Sara Carbonero: “Mi cáncer también ha espoleado a mis amigas a vivir a tope”
La periodista, de 41 años, admite que se cabreó con el mundo al ser diagnosticada a los 35, pero que desde entonces se aplica la máxima del ‘carpe segundem’


La cita es a media tarde en la antigua Joy Eslava, mítica discoteca madrileña en pleno centro de la ciudad. Esperamos a la entrevistada entre pruebas de luces y sonido en los prolegómenos de la fiesta del décimo aniversario de Slowlove, la firma de moda que creó junto a su amiga y compañera de oficio Isabel Jiménez en sus ratos muertos en la cantina de Telecinco, donde trabajaban presentando informativos. Cuando Sara Carbonero aparece por fin, impresionante y ataviada con uno de los lánguidos vestidos de punto marca de la casa, pide disculpas por el retraso y se ofrece amable y cercana a la conversación sin traspasar sus líneas rojas. Que su coraza sea invisible no significa que no sea gruesa.
¿Cuánto ha llovido en los 10 años que cumple su marca?
Muchísimo, dentro y fuera de la marca. A veces, pensándolo, me parece otra vida.
Empecemos por el principio. Usted es de Corral de Almaguer, en Toledo, un pueblo manchego de paso.
Fíjate que a la entrada hay un cartel que dice: “Corral de Almaguer, donde La Mancha empieza a ser”. Desde que hicieron la autopista AP36, que creo que es la menos rentable de España, porque siempre voy sola por ahí, ya no es de paso. Pero antes, sí. Mucha gente paraba y compraba queso, que es buenísimo. La cosa es que nací en Madrid, pero, sí, pasé toda mi infancia en Corral.
Se dice que uno es de donde hace el Bachillerato.
Pues sí, además, mi promoción inauguró el instituto del pueblo, que se llama La Besana, que es el primer surco que se hace en la tierra para ararla. Soy muy de pueblo, y lo digo muy orgullosa. El padre de mis hijos [Iker Casillas] es de otro pueblo, de 100 habitantes, una aldea, directamente. Y a mis hijos les gusta mucho. Lejos de renegar de ello, lo reivindico. He comprado una casa del centro, y la he puesto a mi gusto para volver siempre que puedo.
¿Viven sus abuelos? Los suyos, digo.
Mi abuela Maxi cumplió 100 años el 5 de marzo. Lo celebramos toda la familia junta. Estaba perfecta. Al día siguiente se cayó y a los dos días murió.
No es una mala muerte, ¿no cree?
Fíjate, yo como ahora creo muchas cosas, quiero creer que, a veces, las personas mayores cuando llegan a esas edades eligen un poco cómo irse. Me gusta pensar que mi abuela nos vio, era la típica mujer enamoradísima de su marido, mi abuelo, que se había muerto hacía ya muchos años, y dijo: “Ya he cumplido”. Dentro de lo malo, yo firmaba esa muerte, porque no se enteró y en un día se fue.
¿Qué es eso de “ahora creo en muchas cosas”? ¿El cáncer le ha dado la vuelta a la cabeza?
Bueno, totalmente. Si no hubiera hecho mella en mi manera de vivir, no sería normal. No es que crea en todo, lo que sí que creo es que a cada uno le ayuda una cosa y todo es respetable. Cuando me diagnosticaron la enfermedad tuve una época que no creía en nada, estaba enfadada con el mundo. Si Dios existe, por qué me manda algo tan cruel y tan duro, pensaba. Perdí un poco la fe, que ahora he vuelto a recuperar. Pero ahora creo mucho en la energía, en lo espiritual.
¿Antes era muy religiosa?
Mi familia sí lo era. Mi abuela, la otra, que se llamaba Presentación, era profesora de Religión. Era una mujer adelantada a su tiempo, 11 años mayor que mi abuelo, conducía y nos llevaba a todos los nietos en su coche. Era una mujer muy libre y muy rebelde, me marcó mucho.
¿Y en qué otras cosas cree ahora?
Bueno, me he dejado asesorar. Si haces algo que te hace sentir mejor, ¿por qué no? Cosas relacionadas con la energía, más holísticas. Nada esotérico, a mí no me saques las cartas. Pero creo muchísimo en la conexión cuerpo y mente, en la somatización de los pensamientos. Por desgracia, a mí me ha tocado un cáncer: sé que es multifactorial, que hay parte genética, pero creo que influyen algo el estrés y las emociones.

Lleva tiempo sin trabajar en medios. ¿Una deja de ser periodista?
Para nada. Lo que pasa es que estaba tan perdida que pensé: me quito de todo. Hay gente que no lo sabrá, pero yo tengo una carrera larga detrás. Para mucha gente, mi carrera empezó en el famoso Mundial de Sudáfrica 2010, pero para entonces yo ya llevaba años en el oficio. Y una no deja de ser periodista porque no ejerza. De hecho, lo que más me gusta es escribir y estoy escribiendo. Mi sueño es publicar algo que ayude a la gente. Lo que no quiero es nada que tenga que ver con teles ni nada que me lleve al estrés, porque tengo dos niños en edad de estar encima, quiero estar todo lo que pueda con ellos y cuidarme yo mucho.
¿Cómo cree que la hemos tratado los colegas?
Pues tengo un dilema grande. En general, se me ha tratado con respeto. Lo que no soporto es la presión de los paparazis, que vengan cuatro tipos continuamente detrás de mí me parece terrible en una situación como la mía, de vulnerabilidad, de estar débil, de tener que cuidar la paz mental. A veces, mis médicos me han dicho que me pueden hacer un informe, porque lo mío no es un capricho: necesito tranquilidad.
¿Cómo convive con las secuelas de la enfermedad?
He tenido que pasar por un duelo. Tal cual. Así me lo dijo mi terapeuta. El del diagnóstico es el primer día de mi vida que te enfrentas a la muerte.
¿Se lo dijeron así?
Bueno, los médicos son rigurosos. No se pillan los dedos. Sin entrar en intimidades que no quiero, me enfrenté a un diagnóstico con el que mucha gente sobrevive a los cinco años y mucha gente no. Esto, a los 35 años. Mi mayor dolor y sufrimiento del cáncer ha sido por el hecho de ser madre. Si yo no hubiera tenido hijos, habría llevado de otra forma la enfermedad. Nadie se quiere morir, pero lo que me mata de dolor, lo que me hiere, es pensar en los niños y en lo que me necesitan, en lo que necesitan a su madre.
¿Se ha hecho más miedosa, en ese sentido?
Muchísimo. No subo en helicóptero, por ejemplo. Y antes yo me he metido en mil aventuras: volar en helicóptero en el cañón del Colorado, por ejemplo. Intento protegerme un poquito y evito riesgos evitables, porque ya tengo bastantes riesgos en mi vida. Pero por eso no voy a dejar de vivir. Cojo aviones y, de hecho, con Isabel [Jiménez] he hecho mil locuras a raíz de la enfermedad, precisamente.
¿Por el cáncer o pese al cáncer?
El verano más divertido de mi vida pudo ser el de 2019, el de mi enfermedad. Dijimos Isabel y su hermana, que son otras dos hermanas para mí, y yo y la mía: “A esto hay que darle la vuelta”. Entonces, yo con mi peluca me creía Dios, me dio una especie de subidón. Me habían operado, me había dado mi quimio y me dijeron: “Vas a tener una semana mala, otra regular, y otra buena. Entonces, la mala no podía levantarme de la cama, pero la buena no nos quedábamos en casa. Lo que pasa es que luego la enfermedad se te hace larga. Y piensas que la has dejado atrás, pero siempre hay controles, pequeñas cositas que van apareciendo y no terminas de respirar.
Bueno, vamos a dejar la enfermedad.
Sí, pero la verdad es que me encantaría ese titular para que la gente sepa que se puede vivir. Que la enfermedad te puede dar un toque para decirte: “Vive”.
¿A veces se necesita un toque?
Ojalá no me hubiera tocado, pero también te digo que, a raíz de pasarme a mí esto, a muchísimas amigas de mi alrededor les cambió muchísimo la vida. Una se estaba divorciando, la otra tenía un dilema de no sé qué. Como veían lo que yo estaba pasando, mi cáncer les espoleó para tirar adelante, para vivir a tope. Y, en ese sentido, me alegro de haber servido a mucha gente. Aprendí, como decía Pau Donés, que vivir es urgente y lo llevé a la práctica literalmente.
¿No tiene bajones?
Claro. No soy una persona de mostrar mi vida. Prefiero que la gente opine a veces que a lo mejor soy un poco superficial, pero esa superficialidad está tapando lo que yo no quiero que se muestre, y en parte no quiero que se muestre por mis hijos. Es mi coraza, pero, claro, tú me pinchas y me paso el día llorando, soy una montaña rusa.
Su ropa se vende con su imagen. ¿Por qué cree que la gente compra algo de su marca?
Me gusta pensar que no solo compran una prenda, sino una forma de entender la vida. Entonces, si la gente quiere comprar algo porque yo lo llevo, si Isabel y yo somos aspiracionales, es una gozada. Es el rollo que nosotras siempre hemos llevado y ahora se ha materializado en esta marca.
En la colección siempre hay prendas de crochet, pero apuesto a que sus abuelas lo llamaban ganchillo.
Ay, eso me desbloquea un recuerdo precioso. Con mi abuela, la que ha muerto, hacíamos mucho ganchillo. Como siempre había un bebé en la familia, hacíamos patucos y capitas y esas cosas. Es superrelajante y era mi momento de estar con ella.
Otra vez el pueblo...
Estoy orgullosa. Y también de a lo que he llegado saliendo de un pueblo, porque, mira, con todas las críticas que yo he recibido, cuando yo empecé en el periodismo deportivo casi no había mujeres. Yo nunca he levantado los pies del suelo. Todos, en mi familia, hemos tenido los pies en la tierra.
También ha pisado mucha alfombra roja.
Sí. He tenido una época de mucho glamur, de ponerte guapa, y la he disfrutado. Y eso que siempre he tenido esa lucha mía de como que la belleza estaba reñida con la inteligencia, que la gente cree que como ers mona eras menos válida y todo eso. Yo no soy de mirar nada en Internet. No me he buscado jamás. Es como un mantra...
Debe de ser la única persona del planeta que no lo ha hecho.
Te lo juro. Me lo dijo mi psicóloga y lo llevo a rajatabla, porque me volvería tarumba. Es que la gente no se acuerda, pero yo, cuando estaba en el Mundial de Sudáfrica y España perdió el primer partido, me desperté con la portada de The Times diciendo: “Sara Carbonero, la desestabilizadora del Mundial”. Había un punto machista tremendo. Y en España, en el programa de Santi Acosta, se hacían debates sobre si yo, periodista, debía de estar o no en el Mundial. Y yo solo estaba ahí, en una esquina, con un plumas y helada, porque allí era invierno, haciendo mi trabajo.
¿No tuvo apoyos públicos?
Tuve a mis amigas. Me salvaron mis amigas y compañeras. Pero ninguna ministra salió a defenderme. Al contrario, hubo una ola en Twitter que me hizo mucho daño, burlándose de mí. Se cebaron mucho. Ahora lo veo más claro, antes me hacía pequeñita. Pero no, no hubo apoyo. Y fue muy cruel. Muy tremendo. No sé cómo aguanté esos 40 días en Sudáfrica, la verdad. Pero bueno, ya está.
Diga algo de usted misma, sin filtros.
Eso es lo más difícil del mundo, pero me considero una mujer valiente, porque he tenido que enfrentar cosas fuertes, aunque a veces no lo sea. Y he aprendido a ser agradecida. Hay gente con lo mío que ya no está aquí. Sí: el cáncer me ha hecho valiente y disfrutona. Si tengo un día bueno, lo disfruto el doble o el triple que alguien que no le haya visto las orejas al lobo.
‘Carpe diem’.
Carpe segundem.
Vida lenta
Aunque Sara Carbonero (Corral de Almaguer, Toledo, 41 años) creó la firma de ropa Slowlove con su amiga y compañera periodista Isabel Jiménez en 2015, cuatro años antes de que fuera diagnosticada de cáncer de ovario en 2019, la traducción literal de su marca ("amor lento") casa con su nueva filosofía de vida. Carbonero, periodista deportiva desde los 21 años, mucho antes de su boda secreta y posterior divorcio del futbolista Iker Casillas, con el que tiene dos hijos, ha decidido, desde entonces, vivir más lento y más intensamente. En ello anda.
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