La revolución vinícola del Mediterráneo y tres vinos para descubrirla
Las bodegas están reescribiendo el concepto de frescura en la tierra donde el sol está siempre asegurado


Frente al reinado de los vinos de regiones frías, el Mediterráneo se reinventa. Está dejando de replicar los patrones de éxito de zonas vinícolas septentrionales para centrarse en sus elementos más auténticos y recuperar el orgullo por lo propio.
La historia es una fuente inagotable de autoestima. El Mare Nostrum fue la gran vía de propagación de la viticultura y la cultura del vino desde Oriente Próximo hacia el oeste, gracias a las rutas comerciales establecidas a lo largo de los siglos por fenicios, egipcios, griegos, romanos y, en última instancia, por los venecianos. Mucho antes de la aparición de los grandes vinos medievales (Borgoña, Mosela, Tokaji), la producción de vino se extendió desde Mesopotamia hacia las orillas del Nilo, las islas griegas de Chios o Lesbos, el sur de Italia (conocido como Enotria en el siglo V antes de Cristo) o la costa francesa en el entorno de Marsella. Si en la época romana triunfaban el falerno que se producía en Campania y los vinos de la Bética (la actual Andalucía), los siglos XII y XVIII fueron la época dorada de los malvasías dulces.
El Mediterráneo del siglo XXI es una de las áreas más amenazadas del planeta porque se calienta dos veces más rápido que la media de los océanos. Sin embargo, la profesora Nathalie Ollat, del Instituto Nacional de Investigación Agraria francés, también ve grandes oportunidades de adaptación a través del material vegetal, la ubicación de los viñedos y la propia regulación del sector. Muchos de estos temas se debatieron el pasado mes de marzo en el Simposio de Vinos Mediterráneos que reunió a investigadores, expertos y productores en la bodega de Empordà Perelada. En ese mismo encuentro, el Master of Wine Gabriele Gorelli utilizó el oxímoron “calidez refrescante” para referirse a la dualidad de sensaciones que aparecen en muchos vinos de esta órbita geográfica.
La contradicción tiene todo el sentido a la vista de la evolución de numerosas regiones vitícolas mediterráneas. Un elemento clave es la confianza depositada en unas variedades locales mejor adaptadas al clima y más capaces de hacer frente al aumento de la sequía generado por el calentamiento global.
El Priorat que ha dejado de lado en sus ensamblajes las uvas internacionales es infinitamente menos tánico y más tensionado porque tanto la garnacha como la cariñena maduran más lentamente y aportan una buena acidez. En Levante, la recuperación de castas con problemas para completar la maduración, como la mandó o la arcos, permite, en el actual contexto de cambio climático, elaborar un perfil de tintos más frescos y, en ocasiones, casi livianos. No es casualidad que casi todas las variedades ancestrales rescatadas por Familia Torres dentro de su laborioso rastreo de material vegetal prefiloxérico en Cataluña sean uvas de buena acidez y ciclo largo. Lo mismo ocurre en Mallorca con el resurgimiento de la callet, de poco color y estructura, casi al estilo de una pinot noir del Mediterráneo, la gargollosa, o la escursac, que es de las últimas que se vendimian. Ahora, Ibiza está realizando su propia prospección de uvas locales, que están resultando ser diferentes a las mallorquinas. Quizás en 5 o 10 años, los turistas puedan descubrir un sabor local único que añadir al resto de sus experiencias en la isla. La historia no es muy diferente en Italia o Grecia, países que conservaron mejor que España un material vegetal que ahora enseñan con orgullo.
Para el amante del vino, todo esto es sinónimo de vinos amables y agradables de beber, casi siempre con buena madurez. La frescura del Mediterráneo se expresa a través de rasgos especiados y herbales que recuerdan al monte bajo y que aportan complejidad. Los blancos se apoyan en la sapidez derivada de los suelos o en la tensión que aporta el uso inteligente de pieles en la fermentación; solo hay que ver cómo se ha ampliado el abanico de color y tanicidad de los vinos naranjas. Cada vez es más evidente que una buena maduración natural no requiere extracciones adicionales en bodega y que la mejor manera de preservar la fruta es con una crianza adecuada que no ahogue su expresión. Esta es la razón real del uso de recipientes de madera de mayor tamaño y del regreso del hormigón y el barro (ánforas y tinajas tienen una historia milenaria). El lenguaje de un Mediterráneo que juega con sus propias cartas.
Redescubrir el Mare Nostrum
CLOS ANCESTRAL

Familia Torres
Tipo: 45% moneu, 35% tempranillo, 20% garnacha. 14% vol.
Precio: 16 euros
La recuperación de variedades de ciclo largo como la moneu, que juega un papel dominante en este vino, permite construir tintos más livianos, con mayor carácter aromático y sensaciones frescas, aunque el grado alcohólico se mantenga relativamente alto. Destacan las notas florales, de bayas silvestres y hierbas mediterráneas como el romero o el tomillo. Un tinto con presencia muy moderada de la madera —de hecho, parte de la moneu está envejecida en ánfora— y taninos amables.
PUREZA ÁNFORA

Pepe Mendoza Casa Agrícola
Tipo: 100% moscatel de Alejandría. 13% vol.
Precio: 18 euros
Pepe Mendoza es uno de los grandes representantes de los vinos mediterráneos en España y uno de los redescubridores de la moscatel para blancos secos. Lo elabora con un toque muy sutil de pieles, siguiendo la tradición local del brisado y envejece en tinajas de Padilla, donde puede aparecer un toque de flor. Así, consigue moderar las notas auvadas de la variedad, aportando un carácter cítrico y ligeramente anisado y especiado; y, sobre todo, consiguiendo más tensión y estructura en el paladar.
PLANETA CONTRADA TACCIONE

Planeta
Tipo: 100% carricante. 13,5% vol.
Precio: 24 euros
La zona del Etna, en Sicilia, es un remanso de frescura en una latitud muy meridional. Con variedades propias de gran personalidad, los blancos se apoyan en la carricante, en este caso cultivada en la vertiente norte del volcán, en el municipio de Castiglione di Sicilia, entre los 690 y los 720 metros, y vendimiada entre finales de septiembre y principios de octubre. El suelo volcánico imparte su impronta, aportando sapidez e intensidad, mientras que la acidez da un tono vibrante al vino.
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