La Nochebuena del 091: peleas, accidentes… y alarmas caseras que saltan cuando se mueve un gato
En el Centro de Mando de la Policía Nacional se centralizan las miles de llamadas que se reciben cada día. Violencia sexual, intentos de suicidio o peleas de pandillas no paran tampoco en Navidad

-Policía Nacional, dígame-.
-Aquí hay una mujer que no se quiere ir de mi casa. Pum, pum, pum...-Se oyen golpes en una puerta.
-Tranquilícese, señora, y deme la dirección-.
Siete millones de personas y un ojo para tratar de verlo todo. En el sótano de la Jefatura Superior de Policía de Madrid está el centro de llamadas del 091 de la Comunidad de Madrid. Oficialmente, es conocido como el Centro Inteligente de Mando de Comunicación y Control 091 (CIMACC 091). Menos grandilocuente sería llamarlo el call-center de la policía nacional. Una sala diáfana y semicircular donde 50 agentes con la pistola en el cinturón trabajan intensamente, cada uno frente a un ordenador con tres monitores la madrugada del día de Nochebuena y la de Navidad. Todo se graba. En uno de los monitores se comprueban los planos y la localización de la llamada. En el otro se anotan los datos y detalles para las patrullas que están en la calle y en el tercer monitor se describe el incidente. El objetivo es movilizar lo antes posible a más de un centenar de patrullas circulando por la ciudad, más otras 50 repartidas por toda la comunidad. Frente a cada agente hay una enorme pantalla que contabiliza las llamadas recibidas en cada turno -unas 3.000 diarias-, y dos relojes, uno de eficiencia y otro de grado de servicio que cronometran el tiempo que se tarda en contestar y el tiempo en que tarda en llegar una patrulla. El objetivo es hacerlo todo en menos de cinco minutos.
-Pum, pum, pum… vete, vete...-.
-Señora, por favor, intente decirme el número de Arturo Soria-.
En otra pantalla más se controlan los helicópteros de la policía y cualquier dron que sobrevuele Madrid, prohibidos en toda la comunidad. “Las mañanas suelen ser más tranquilas, por las tardes hay más movimiento. Y las noches de los viernes y los sábados, coincidiendo con la hora del cierre de discotecas, el teléfono no para”, dice el oficial Juanjo D., uno de los jefes del Centro de Inteligencia. “Recibimos llamadas de todo tipo”. Robos, peleas, desapariciones, navajazos o la caída de un anciano que vive solo en el baño. De todo", recalca. Las Nochebuenas siguen siendo noches relativamente tranquilas, pero cada vez se parecen más a las noches de fin de año: alcohol, accidentes, peleas… Los días previos hay más actividad por los hurtos y las aglomeraciones o las decenas de alarmas caseras que saltan cuando se mueve un gato o el propietario es lento para desactivarla. “La Navidad es como un sábado largo”, dice el oficial.
-Señora, tranquilícese y deme alguna referencia. Ya vamos para allí-.
La enorme sala tiene encima la antena más grande en varios kilómetros a la redonda. Bajo la misma, los operadores atienden las llamadas: “A ver, pásame al conductor de Uber para que detalle el importe de la carrera”, dice un agente. “No, caballero, este no es teléfono para anular las tarjetas de crédito”, se escucha a otro. “Estos días son algo distintos. Nos llaman para darnos las gracias. O aparece gente buscando a su hijo del que no sabe hace tiempo”, resume otro de los policías. Frente a ellos trabajan los operadores de radio encargados de trasladar a los policías que recorren las calles la situación: “Atentos a ver si veis a una señora golpeando una ventana en un bajo cerca del metro Arturo Soria”.
-Tengo a dos sospechosos en Parla que conducían sin carnet un vehículo. Por favor, compruébame la identidad-.
Los anuncios navideños de televisión dice que fuera ha nevado, que Papá Noel entrará esta noche con regalos por la chimenea, que el turrón está servido y que en cada salón se reúnen a cenar familias, polarizadas, eso sí, pero familias. Pero al otro lado del teléfono, cuando los teléfonos echan humo y solo entran dramas, da la sensación de que el ser humano es un ser miserable que solo sabe robar, pelearse y beber hasta caer de espaldas. “Son muchas horas con noticias duras y, claro, eso te lo llevas puesto”, dice Joaquín, el agente extremeño que pasará Nochebuena lejos de casa.
-El primero tiene antecedentes de robo con violencia, conducir sin carnet. El segundo, pertenencia a banda armada, asalto y posesión de arma de fuego-, le dice el operador al agente sobre los dos individuos interceptados en Parla.
-Nos los llevamos detenidos, gracias-, le responden.
En los últimos años, tres llamadas han crecido más que el resto: violencia de género, tentativas de suicidio y peleas de bandas juveniles. Y un distrito, Usera y una ciudad, Parla, concentran el mayor número de delitos y la mayor gravedad de los mismos. Frente a ellos, los agentes que atienden Alcalá de Henares o Retiro se aburren más que nadie.
-Ah, y el vehículo está implicado en asalto-, añaden desde la central.
En 1958, en la oficina de Puerta del Sol se estrenaba en España el modelo simplificado copiado de Inglaterra de tres números para llamar a la policía. Poco después arrancaba en Barcelona. España contaba por entonces con 1’5 millones de teléfonos y tres policías atendían todas las llamadas. Cuando se extendió a toda España, el Departamento de Orden Público de la Dirección General de Seguridad produjo la película 091, policía al habla, para dar a conocer el servicio. Dirigida por José María Forqué, la película es una sucesión de maridos cornudos, chicas ligeras de ropa, borrachos y robamelones sacados de casos de la vida real donde siempre intervenía eficazmente la policía. Adolfo Marsillach, José Luis López Vázquez, María Luisa Merlo, Tony Leblanc o Gracita Morales sacan de quicio a un geniudo cuerpo de policía en blanco y negro. Antes de la proyección en los cines de ’091, policía al habla’ aparecía una frase: “Para que cada vez que se escuche una voz pidiendo ayuda, haya otra voz que le conteste”.
El oficial Andrés Hurtado, uno de los policías más veteranos tras 26 años al frente del 091, solía recordar a los periodistas la llamada que recibió cuando aún había teléfonos fijos. Fue la llamada de un hombre angustiado y rodeado de gente que pedía su ayuda:
-Policía, vengan, que hay gente, un montón de gente que me quiere pegar-.
-¿Deme la dirección? ¿Cuántos son?, ¿Llevan armas blancas?-.
-Son Muchos. No traen armas, solo me quieren dar patadas y puñetazos. Estoy en una cabina-.
-De acuerdo, van para allá. ¿Y usted quién es?-.
-Soy el ladrón-.
A CIMACC llegan también los avisos de Alercops, la aplicación que entra en el 091 como cualquier otra llamada ansiosa. Es perfecta para sordos y para las víctimas de violencia de género que se encuentren con su agresor en casa y no puedan llamar por teléfono delante de él.
Al terminar el turno de esta madrugada, víspera de Nochebuena, no es fácil quitarse los cascos, desprenderse del uniforme y meterse en la cama. Lo normal es que la agente Ana, que ha estado ocho horas, escuchando dramas como el de una niña de Getafe que se quiere suicidar, los navajazos que se ha llevado un joven en Alcorcón, o el robo a una casa de Usera, se quede un buen rato dándole vueltas en la cama antes de apagar la luz. A Juanjo, el oficial al mando, admite lo que más le agita son “las historias en las que hay niños implicados”.
-Hay un tipo tirando piedras desde un puente, insiste la radio.
-Me acaban de robar la moto-, escucha otro agente.
La Navidad es un poco menos Navidad al otro lado de la línea del 091.
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