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Emociones
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Meriendas nostálgicas: el mapa emocional de los locales en los que fuimos felices

Los bares, cafeterías y bocadillos de nuestro pasado constituyen una crónica íntima sobre la infancia de toda una generación ¿Lo serán también para los más jóvenes?

Hay lugares que esbozan una memoria colectiva muy íntima formada por olores, rutinas y sabores que ya no existen, pero que siguen vivos en quienes los vivieron.
Juanjo Villalba

Un día de enero de 2020, la periodista argentina Solange Levinton se acordó de los almuerzos con su abuela Rosita en la hamburguesería Pumper Nic de Buenos Aires. Se trataba de un recuerdo agradable: salir del colegio, encontrarla en la puerta y caminar hasta un local del que, en realidad, apenas podía rememorar el olor de las patatas fritas, la voz de las cajeras anunciando los pedidos a través de un micrófono y los coloridos envoltorios de los bocadillos. “No sé si la comida era rica, si yo tenía ocho, nueve o diez años. Tampoco sé si mi abuela pedía una hamburguesa o solo tomaba café; de qué charlábamos, ni cuánto tiempo duró ese ritual que yo esperaba con ilusión cada semana. Pero, desde entonces, la marca Pumper Nic quedó enlazada a un fotograma del pasado al que me gustaría volver si pudiera viajar en el tiempo”.

Así describe la autora aquel momento en el libro que acabó escribiendo a partir de aquella escena del pasado: Un sueño made in Argentina. Auge y caída de Pumper Nic. El texto, que recibió el III Premio de no ficción de la editorial Libros del Asteroide, reconstruye la historia de esta compañía argentina que, con los años, se ha convertido en leyenda en ese país, y la contextualiza dentro de la compleja realidad política y social de la nación austral durante la segunda mitad del siglo XX. Leer el ensayo de Levinton me hizo pensar en mis propios momentos con mis padres, tíos o abuelos en cafeterías, restaurantes o bares que ya no existen. En Zaragoza, donde crecí, hubo locales como Burger Rubio’s, El Siberiano o Mr. Bocadillos que forman parte de mi memoria, aunque hayan desaparecido.

Me pregunté entonces si todos guardamos memorias ligadas a cosas así: un logo, un jingle o un envoltorio que, de pronto, nos devuelve a la infancia. ¿Por qué ocurre? ¿Qué cuentan esos recuerdos sobre quiénes somos hoy en día? Para averiguarlo, hablé con Levinton y con algunas otras personas que también recuerdan esas meriendas nostálgicas.

“El Pokin’s estaba en la Plaza Francesc Macià y para mí era como si una nave espacial hubiera aterrizado en medio de Barcelona”, me cuenta la periodista Andrea Gumes, rebuscando entre sus recuerdos infantiles. “Yo era una niña que se sabía los diálogos de Grease de memoria y, de repente, ¡me abrieron una hamburguesería cerca de casa muy parecida a las de la peli! La recuerdo como un diner americano de manual, suelo ajedrezado, mesas redondas y sofás contra la pared de colores pastel. Mi madre siempre dice que lo he idealizado, ¡hablo muchísimo del Pokin’s! Pero es que de repente esos vasos de Coca-Cola, como en las pelis, esas hamburguesas buenísimas, ese olor a frito… ¿Y el logo con los labios? ¿Qué era esa maravilla?”, comenta.

Un 'diner' de temática americana, como lo era el Pokin's que describe Andrea Gumes.

El Café Zurich al que iba con mi padre lo tiraron abajo a mediados de los años noventa para construir el Centro Comercial El Triangle en la Plaza de Cataluña de Barcelona”, dice la artista visual Julieta Averbuj. “Estaba al principio de las Ramblas e iba con mi padre. El recuerdo es algo difuso, pero creo que las sillas eran del modelo Thonet, las mesas de madera y los camareros vestían con pajarita. La barra era de madera y las paredes estaban adornadas con espejos. Había un murmullo constante de conversaciones, el tintinear de las cucharillas contra las tazas, el olor a café recién hecho, humo de tabaco, ceniceros de Cinzano y servilleteros amarillos de Cacaolat”, rememora.

“El Jocs de Palamós estaba delante de donde trabajaba mi madre y allí nos reuníamos toda la gente de esa calle”, recuerda Ariadna Gutiérrez, que trabaja en marketing. “Todo el mundo se llevaba muy bien. Había teles en las que ponían el fútbol y al fondo había una sala con billares, dardos y cosas así. Olía a pan y el dueño, Albert, hacía bocadillos detrás de la barra. Iba siempre con mis padres, mis abuelos y mi hermana. Mi abuelo siempre pedía un bocadillo de atún, y por lo que sea eso me hacía mucha gracia. Yo siempre pedía uno que se llamaba Bosque: pan de baguette con lomo a la plancha, bacon, queso y cebolla caramelizada. Estaba buenísimo. Mi madre aún me lo hace de vez en cuando”.

Aunque estos tres relatos ocurren en lugares distintos, todos comparten algo más que la nostalgia: evocan un espacio casi mítico que sigue muy presente. Son fragmentos que, puestos uno junto al otro, esbozan una memoria colectiva muy íntima formada por olores, rutinas y sabores que ya no existen, pero que siguen vivos en quienes los vivieron. “Creo que es algo bastante común que algunas marcas o locales desaparecidos funcionen como cápsulas de memoria para muchos de nosotros”, afirma Levinton desde Buenos Aires. “Todos tenemos un ecosistema de recuerdos muy similar. A raíz del libro me he encontrado con decenas de personas que se ponen en contacto conmigo y me dicen que su abuela también las llevaba a Pumper o que allí conocieron a su mujer, que iba con sus padres o con sus compañeros de colegio. Pumper fue un sitio en el que muchas personas fuimos felices”, relata.

¿Debe desaparecer para echarlo de menos?

Ninguno de los lugares que describen Gumes, Averbuj o Gutiérrez existe ya. Pokin’s comenzó su declive debido a la competencia de otras hamburgueserías y al incendio de uno de sus locales en 1988. Cerró definitivamente en 2000. El Jocs de Palamós tuvo un cierre un poco más pacífico, ya que bajó la persiana debido a la jubilación de sus dueños. La historia del Café Zurich es algo más rocambolesca. De hecho, sigue abierto, pero fue derribado para dejar espacio a un centro comercial y posteriormente se replicó en el mismo espacio intentando respetar el diseño original. No obstante, nunca ha sido lo mismo. “Donde estaba el Jocs ahora hay un bar de esos de playa que hacen de todo”, explica Gutiérrez. “No tiene nada que ver. Nunca he vuelto a tener un vínculo tan fuerte con un espacio. Creo que la clave estaba en que había un sentimiento como de barrio que en Barcelona nunca voy a encontrar. Eso de ir a un lugar, que sepan quién eres, que vaya allí toda tu familia. Creo que la clave está en los vínculos que se creaban”, considera ella.

“La nostalgia es una manera un poco tortuosa de viajar en el tiempo”, afirma Levinton, “y estos lugares perdidos son los escenarios en los que ocurrió. No sé qué hubiera pasado si el Pumper al que iba con mi abuela hubiera seguido existiendo, pero creo que el recuerdo no depende mucho de si esos lugares están abiertos todavía o no. No necesito que existan. El cierre, al menos en el caso de Pumper, le da cierto estatus de mito, de leyenda, pero el recuerdo quedó dentro de mí de todos modos. Es como un sello que certifica el amor que recibimos al menos una vez en la vida”, confirma.

Las futuras nostalgias

Cabe preguntarse si este tipo de nostalgia es algo propio solo de unas pocas generaciones que nacimos en el siglo XX en ambientes urbanos o si también la vivirán los jóvenes que ahora tienen menos de 20 años. ¿Recordarán las nuevas generaciones un Starbucks como Gumer recuerda el Pokin’s? ¿O un McDonald’s como si fuera el viejo Pumper Nic de Levinton? ¿Se puede tener nostalgia de algo que está replicado casi igual en todas las ciudades?

Un McDonald's de Japón.

Quizá la diferencia entre entonces y ahora no esté tanto en los lugares como en la forma en que los habitamos. En los años ochenta y noventa, muchos locales eran puntos de encuentro físicos, con vínculos emocionales y cierta permanencia. Hoy, con honrosas excepciones, la relación con los espacios comerciales tiende a ser más funcional, más fugaz, especialmente en las grandes ciudades. Los vínculos que creamos, de los que hablaba Gutiérrez, son mucho más frágiles.

Es posible que las futuras nostalgias no tengan tanto que ver con una marca concreta, sino con una escena o con un movimiento cultural, con una conversación con alguien ya ausente, con un rincón al que se dejó de ir o con un ritual que desapareció sin que nos diéramos cuenta. “Para mí, es una gran incógnita cómo funcionará la nostalgia para las generaciones más jóvenes, que nacieron en un mundo con internet y con horas y horas de su vida filmada y digitalizada”, plantea Levinton. “Dudo que tengan nostalgia de los lugares a los que van a comer porque no son ya muy novedosos. La nostalgia de Pumper Nic también tiene que ver con que era algo diferente y eso es algo que se disfruta mucho cuando eres pequeño. Creo que los recuerdos de las nuevas generaciones se tejen en otros lugares, aunque tampoco sabría decirte cuáles son”, asegura.

Tal vez, dentro de unos años, alguien recuerde con ternura un local de bubble tea o una franquicia de moda, una cena en un food court o una cafetería de especialidad que solo duró abierta seis meses. Pero seguramente esa memoria no tenga tanto que ver con el local, sino con las personas con las que estuvo allí.

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Sobre la firma

Juanjo Villalba
Se licenció en Economía Internacional en la Universidad de Zaragoza, pero su vocación lo llevó al periodismo y la divulgación de cultura y estilo de vida, ámbitos en los que ha trabajado más de 15 años. Fue director editorial de Vice España y, desde 2020, escribe para medios como EL PAÍS, ElDiario.es, El Periódico de España, La Vanguardia o Hearst.
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