Cena psicomágica en Ibiza con un cura, un policía, Silke y un payés
Asistimos a una velada entre la gastronomía, la performance y el viaje interior en la que David Benito, curtido hostelero, guía a diez comensales por bocados inspirados en la filosofía de Jodorowsky. Una experiencia a la altura de la isla


Parece el arranque de un chiste: “Esto es un payés, un cura, un comisario y una actriz que van a cenar cuando de repente aparece una mujer vagina…”. La velada, aunque es muy divertida, no es una broma. Es una cena psicomágica, una creación de David Benito, curtido hostelero, que ha celebrado una veintena de ellas por medio mundo. En el estudio de un artista en Cuba, en un hotel de Costa Rica y por supuesto varias en villas de Ibiza, donde pasa seis meses como director de operaciones de Las Dalias, el mítico mercadillo jipi del norte de la isla, hoy un complejo que incluye una discoteca y varios restaurantes, entre ellos el mexicano Palo Santo, esta noche cerrado al público para el excéntrico evento en el que se servirán canapés a lomos de hormigas, falsas rayas de coca de alioli de coco, oro comestible, vino masticable, flores o un cóctel en biberón.

La primera cena psicomágica que Benito celebró fue en su casa de Vejer, en pandemia, cuando pergeñó el concepto. “En hostelería he tocado todos los palos…”, dice el psicochef, que empezó como relaciones públicas en la noche madrileña a los 16 años. “He tenido un chiringuito en la Playa del Palmar (Cádiz) y he dirigido la almazara de Carlos Falcó, donde se servía con guante blanco y campana de plata. Estas cenas son como mi proyecto de fin de carrera, en ellas cuento todo lo que he aprendido del negocio, de la cocina a la sala”.
La parte psicomágica se inspira en la técnica terapéutica del escritor y cineasta Alejandro Jodorowsky (Chile, 96 años), una invención que conjuga ritos chamánicos, teatro, tarot y psicoanálisis para provocar una catarsis en el paciente. “Por suerte nosotros no hemos tenido ningún susto catártico durante una cena, la gente siempre lo pasa bien”, ríe Benito (Madrid, 51 años) que conoció al neo-chamán en una conferencia en la madrileña Casa de América hace dos décadas. Le pareció “un colgado”, pero le fascinó su forma de enfrentar las enfermedades mentales y su filosofía vital. Siguiéndola “escribió” estas cenas a medio camino entre la gastronomía, la performance y el viaje interior. “Jodorowsky te reta a hacer cosas que nunca has hecho para desprogramar tus hábitos, así que yo primero me creé un problema —quité los platos, los cubiertos y las copas—, y luego fui inventando alrededor una cena diferente”.

Y tanto. Volvamos al principio: entra una mujer vagina. Desnuda, una capa roja le cubre la espalda y una máscara de látex con forma de vulva, la cabeza. Lleva una bandeja de ostras fresquísimas, el entrante. En la mesa frente a cada plato hay un espejo, porque “esta cena es principalmente con uno mismo”. Antes de empezar lo ha explicado un vídeo fantásticamente animado por el propio psicochef, que además de todo trabajó en los estudios de Cruz Delgado (Los Trotamusicos, Don Quijote de la Mancha). Ejerce también de maestro de ceremonias ataviado con una chaquetilla blanca, un enorme miriñaque amarillo (“¿Por qué amarillo? Porque hay que amar y ya”) y un turbante. El porqué del turbante es más pedestre: se lo puso hace años para “dar que hablar” en un pueblo donde iba a abrir un restaurante y ya no se lo quitó. “¡Soy prisionero de mi propio marketing!”, cuenta muerto de risa.
Alrededor de la mesa redonda somos 10 comensales y a todos nos han puesto un antifaz de encaje negro. El casting es fantástico, todas las Ibizas en una mesa. Está Pitu, nieto del payés que en 1954 abrió Las Dalias como un bar de carretera y salón de baile antes de convertirse en leyenda jipi. Está Silke, mítica actriz de los noventa (Hola, ¿estás sola?, Tierra) que ahora diseña complementos en la isla y confiesa, con la sonrisa clavada a como la recuerdas, “estar flipando desde el minuto uno”.

Las fuerzas vivas están personificadas en Manolo, comisario de Policía, a quien la cena le parece “muy sugerente”, y Fabián, párroco colombiano en San Carlos, el pueblo más cercano que agradece “el espacio para la introspección”. Hay además un chef mexicano, un artista danés, una hostelera iraní... Hasta 10. “El número no tiene mayor misterio: en aquella primera cena en mi casa solo había 10 sillas, ¡cero significado esotérico!”, se carcajea Benito, que también tiene normas —los clientes no se deben conocer entre sí y los móviles están prohibidos— pero se las salta.
Ya en el segundo plato sale algún teléfono para retratar los instagrameables pinchos-bichos que evocan la máxima de Jodorowski: “Cada hormiga carga en su nuca la totalidad del universo”. Aquí cargan canapés que combinan dulces, salados y amargos, mientras asciende un pedestal de madera diseñado por el chef que culmina en un colgante de regalo para cada comensal.

La cena es un mimo constante. Las camareras, envueltas —cabeza y manos incluidas—, en mallas negras (porque son “sombras”) masajean los hombros y acarician las cabezas de los invitados entre platos. La bebida va llegando en forma de esferificaciones o en tubos de ensayo, hasta el combinado final, diseñado por Marta Espejo, que va en un biberón. Conmovida, Judit Rico Buldain, asesora de bebidas espirituosas mexicanas, resume: “La idea es que la comida fuese distinta y nos removiese, y la bebida, la parte más espiritual de nuestro alimento, estuvo totalmente a la altura de esa intención”. Iker Llona, el chef/comensal, ahonda: “Ahora todo el mundo quiere hacer de la gastronomía una experiencia, pero al final siempre se trata de la comida. En estas cenas comes bien, pero no vienes a comer, tienes una reacción que va más allá”.

Su plato favorito ha sido el arroz con leche (“de verdad, sin deconstrucciones, que sabe a infancia”) que acompaña al postre “Maraña de pensamientos”, donde pétalos de pensamientos se enredan en algodón de azúcar sobre la cabeza de un muñeco bebé mientras suena la sintonía de la serie Marco. “Todo lo que hago tiene un punto kitsch”, admite Benito, que a veces acaba las cenas con “bailes extáticos” o baños sonoros. “Estas cenas son un poco crazy, pero surgen de mi amor por el trato con el cliente”, dice el psicochef, que suele cobrar entre 100 y 250 euros por cabeza, que sirven apenas para cubrir gastos y financiar los viajes del equipo. “Esto no es por dinero, es creación”, zanja.
“Venía sin esperar nada y me he divertido mucho”, dice Sten, el artista danés. “Yo me dedico a diseñar universos y me gusta entrar en uno que ha ideado otra persona para sorprenderme. Si lo piensas, comer es algo muy tradicional, siempre igual, y esta noche hemos roto algunas convenciones”.
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