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Columna
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Irse de vacaciones con el aceite de freír croquetas

Convertir un residuo en combustible es una buena idea: reduce vertidos contaminantes y da valor adicional a algo que ya existe

Maria Nicolau
Maria Nicolau

La naturaleza es sabia y ha considerado oportuno hacer coincidir en el tiempo la temporada reina del ir descamisado con la de la cervecita bien fría, la del pescadito frito y la de coger aviones. En esta época, el trajín de bidones de aceite de fritura viejo en bares y restaurantes está ahí-ahí con el de las cajas de quintos y medianas, y el de los paneles de salidas y llegadas de los aeropuertos. Las estelas que dejan tras de sí los aviones en el cielo no son chemtrails: son humillo de freír croquetas.

Desde la Ley 7/2022 de residuos, restaurantes y bares están legalmente obligados a inscribirse en un registro como pequeños productores de residuos, un concepto monísimo, y a almacenar el aceite usado en bidones separados, para entregarlo a empresas certificadas que se encargan de la logística de su reciclaje.

El restaurante siempre se lleva algún tipo de contraprestación a cambio, porque la gestión de ese aceite es un negocio rentable. Estas empresas, mediante unas brigadas estupendas de chavales forzudos trasegando carretillas, se llevan el aceite de las croquetas, lo etiquetan, lo filtran y lo envían a factorías que lo procesan y lo convierten en biodiésel, que luego impulsa coches, camiones, barcos y aviones.

El biodiésel es una magnífica revisión del sistema de aprovechamiento sostenible de Mariano, el viejo lobo de mar retirado y anarquista que vive a la suya haciendo de chatarrero en las afueras del pueblo, y desde el inicio de los tiempos le echa aceite de freír a la vieja Citroën C15. Él no filtra ninguna clase de impurezas, y por donde pasa deja un aroma a churros y pan de gambas que enamora. Es posible que algunos de los aviones que ahora mismo los llevan a ustedes de un lado a otro de vacaciones funcionen con la misma tecnología que la vieja C15 de Mariano. El mundo no ha cambiado tanto.

Hace algunos años, se creía que el biodiésel era la solución al cambio climático. Hoy, algunos expertos opinan que no es la solución, sino parte del problema. En 2025, casi nadie discute que convertir un residuo como el aceite de freír en combustible es una buena idea: reduce vertidos contaminantes, da valor adicional a algo que ya existe y evita el gasto de combustibles fósiles.

Ahora bien: el furor del biodiésel como remedio de todos los males llevó a fabricar biodiésel a partir de cultivos sembrados con ese fin, y aquí es donde aparecen los problemas. No es lo mismo aprovechar el aceite de Casa Paco para mover un autobús, que quemar selva o arrancar cultivos tradicionales para sembrar hectáreas de palma y hacer volar aviones. Entonces, hablamos de competencia entre cultivos que dan de comer y cultivos que mueven turistas, de subida de precios de alimentos básicos, de uso intensivo de tierra y agua, y de deforestación para plantar soja, palma o colza, proceso que genera emisiones que, muchas veces, superan cualquier beneficio climático que el biocombustible pudiese ofrecer. Sutilmente, una buena idea, basada en el sentido común y con fines de altura, se convierte en una forma más de ganar dinero explotando, agrandando el problema que pretendía solucionar.

En 2025, el debate sobre los biocombustibles es más vigente que nunca. La Unión Europea acaba de poner en marcha una normativa que, por primera vez, impone el uso de esta clase de combustibles a sectores históricamente intocables como la aviación y el transporte marítimo, medios de transporte muy difíciles de electrificar. La ReFuelEU Aviation entra en vigor este año y obliga a que cualquier avión que salga de un aeropuerto europeo lleve un porcentaje mínimo de biodiésel. Ya estamos viendo aerolíneas anunciando vuelos “más verdes” o “sostenibles” gracias a estos combustibles. Y no hay aceite de fritura usado suficiente en Europa como para cubrir esa cuota.

En cuanto a sostenibilidad y ahorro, Mariano, con su C15, va un paso más allá que los fabricantes de biodiésel. No sólo aprovecha, sino que gasta poco. Huele a fritanga, sí, pero nunca corre a más de veinte quilómetros por hora y nunca rebasa los confines de la comarca.

Hay que hacer algún sacrificio como sociedad y elegir: o comemos más croquetas y pescadito frito, o cogemos menos aviones.

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Sobre la firma

Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.
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