El Yerno, la barra de bar de Málaga a la que acuden cocineros y entendidos a comer marisco a buen precio
El buen producto del mar es la base del negocio ubicado en el céntrico mercado de Atarazanas


Paco Murillo estudió electromecánica de vehículos, pero mientras él buscaba trabajo a sus amigos les sobraba el dinero. Todos se habían ido a la construcción, que a principios de siglo vivía su mejor momento. Decidió seguirles. Se dedicó a las reformas, a obra nueva, a lo que surgiera. Hasta que en 2013, ya en plena crisis inmobiliaria, le llegó una propuesta inesperada. Venía de su suegro, que regentaba un puesto de precocinados que no terminaba de funcionar en el mercado de Atarazanas, en Málaga. “¿Si monto un bar aquí dejas tu oficio y te vienes?”, le preguntó. “Estaba a punto de casarme, terminando de construir mi casa, tenía 30 años… Pensé: ná tengo, ná pierdo”, recuerda ahora, a sus 42 años. Se lanzó. Hizo bien: hoy la suya es una de las mejores barras de la ciudad. No hay crítico o chef local que no esté rendido a un rincón que enamora a base de pescaíto, marisco que se sirven crudos, cocciones, planchas y frituras. El nombre no podía ser otro: El Yerno.
A Murillo, al que todos conocen como Paco, la cocina no le era demasiado desconocida. Ya durante sus años de estudiante echó varios veranos en el chiringuito Los Cuñaos, en el barrio de Pedregalejo, donde hizo de todo. La única diferencia era que en su nueva etapa el negocio lo dirigía él. De inicio servía cafés desde primera hora y dejaba hueco al aperitivo antes de bajar la persiana. “Pero la mejor guantá es la de la vida”, señala. Fue la propia clientela la que le enseñó el camino a seguir. Allí a las once de la mañana ya pocos querían un mitad y pitufo mixto, lo que buscaban era una caña de cerveza y algo para picar. Dejó los desayunos y se centró el almuerzo. Y siempre tuvo claro que quería alejarse del concepto “para guiris” que ya empezaba a crecer en el casco histórico malagueño. “Yo no entro ni en la guerra de precios ni en otras historias. No tenemos ni kétchup ni patatas fritas. Aquí se viene a comer bien y disfrutar”, dice Murillo sobre un concepto que les ha asegurado el éxito. Tanto, que con los años han ido expandiéndose hacia los puestos cercanos —una droguería y una carnicería que cerraban por jubilación— para tener más espacio. También disponen de una pequeña terraza en la cercana calle Sagasta.

Murillo llega a las siete de la mañana cada día al mercado de Atarazanas, en pleno centro de la ciudad andaluza. Su primera visita, cuando todavía apenas hay nadie por los pasillos, es a los puestos de pescado. Son sus proveedores, a escasos metros de su local. “Más fresco, imposible”, subraya. Compra las conchas finas a una pescadería, los salmonetes a otra, las gambas más allá. “Voy a los que tienen mejores productos. Yo les doy de comer, pero ellos también a mí porque me guardan lo mejor y, además, luego me mandan clientela”, señala el empresario, que dice que el mercado es como un pueblo en el que todos sus habitantes se ayudan. Luego, junto a su equipo, limpia y prepara un producto que ilumina su vitrina. Proceden de lonjas cercanas de Caleta de Vélez a Almería o Huelva. Lo sirven a partir de las once, cuando llegan los primeros turistas. Después, cerca de las una de la tarde, llega el segundo turno, los nacionales. A última hora, sobre las cuatro, ya queda poco por vender. “Eso es lo bonito: que yo te tenga que decir que no queda, que no tengas siempre la carta entera”, señala.

Mientras haya, hay que pedir conchas finas (8 euros dos unidades) y bolos malagueños (8 euros dos unidades). Son mariscos que saben a Málaga y cada vez más escasos. Aquí los sirven como manda la tradición: crudos, sobre hielo y con un limón para quien quiera aliño. “Los extranjeros se atreven más con estas cosas, el turismo nacional tuerce el gesto cuando ven que es un producto que no se cocina”, asegura Murillo. También hay pinchitos de gamba (9 euros dos unidades), búsanos (10 euros dos unidades) o unos exquisitos calamares de sabor dulce (15 euros). Entre los fritos —crujientes, sin costra, en su punto— destacan los boquerones (10 euros), las pescadillas (16 euros) o los salmonetes (14 euros). Por la plancha pasan las navajas (15 euros), la gamba roja (16 euros los 100 gramos) o las puntillitas de Sanlúcar de Barrameda (15 euros).

La ensaladilla rusa pone el punto fresco (10 euros), como un buen tomate aliñado con aguacate (10 euros), que acompaña bien a las berenjenas fritas (9 euros). La única carne es un pinchito de cordero lechal (9 euros dos unidades) heredado del suegro de Paco. Un equipo de doce personas —con dos más de refuerzo para viernes y sábado— se encarga de preparar y servir con rapidez en la barra y, también, en el puñado de mesas del que disponen en la calle Sagasta. Para acompañar hay un centenar de referencias de vino. Desde las bodegas locales a las internacionales, pasando por un amplio abanico de vinos del Marco de Jerez.

A base de buen producto, sencillez y precios ajustados —“hay que tener en cuenta que aquí se come de pie, esto son cuatro chapas”— El Yerno es hoy parte del circuito gastronómico más venerado de la capital malagueña. Por eso muchas de las personas que acuden a comer o cenar a los restaurantes más aclamados pasan primero por su negocio. “Es la barra por excelencia de Málaga, sin duda. A mí me encanta pedir salmonetitos, bacaladillas o quisquillas. Además, hay mucha gente que se hace una rutita: empiezan allí y acaban luego aquí”, subraya Cristina Cánovas, chef y propietaria de Palodú, con un Sol Repsol. Con dos Soles Repsol y una estrella Michelín en Kaleja, Daniel Karnero también recomendaba este rincón en EL PAÍS. “Se puede disfrutar de un arsenal de buen producto en medio del ambiente y del bullicio de mercado”, subrayaba. La nota final la pone el presidente de la Academia Gastronómica de Málaga, Manolo Tornay: “Sobre 10, un 11”.
El Yerno
- Dirección: Mercado de Atarazanas, puestos 216, 217 y 218.
- Teléfono: 628 86 54 78
- Horario: De 11.00 a 16.30 de lunes a sábado
- Precio medio: 25 / 30 euros
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