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Arquitectura
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Por qué se considera ilegal el chalet de Xabi Alonso?: mucho más cliché que verdad arquitectónica

El litigio al que se enfrenta el entrenador del Real Madrid nos lleva a un terreno donde lo legal se vuelve estético y lo estético se vuelve ideológico, y abre un diálogo complejo entre lugar, uso, cultura y técnica

Chalet de Xabi Alonso
Pedro Torrijos

Según se cuenta en este mismo periódico, Xabi Alonso —flamante nuevo entrenador del Real Madrid al que media España querría como yerno y la otra media como seleccionador nacional— se enfrenta a un nuevo litigio judicial por el chalé “ilegal” que ha construido en San Sebastián. La base de la denuncia, presentada por grupos ecologistas ante la Fiscalía, tiene que ver con el acceso a la propiedad: al parecer, está utilizando un camino catalogado como de “dominio y servicio municipal” para llegar hasta su casa. Es decir, un tramo de vía pública que, si uno se guía por la letra del reglamento (y no por la discreción de una verja bien situada), no debería privatizarse sin más. Este es un tema espinoso, un clásico de la política urbanística, pero no vamos a detenernos mucho porque, honestamente, desconozco las particularidades del caso y tengo una fe razonable en que la justicia hará lo que corresponda.

La parte interesante, o al menos la que nos lleva a un terreno donde lo legal se vuelve estético y lo estético se vuelve ideológico (como casi todo, en realidad), es otra. En la denuncia también se menciona que el ayuntamiento donostiarra ya incurrió en una “ilegalidad manifiesta” al permitir que el chalé tuviera una cubierta plana. Porque, atención, en ese ámbito rural las ordenanzas municipales solo admiten “cubiertas inclinadas de dos, tres o cuatro aguas”. Y esto —esta obsesión normativa por el ángulo del tejado— sí merece que nos detengamos.

El ayuntamiento donostiarra considera que el chalé incurre en una ilegalidad por no contar con una cubierta inclinada de dos, tres o cuatro aguas como el resto de construcciones de la zona.

En general, se entiende lo que se quiere evitar: que no te planten un búnker gris en mitad del caserío. Que la casa “parezca de aquí”. Que respete una cierta estética rural que, aunque nunca del todo codificada, se reconoce como tal. Pero reducir toda esa vernacularidad a la inclinación de la cubierta es, como poco, discutible. Primero, porque ni las cubiertas inclinadas son necesariamente tradicionales, ni las planas modernas. Segundo, porque esa equivalencia —tejado inclinado igual a autenticidad; tejado plano igual a provocación urbanita— tiene mucho más de cliché que de verdad arquitectónica.

Pongamos un ejemplo elemental: las casas de los nativos Pueblo, en Nuevo México, llevan más de mil años construyéndose con cubiertas planas. Y no por capricho moderno, sino por adaptación climática, lógica estructural y sabiduría material. Nadie en su sano juicio acusaría a la arquitectura Pueblo de no ser vernácula. Pero incluso si aceptamos que en climas más húmedos la cubierta plana es una invención de la modernidad (una modernidad que, por cierto, ya tiene más de un siglo), por depender de tecnologías de impermeabilización que antes no existían, tampoco eso convierte automáticamente a las cubiertas inclinadas en sinónimo de tradición.

Las casas de los nativos Pueblo, en Nuevo México, llevan más de mil años construyéndose con cubiertas planas.

De hecho, basta con mirar algunas casas de vanguardia arquitectónica absoluta para comprobar que la inclinación del tejado no tiene nada que ver con la sumisión al folclore ni con la ruptura. La cubierta puede inclinarse como un gesto radical, como una declaración formal, como un dispositivo técnico… o como las tres cosas a la vez.

Ahí está la casa Sheats-Goldstein de John Lautner, encajada en las colinas de Beverly Hills como un proyectil de hormigón. La cubierta, una losa de geometría casi imposible, cae con una inclinación tan afilada y sostenida que parece a punto de cortarle la cabeza a la piscina. No hay teja ni alero ni buhardilla: solo un plano inclinado que es estructura, sombra, forma, y también paisaje. Esa inclinación —brutal, deliberada, profundamente moderna— no se somete a lo vernáculo, pero tampoco lo desprecia. Lo sustituye por otra lógica: la del vuelo, la del refugio, la del espectáculo técnico.

Dormitorio principal de la casa Sheats-Goldstein de John Lautner, encajada en las colinas de Beverly Hills como un proyectil de hormigón.

La casa Y de Steven Holl, por su parte, está en un lugar muy distinto: un prado verde en el norte del estado de Nueva York, rodeada de árboles como salidos de un fondo de pantalla de Windows XP. Pero allí, entre tanta postal bucólica, Holl levanta una estructura roja que se pliega y se despliega como un origami escandinavo. Cada volumen tiene su propia cubierta inclinada, pero ninguna de ellas apunta al “tejadito rural” que defiende el reglamento donostiarra. No son aguas; son alas. Se trata de planos que enmarcan el paisaje, que proyectan sombra, que organizan el espacio interior sin nostalgia ni impostura.

Y, por último, la Casa Huarte de Corrales y Molezún, en Madrid, que podría ser, si uno quiere, el ejemplo perfecto de cómo una cubierta inclinada puede ser todo menos tradicional. Aquí, los tejados se multiplican, se encajan, se ocultan entre sí. Forman un conjunto de volúmenes bajos que se arrastran casi a ras de suelo, cubiertos de teja y de hiedra, como si el propio jardín hubiera decidido construir una casa. Las inclinaciones están ahí, sí, y son muchas, pero ninguna responde a la simetría pintoresca que dictaría una normativa de “dos, tres o cuatro aguas”. Al contrario: parecen un puzle tectónico, casi secreto, en el que la cubierta se convierte en muro, el muro en suelo, y el suelo en paisaje.

Así que no, no es tan sencillo. La inclinación de una cubierta no define si una casa es moderna o tradicional. Mucho menos si es adecuada o no para su entorno. Lo que sí revela, muchas veces, es el modo en que entendemos la arquitectura: si como un catálogo de formas permitidas, o como un diálogo más complejo entre lugar, uso, cultura y técnica.

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Sobre la firma

Pedro Torrijos
Pedro Torrijos es escritor, arquitecto y crítico cultural. Es director del podcast del Museo ICO y colaborador habitual en medios. Sus últimos libros son 'Territorios improbables', 'Atlas de lugares extraordinarios' y 'La tormenta de cristal'.
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