El milagroso “abono de murciélago” que revive plantas enfermas: “No podía creer lo que veía”
En un periplo por Vietnam, Santiago Domínguez y su pareja, Carmen, pasaron por el Festival de las Flores de Da Lat, cuando la urbe se decora con millones de flores cortadas y plantas en macetas. Meses después, el obsequio de una anciana con la que se cruzaron en el evento le salvó la vida a su ficus: “¡Estaba lleno de hojas!”


Cuando se realiza un viaje, una de las ganancias innegables que conlleva visitar nuevas regiones es la de incorporar costumbres al regreso a casa. Puede que sea tomar un té especiado, como en aquella zona de la India, o la de añadir una verdura exótica a los guisos. Además, si la persona viajera es amante de las plantas, se fijará en qué tipo de jardinería se cultiva en esa tierra extranjera. Esto es lo que hizo exactamente Santiago Domínguez (Teruel, 43 años) en un periplo por Vietnam, hace ahora tres años: “A mi pareja, Carmen, y a mí nos gusta mucho visitar países de Asia, es nuestro continente favorito, y siempre tuvimos muchas ganas de ir a Vietnam. Como a los dos nos encantan las plantas, quisimos visitarlo cuando se realizara el Festival de las Flores de Da Lat. Juntamos nuestros días de vacaciones para volar en una fecha un tanto inusual, en noviembre de 2022”, relata Domínguez.
Este festival es famoso por la gran parafernalia floral que se despliega en la ciudad de Da Lat. De carácter bienal, durante un mes la urbe se decora con millones de flores cortadas y también plantas en macetas, y miles de personas visitan las instalaciones a orillas del lago Xuan Huong, con esculturas de todos los tamaños, compuestas con crisantemos, claveles, rosas, orquídeas, flores de Pascua… Todo ello se acompaña de actuaciones musicales, pasacalles y puestos de comida callejera.
“Llegamos justo al día siguiente de la apertura del festival, y empezamos a recorrerlo. La alegría desbordaba las caras de los habitantes de la ciudad y de todos los visitantes. Los colores de las flores estaban en cada rincón, era una delicia ver toda esa belleza, un poco hortera en algunos momentos, con esculturas estrambóticas”, continúa Domínguez. “En una de las calles que desembocan en el lago vimos que había varios puestos que vendían flores cortadas y productos de jardinería. Allí estaba una anciana con su sombrero tradicional de hojas de palmera, que vendía begonias en macetas de terracota, y también tenía unas bolsas de plástico transparente, con lo que parecía tierra para cultivo. Cuando nos acercamos, nos habló en un correcto inglés, y nos preguntó si nos gustaban las plantas. Le dijimos que mucho, y que el motivo de haber viajado hasta su país desde España era el poder asistir a este festival de flores. Con una sonrisa de oreja a oreja, nos ofreció una de las bolsas con tierra grisácea, que resultó ser un abono de murciélago que ella misma recogía de una cueva en medio de la selva, donde habitaba una colonia de estos animales. Era un regalo, y rehusó que le pagáramos nada, así que nos lo llevamos, intercambiando unas últimas palabras amables. Cuando nos dimos la vuelta, nos dijo una última frase que tanto a mi pareja como a mí nos resultó algo extraña: ‘es especial para las plantas enfermas’. Sin entender muy bien lo que quería decirnos, nos marchamos para seguir callejeando y descubrir la ciudad”, concluye.

Después de un periplo de varias semanas por aquel país, regresaron a su casa en Zaragoza, donde dejaron el regalo en un armario en la terraza. Un buen día, pasados los meses, Domínguez estaba preocupado por el ficus del salón, un Ficus benjamina de dos metros de altura. “Lo teníamos desde hacía varios años, y era la planta principal de la casa. Pero en los últimos meses mostraba un decaimiento que no era capaz de detener, hasta el punto de que ya solo le quedaban unas pocas hojas en cada rama. Nos temíamos lo peor, hasta que mi pareja recordó el abono que habíamos traído en aquel viaje, y la frase misteriosa que nos dijo la abuela, la de usarlo con plantas enfermas”, comenta.
Así que le aplicaron una dosis generosa de aquel guano de murciélago, distribuido en varios puntos alrededor del arbolito. “Como no sabíamos la dosis, enterramos unas cinco cucharaditas de café en otros tantos agujeros en el sustrato. Después regamos, con pocas esperanzas de que pudiera servir de algo. Como era viernes por la tarde, nos marchamos para pasar el fin de semana fuera. Lo que no esperábamos era lo que nos íbamos a encontrar al regreso, el domingo por la noche”, anticipa. “Entré primero en el salón, y no podía creer lo que veía: ¡el ficus estaba lleno de hojas! Y no solo unas pocas, no, tenía tantas, con tanto brillo y tan sanas como nunca antes había tenido. Miré a Carmen, que tenía los ojos tan abiertos como yo, no podíamos creerlo”, narra con emoción y aun con voz temblorosa.

En la actualidad, tanto el ficus como el guano de murciélago están en las dependencias del INIA-CSIC (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria), sometidos a diversos análisis y experimentos, para conseguir desvelar qué propiedades tiene este abono y cómo se ha podido obrar tal milagro jardinero. Mientras, Santiago y Carmen sienten que les falta su planta en el salón: “Esperamos que nos lo devuelvan pronto, queremos ver su frondosidad de nuevo y volver a charlar bajo sus ramas, lo echamos de menos”.
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