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Incendios, cocodrilos y un Ridley Scott superado: crónica del único gran fracaso de Tom Cruise

Hace 40 años se estrenó ‘Legend’, un oscuro cuento de hadas con un Tom Cruise que empezaba a despuntar, pero ni sus responsables ni el público supieron muy bien de qué iba aquella película

Tom Cruise en 'Legend' (1985).Foto: IFA Film (United Archives / Cordon Press)
Miquel Echarri

Ridley Scott ha contado en alguna ocasión que tuvo un momento de epifanía cuando estaba a punto de cumplir 40 años, en primavera de 1977. Acababa de presentar en Cannes su primera película, Los duelistas, y su hermano menor, Tony, le convenció de que fuesen a ver juntos Star Wars, la fábula galáctica de 11 millones de dólares por entonces de moda, firmada por un tal George.

Sentados en un cine del extrarradio londinense, los hermanos Scott constataron que la industria en que aspiraban a introducirse estaba a punto de cambiar de manera decisiva. El cine, según vaticinó Ridley, iba a infantilizarse a marchas forzadas, renunciando en gran medida a la ambición artística de la década de 1970, pero produciría películas cada vez más caras, espectaculares y rentables.

Alien fue el resultado de esa epifanía. Si vamos a jugar a este juego, le dijo a un Tony que por entonces dirigía aún cortometrajes experimentales con presupuestos de menos de mil libras, hagámoslo en serio y asumiendo las consecuencias. Por entonces, la generación de directores ingleses procedentes de la publicidad (Alan Parker, Hugh Hudson, Adrian Lyne o los hermanos Scott) irrumpía con fuerza en los aledaños del séptimo arte y productores como Jerry Bruckheimer estaban dispuestos a acogerlos bajo su manto protector.

Mia Sara y Tom Cruise en 'Legend' (1985).

Que vienen los británicos, se decía en Hollywood. Y aunque Lyne, Hudson y Parker llegaron un poco antes, el que lo hizo para quedarse fue Ridley, recaudando 104 millones de dólares con una película que había costado entre 10 y 14 (las versiones difieren) y en la que Fox ya había perdido la fe semanas antes de que concluyese el rodaje.

Un inglés en Hollywood

Decía Rudyard Kipling que éxito y fracaso son un par de impostores a los que hay que tratar con idéntico desprecio, pero hoy sabemos que el éxito de Alien transformó a Scott en un hombre distinto. El cineasta de South Tyneside había concebido la publicidad como un trampolín para propulsarse hacia las grandes ligas del audiovisual y aspiraba a hacer películas ambiciosas y con enjundia, como las de Scorsese y Coppola. Pero en cuanto constató que el nuevo cine de género era un arma cargada de futuro, ya no quiso dedicarse a otra cosa.

Ridley Scott en el rodaje de 'Legend' (1985).

En torno a 1980 abandonó su proyecto fetiche, una adaptación de la ópera de Wagner Tristán e Isolda en cuyo concepto había empezado a trabajar antes de embarcarse en Los duelistas. Tras dedicar un año completamente estéril a intentar sacar a flote Dune, que acabaría dirigiendo David Lynch, llegó a un acuerdo con The Ladd Brothers y Warner Bros. para hacerse cargo de Blade Runner. Se instaló en una mansión de Malibu Colony, uno de los vecindarios más exclusivos de Los Ángeles, y fue allí donde, mientras supervisaba el reparto del que salieron Harrison Ford, Rutger Hauer y Sean Young, empezó a esbozar su asalto a los cielos, el cuento de hadas contemporáneo que acabaría convirtiéndose en Legend.

En realidad, las primeras referencias al proyecto se remontan al invierno de 1976, el periodo que Scott pasó rodando Los duelistas en la Dordoña francesa y el norte de Escocia. Pero por entonces estaba bastante decidido a que aquello fuese una adaptación de alguno de los relatos de los hermanos Grimm, uno de los referentes literarios que George Lucas había barajado, con encomiable falta de rigor, durante la gestación de Star Wars. En 1981, Scott cambió de opinión. Decidió que, para disfrutar de la máxima libertad creativa, era preferible escribir un guion original y contrató para ello al novelista neoyorquino William Hjortsberg, que tres años antes había publicado su obra maestra, la por entonces desconocida Falling Angels.

La princesa prometida

La trama de Legend, esa alambicada historia de dríadas, trasgos, princesas, demonios y unicornios, fue en gran medida fruto de la fértil imaginación de Hjortsberg. El escriba a sueldo y el director de éxito trabajaron codo con codo en hasta 15 versiones de un guion que superaba casi siempre las 200 páginas. Vieron juntos La bella y la bestia (1946), el poema cinematográfico de Jean Cocteau, y estuvieron de acuerdo en que querían inyectarla a la historia, en palabras de Hjortsberg, “aliento épico y una belleza turbia y mustia”. Incluso consideraron la posibilidad de apropiarse del hilo argumental de la película de Cocteau y convertir Legend of Darkness, título provisional de su proyecto, en la historia de una núbil princesa seducida por una criatura monstruosa.

Mia Sara en 'Legend' (1985).

Cuando por fin tuvo algo consistente que enseñar, a mediados de 1981, Scott acudió a Disney en compañía del diseñador conceptual Brian Froud y el consultor visual Alan Lee, que estaban encargándose de traducir a imágenes el universo de fantasía pergeñado por Hjortsberg. A esas alturas, Scott parecía decidido a convertir Legend en una fantasía apta para todos los públicos, inspirada, según explicó a Disney en el universo estético de Pinocho y Blancanieves y Los siete enanitos.

Disney no mordió el anzuelo y Scott, antes de embarcarse en cuerpo y alma en el proceso de posproducción de Blade Runner, decidió dar un brusco golpe de volante: despidió a Lee, contrató a Assheton Gorton y, de la mano de los dibujos de este último, quiso transformar Legend en un producto mucho más oscuro y orientado a jóvenes adultos, con altas dosis de violencia e incluso una escena sexual que se pretendía controvertida, la violación de la joven princesa por el engendro diabólico que intentaba seducirla.

Al final, fue Sid Sheinberg, presidente de Universal, el que acudió al rescate y se mostró interesado en financiar y distribuir Legend. Scott se aseguró un bastante holgado presupuesto de 20 millones de dólares y hubiese conseguido más de no ser por el pobre impacto inicial de Blade Runner, que se estrenó en junio de 1982 y no estuvo, ni de lejos, a la altura del éxito abrumador de Alien. Este revés inesperado condicionó también la capacidad de Scott para intervenir en el reparto. Para el papel principal, Jack, criatura del bosque, él quería a Johnny Depp, pero estaba dispuesto a aceptar también a Robert Downey Jr. o Jim Carrey, otro par de jóvenes con carisma y sustancia. Al final, tuvo que conformarse con Tom Cruise, estrella incipiente desde el éxito de Risky Business, porque los productores insistieron en que se apostase por una estrella masculina “dócil”, un “jugador de equipo”, no un talento desquiciado y díscolo como Downey o Depp.

Escena de 'Legend' (1985).

Para el papel de Lili, la virginal princesa, causante involuntaria de una catástrofe que hace que “un invierno eterno caiga sobre la tierra y la luz del día esté a punto de existirse”, Ridley insistió en Jennifer Connelly, pero la jovencísima actriz de Érase una vez en América estaba a punto de irse a Suiza a rodar Phenomena con Dario Argento y prefirió recomendar a una buena amiga, la desconocida Mia Sara.

Sara, que acababa de cumplir 16 años, estuvo estupenda en la prueba de cámara y Scott la aceptó en su tripulación sin plantear objeciones. La prioridad del director era que el papel de Darkness, el Señor de las Tinieblas, fuese a parar a Tim Curry, que le había impresionado con su flamígera encarnación del villano Frank-N-Furter en The Rocky Horror Picture Show. Una vez conseguido ese objetivo, apenas opuso resistencia a las demás decisiones del estudio, incluida la de reclutar al suizo David Bennent, el niño percusionista de El tambor de hojalata, para el papel de Gump, líder de los elfos del bosque.

Lo que arde

Scott estuvo a punto de irse a rodar al mítico parque de las secuoyas, en Yosemite, pero acabó decidiéndose por “un entorno menos impresionante pero más fácil de controlar”, los estudios Pinewood de Iver Heath, cerca de Londres. Allí, en el bautizado como set de rodaje 007, donde se habían filmado media docena de películas de James Bond, incluida la salvaje y pantagruélica Solo se vive dos veces, Ridley insistió en construir un bosque artificial digno de la aldea de pescadores de Popeye o de la colonia agrícola de La puerta del cielo.

Escena de 'Legend' (1985).

Resultó que, después de todo, el director británico quería sus grandes árboles milenarios y, a falta de las secuoyas del Yosemite, se gastó una parte muy sustancial del presupuesto asignado en construir una floresta con centenares de falsos robles, abedules y hayas de hasta 20 metros de altura y diez de diámetro.

Se empezó a rodar el 26 de marzo de 1984. Trece semanas después, el 27 de junio, el bosque ardió a la hora del almuerzo como consecuencia, al parecer, de un descuido de los integrantes del cuerpo técnico. No hubo heridos, pero aquella carísima pieza de ilusionismo forestal acabó carbonizada, y Scott tuvo que trasladar el rodaje de las escenas restantes al jardín natural de los Shepperton Studios. Una de las escenas clave, la de la inmersión de Jack en el lago al que la princesa Lili arroja su anillo, se rodó en Silver Springs, Florida, porque a Scott le obsesionaba filmarla en “aguas transparentes”, cercanas al ideal de pureza idílica que pretendía transmitir la película. Eso supuso que Tom Cruise pasase varias horas buceando a varios metros de profundidad en un lugar que, según aseguraba Scott años después en los comentarios del director de la edición en DVD, estaba infestado de cocodrilos, aunque el riesgo, según afirmaba el cineasta en tono jocoso, “fue mínimo, y además, teníamos una buena póliza de seguros”.

El rodaje deparó anécdotas como las interminables sesiones de maquillaje a las que el ilusionista visual Rob Bottin y su equipo sometieron a los actores y actrices que interpretaban a criaturas mágicas. Tim Curry, en especial, necesitaba tres horas y media diarias para adquirir el imponente aspecto de Darkness, con varias capas de pintura, media docena de prótesis y complementos faciales y unos vistosos cuernos sostenidos por un arnés.

Una estatua del personaje de Darkness, 'Legend', en la convención Comic-Con International de San Diego en 2014.

Tras sus escenas, el comediante inglés tenía que pasar una hora adicional sumergido en agua caliente para que se ablandasen las prótesis antes de retirarse. El día que, víctima de un ataque de impaciencia, intentó arrancarse de cuajo una de ellas se produjo lesiones cutáneas que tardaron varios días en sanar. Incluso Scott, un director convencido de que casi cualquier sacrificio está justificado cuando se trata de garantizar un óptimo resultado artístico, se apiadó de Curry e insistió en que los pesados cuernos que le estaban causando serias molestias cervicales fuesen sustituidos por una alternativa hueca y más ligera.

Para Tom Cruise, el rodaje no fue una buena experiencia. Los cocodrilos de Florida no sabotearon su apoteósica escena submarina, pero su padre biológico, Thomas, falleció mientras él rodaba en Inglaterra y Scott, que a esas alturas llevaba ya un considerable retraso sobre el calendario de producción previsto y estaba rebasando el presupuesto en casi una cuarta parte, no encajó bien que el actor tuviese que ausentarse para acudir al funeral.

Superfumados

Concluida la película, Scott vio como las circunstancias ponían a prueba su fe epifánica en el gran cine comercial. El día de la primera proyección de prueba con público, en un cine del área de Los Ángeles, el director se sentó con disimulo tras un trío de adolescentes que apestaban a marihuana. Convencido de que aquel era su público natural, el target demográfico del que iba a depender el éxito de su película, se pasó toda la proyección observando sus reacciones.

El actor Tim Curry en 1988 en Los Ángeles.

Muy pronto constató que a aquel combo de descarriados le horrorizaba Legend. Les parecía lenta, aburrida, y con una música (del veterano Jerry Goldsmith, en cuyo fichaje había insistido Scott pese a que se trataba de la opción más cara) anticuada, poco menos que ridícula. A esas alturas, Universal Pictures compartía a grandes rasgos el criterio de aquel trío de fumadores de cannabis. Scott se había mostrado dispuesto a luchar a brazo partido contra los altos ejecutivos miopes para defender la integridad de su obra, pero la reacción de aquellos muchachos acababa de dejarle sin argumentos.

El resto es una historia de claudicaciones en serie de la que Legend no se recuperó nunca. Scott renunció a estrenar su versión de más de dos horas y aprobó una de 89 minuto para el mercado norteamericano y otra de 97 para el resto del mundo. Peor aún, se resignó a que el estreno en Estados Unidos se retrasase hasta abril de 1986, nueve meses después que en Europa, para sustituir la partitura de Goldsmith por una mucho más contemporánea selección de piezas de la banda alemana Tangerine Dream, grupo de cabecera de William Friedkin. La campaña de marketing presentó Legend como lo que no era, una película de acción y fantasía, escamoteando en gran medida al público estadounidense su carácter de cuento de hadas oscuro.

Ni siquiera se pudo evitar que Legend se estrenase en Estados Unidos muy poco antes del siguiente film de Tom Cruise, la exitosa Top Gun, dirigida por el hermano de Ridley. Para colmo de males, Cruise no tardó en decir que el de Top Gun era el papel en que se había sentido más “cómodo y libre”, mientras que en Legend se había visto reducido a “un color más en la paleta de Ridley Scott”, al que describía como “más un pintor que un cineasta”. Esta larga ristra de arrepentimientos, contratiempos y decisiones apresuradas acabó matando a una película maltratada por la crítica y que ni siquiera pudo cubrir sus costes de producción directos, por no hablar de la realización de copias, las campañas de promoción o los gastos estructurales.

Poster original de 'Legend'.

Hoy cuesta crear que Legend estuviese a punto de sepultar la carrera en el cine de Ridley Scott, hiciese entrar en crisis el por entonces muy popular género de fantasía y fantaterror para niños, adolescentes y jóvenes adultos y fuese considerada un lunar en la trayectoria de casi todos los implicados. Pero el mundo de 1985 era muy distinto al actual. Por entonces, Mijaíl Gorbachov parecía garantizarle un brillante futuro a una remozada Unión Soviética y Edwin Moses, el atleta que llevaba siete años invicto e inspiraba incluso videojuegos de éxito, estaba muy tranquilo en su trono. Eran años de aeróbic, agujeros en la capa de ozono, activismo ecológico incipiente y estertores de la Guerra Fría. Eran años de cine impaciente y bombástico, juguetes caros que aspiraban a la rentabilidad inmediata y, cuando fracasaban, destruían carreras y arruinaban a grandes estudios.

Cuatro décadas después, sabemos que Ridley Scott encontró la manera de sobrevivir al fracaso de Legend, aunque no sin pagar importantes peajes. Es más, vista hoy, la cinta, tal y como fue concebida por su director antes de que tres adolescentes fumetas se cruzasen en su camino, parece un producto bastante digno. Pero vale la pena recordar que, en su momento y para el propio Ridley Scott, aquella película de trasgos y unicornios fue algo sí como el fin de una triunfal epifanía.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.
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