el ruido cotidiano suele disimular. El verano no genera falta, sino que la revela. No se trata de llenar ese vacío, sino de preguntarse qué es lo que realmente deseas. Hay que partir de que, para cualquier expectativa alta, la decepción podrá ser directamente proporcional. Creo que lo que se espera del verano es desproporcionado respecto a lo que puede ofrecer”, concluye Aguilar.
Guillermo Aguirre sostiene algo parecido: “Creo que lo más relevante está, de hecho, justamente en la miniatura, en lo pequeño, en ese placer de la amistad en el mediodía salvaje de agosto y su aperitivo, por ejemplo, y no tanto en la experiencia nueva que pueda ser vivida al límite”. ¿Y qué pasa con el verano de nuestras vidas? Quizá todavía esté por llegar pero, por si acaso, se puede ir viviendo durante cualquier verano ordinario, a pedazos de poco más de tres minutos, cada vez que en una verbena suenan canciones como Yo quiero bailar.
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