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Sergio Camello, futbolista: “Si lloras en un vestuario está el vacile de ser un llorón o un maricón”

A sus 24 años el delantero del Rayo Vallecano demuestra que una nueva mirada sobre la masculinidad es posible en un campo de fútbol

Sergio Camello viste abrigo de piel, pantalón de punto y zapatos, todo Fendi.
Raúl Novoa

Sergio Camello (Madrid, 24 años) espera en el restaurante del padre de un amigo, en Chamberí, en muletas y con una cerveza. Cuando atiende a ICON está recién operado de una fractura en el quinto metatarsiano del pie izquierdo. Va bien, le acaban de quitar la bota que protegía el pie. “Te limita un montón y necesitaba ayuda para todo”, comenta. Esta temporada, el delantero estaba siendo una de las sensaciones de un Rayo Vallecano en racha. Cuando se lesionó iban sextos y este año aspiran a Europa. “Batimos el récord de partidos seguidos sin perder en primera [nueve]. Sería un sueño jugar competiciones europeas”, dice. Camello es charlatán, agradable y pícaro, como su juego. No es el más fuerte, pero sabe cómo usar su físico con astucia. “Siempre he sido bastante cabroncete. Estoy continuamente planeando qué puedo hacer”, afirma.

Meses después del encuentro con este diario, el Rayo ha conseguido lo que parecía un sueño. Se ha clasificado para jugar la Conference League en la temporada 25/26. En el momento de la clasificación, con el pitido final del árbitro, Camello seguía lesionado, pero saltó al campo junto a todos los hinchas vallecanos a celebrarlo. En el año de su centenario y 24 años tras la última vez, el Rayo Vallecano volverá a jugar una competición Europea. “Equipo chico mis huevos”, dejó claro el joven delantero en sus redes sociales junto a un vídeo de la celebración en el barrio, rodeado de fans y bengalas. Para un equipo que está más acostumbrado a sufrir y pelear por evitar el descenso, una octava plaza es todo un sueño.

Antes del equipo de la franja roja, pasó por el Atlético de Madrid y el Mirandés. En la selección olímpica en París 2024, anotó los dos goles en la prórroga que le dieron el oro a España en la final frente a Francia. “Pensé que sería descartado, pero el míster confió en mí. Sabía que no jugaría mucho, pero lo disfruté y la vida me lo devolvió”. Sigue siendo el chaval que se sienta en los bancos de palique con sus colegas. Le importa estar cerca de los suyos y que la fama no le pierda. “Nunca me ha gustado que se me reconozca como futbolista. Me pasó en los Juegos Olímpicos, se crea una imagen heroica e inaccesible a las personas de a pie”. Por eso jugar en el Rayo Vallecano le va como anillo al dedo: “Hay una gran conexión con la afición. A los nuevos jugadores se les hace un tour por Vallecas y se les enseña la historia del barrio y del club. Consigues conocer lo que estás defendiendo, eso no tiene precio. Quiero ser uno más del barrio más que un ídolo. Me encanta hacer feliz a la gente si el equipo gana con un gol mío. Pero también me encanta estar en el barro. Animar y sentirme como el Bukanero que apoya al Rayo”.

Debutó con el Atlético de Madrid con 18 años y anotó gol contra el Levante. ¿Cómo fue la gestión? “Complicada. Siempre tuve miedo de que se me fuese la castaña, porque veía que a muchos les pasaba. Nunca dejé las cosas que hacía cuando no era nadie”, responde. “De repente, un día te conviertes en futbolista profesional, es tu trabajo y deja de ser algo que haces por amor”. Tiene el mismo coche desde hace años; un Volkswagen escarabajo con 140.000 kilómetros. “En mi casa no ha habido lujos y no los he necesitado”, dice. Y también convivió siempre con alguien muy importante, su hermano mellizo. “Para mí ha sido imposible tener algo que mi hermano no pudiese conseguir. Si para mí era un lujo comprarme un iPhone, iba a la tienda y compraba dos”, cuenta. Su riqueza es colectiva: “Lo mismo con mis padres. Me gusta viajar solo, pero siempre les invito a todo”.

“Somos niños que nos convertimos en adultos muy rápido. No se te permite estar emocionalmente mal por lo que cobras, pero deberían prepararnos psicológicamente para lo que se viene”

A él le gusta salirse del molde de futbolista clásico. Pero, ¿de dónde salen los estereotipos? “Basta con ir a los vestuarios. Hay gente muy normal, pero la gran mayoría no es así y no hablo mal de nadie. Muchos son gente que basa su personalidad en lujos, en aparentar y en el qué dirán. Muchas personas, cuando tienen dinero, se creen que están por encima del bien y del mal y se vuelven idiotas”, responde. Para él, sería importante que se empezasen a preocupar más por la salud mental de los futbolistas. “Somos niños que nos convertimos en adultos muy rápido. No se te permite estar emocionalmente mal por lo que cobras, pero deberían prepararnos psicológicamente para lo que se viene”.

Ir a terapia ha supuesto un antes y un después en su vida. Ha aprendido a ser más sensible con sus amigos, “aunque a veces dé pánico”. Eso sí, él opina que en los vestuarios faltan espacios seguros para la apertura emocional: “Nunca he visto llorar a un compañero en un vestuario. Son de las personas con las que más tiempo pasas y es triste que no nos permitamos estar mal. No englobo a todos, pero sé que si lloras en un vestuario está el vacile de ser un llorón o un maricón”.

Ahí otro tema que le preocupa: la homofobia del fútbol. Para él es algo transversal; va desde los equipos hasta las aficiones. “Si un padre le grita maricón a un jugador mientras está con su hijo, el crío va al colegio y lo repite. Es peligroso que en el fútbol se reproduzcan estas situaciones”. Y en los vestuarios tampoco hay espacios seguros para la libre orientación sexual: “Nunca me he encontrado a ningún homosexual. Es una movida muy gorda pensar que alguien no ha estado cómodo contigo para ser él. Me gustaría que esto cambiase”.

En Europa está habiendo un avance generalizado de la extrema derecha. ¿Le preocupa esto a Camello? “Claro, tío. Ver a peña como Musk tan cerca del poder asusta, no se le ve alguien cuerdo”, responde rápido. “Son muy ventajistas cuando se posicionan como antiwoke. Buscan el mínimo desliz para señalarles e invalidar los años de lucha”. De nuevo, vuelven a preocuparle los más jóvenes: “Las redes atrapan a los más vulnerables con mensajes sectarios”. En todo esto, el fútbol para él puede servir como herramienta de cambio. “Es un altavoz, sí, pero también entiendo que mucha gente no se posicione. El ambiente muchas veces es tóxico”, lamenta. “Me encantaría dar con la tecla para que todo mejore”.

Tiene alma de rockero. Además de futbolista es también batería en un grupo con sus colegas y cuando mete gol imita un solo de guitarra. Le sirve para desconectar de todo lo malo. Es fan de ABBA, Rocío Durcal o Shego, pero su gran amigo del mundo de las sintonías es Dani Fernández, a quien acaba de ver en el WiZink. El madrileño tiene muchos intereses, le gusta aprender de todo y de todos. ¿Dónde se ve cuando no juegue al fútbol? “En algo relacionado con la música o el mundo audiovisual. Existe más allá del futbolista heterobásico”, deja claro. La inquietud la tiene, pero por ahora está más cerca de ser un delantero de época que de seguir los pasos de John Bonham.

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Sobre la firma

Raúl Novoa
Periodista gallego que colabora en ICON, EL PAÍS SEMANAL, EL PAÍS Audio, EL PAÍS Gastro, El Comidista y Proyecto Tendencias. Escribe también para Euronews, Tapas, CAP 74024, El Salto y elDiario.es, donde trabajó dos años. Autor de 'Radiografía del Lobby del Mercado Eléctrico' con el Corporate Europe Observatory y ganador del premio VI Nacho Mirás.
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