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La Escuela de pastores de Castilla-La Mancha forma en tres años a 300 alumnos, el 75% extracomunitarios

La entidad nació en 2022 para ayudar al sector a suplir la falta de mano de obra y ofrece cursos prácticos de 25 horas

Benjamín Gutiérrez, encargado en una finca ganadera de Moral de Calatrava (Ciudad Real), con los malienses Moriba Diara y Sory Diakite.

“He venido a España a trabajar. No puedo distinguir. Lo que encuentre, haré”. Soury Diakite tiene 26 años, llegó a España hace diez meses huyendo de la guerra en Malí. Lo mismo que Mouriba Diara, de 25 años y desde hace nueve meses solicitante de asilo. Los dos trabajan como pastores en una explotación ovina de Moral de Calatrava (Ciudad Real). Son el recambio que la ganadería, aquejada de la falta de relevo generacional y el progresivo abandono del medio rural, necesita para poder sobrevivir. “En nuestro país apenas hemos estudiado. Solo primaria, así que tenemos que trabajar en lo que salga”, justifica Mouriba junto a la vivienda habilitada por el propietario de la finca a escasos metros de los corrales.

Dos sillas de plástico, una lavadora y un cable que sirve de tendedero delatan desde el exterior que ese cubículo encajonado en un porche es su hogar. “Tenemos todo lo necesario”, responde, algo tímido, en un castellano todavía precario pero suficiente para defenderse. Son las 11.30 y ya han alimentado y ordeñado a buena parte de las 2.300 ovejas de la explotación. La jornada comienza a las 6.00, con la fresca, y se retomará a la tarde con un segundo ordeño.

Son dos de las labores que estos dos malienses han aprendido en los cursos gratuitos de la Escuela de Pastores de Castilla-La Mancha, que inició su andadura en 2022 para ayudar al sector a suplir la falta de mano de obra, y que ofrece cursos prácticos de 25 horas en los que se enseña lo fundamental. Por sus aulas itinerantes han pasado ya más de 300 alumnos. Unos 180 forman parten de su bolsa de empleo, un salvavidas para muchos ganaderos desesperados, que acuden a ella en busca de candidatos. “Se ven con el agua al cuello. O encuentran a alguien o en un mes tienen que cerrar. Son llamadas casi de socorro”, reconoce Pedro Luna, coordinador y único profesor de la Escuela.

Alumnos de la Escuela de Pastores de Castilla-La Mancha, en una imagen cedida.

Según el Instituto Nacional de Estadística, el número de explotaciones ganaderas en España se contrajo un 10,5% entre 2020 y 2023. “No aprenden a hacer formulaciones de pienso, pero sí a cómo optimizar la jornada. Se alimenta a los animales, se ordeña y si sobran horas se hacen tareas de mantenimiento: arreglos de cerrajería, reparaciones de goteras para evitar las bajas por problemas bacteriológicos...”, detalla Luna sobre la formación que imparte. El salario y las condiciones laborales —1.350 euros mensuales por 40 horas semanales— hace que apenas un 15 por ciento de los alumnos que se inscriben en los cursos sean españoles.

El resto, detalla, son extracomunitarios solicitantes de asilo o con estatus de refugiado, y más de la mitad, subsaharianos, muchos con experiencia previa en el sector. Luna saca pecho de todos ellos: “Son chicos musulmanes, no beben alcohol, no trasnochan. Es gente muy noble y trabajadora, y un ganadero no quiere trabajadores problemáticos”. También hay de Siria, Pakistán, Ucrania, Venezuela y Colombia. El único requisito que se les pide es tener permiso de trabajo.

Antes que encargado, Benjamín Gutiérrez, boliviano de 53 años, fue pastor en la finca en la que ahora trabajan Soury y Mouriba. También pasó por la escuela de pastores tras peregrinar por las diversas campañas agrícolas del país. “Se adaptan y aprenden rápido”, dice sobre sus pupilos. Los seis trabajadores de la explotación que dirige son migrantes. “En seis años solo he visto pasar por aquí a dos españoles y sólo aguantaron dos meses. No es un trabajo muy físico pero es constante porque el ganado no entiende de festivos”, cuenta junto a su mujer, Blanca Ponte, de 53 años y también boliviana.

Viven en otra casa —ésta más amplia y mejor equipada— dentro de la finca. “Mi jefe dice que no quiere nacionales. Duran poco, se quejan mucho y con cualquier cosa se cogen una baja médica”, confiesa Gutiérrez. “Somos los que más aguantamos. Si los extranjeros nos fuéramos de aquí, los españoles no beberían leche ni comerían queso”, refiere su esposa.

Moriba Diara, en primer plano, y Blanca Ponte, detrás, durante las labores de ordeño del ganado.

El patrón entre los migrantes que trabajan como pastores o peones ganaderos es prácticamente idéntico. Orlando Zapata, colombiano de 35 años, recaló en un cebadero de Daimiel, epicentro del ovino manchego, tras pasar por la escuela de pastores, en busca de algo más estable que lo que el campo le ofrecía. La explotación pertenece a una importante empresa del sector de la localidad murciana de Torre Pacheco con granjas en varias comunidades.

El trabajo apenas le deja hueco para hacer la entrevista porque, además de ordeñar a las ovejas y de alimentarlas, también transporta ganado. Otros tres familiares suyos, incluida su mujer, hicieron el curso de pastores. “Si esto no se arregla, los ganaderos van a desaparecer”, asegura al denunciar las dificultades que muchos propietarios tienen para encontrar trabajadores “con papeles”. El 80 o el 90% de sus compañeros, explica, son migrantes como él. “Es la triste realidad, son trabajos que no quiere nadie”.

Falta de vivienda

“Están en un momento veleta de sus vidas y no tienen claro qué hacer”, explica Luna sobre los jóvenes españoles que se aventuran en alguno de estos cursos, pero que acaban abandonando el oficio. Los pocos que se inscriben, precisa, suelen ser hijos de ganaderos que tienen “clarísimo” que quieren coger el testigo de sus padres, “aunque modernizando la explotación”. “Estamos muy contentos porque el 75% de las contrataciones fructifican”, pese al “recelo” que la empleabilidad de personas migrantes, reconoce, generaba al principio en buena parte del sector. Y serían más si las explotaciones ofrecieran incentivos a estos trabajadores y les proporcionaran el alojamiento.

“Todo es mucho más fácil si la finca les ofrece la pernocta, si cuenta con vivienda, porque la mayoría de estos jóvenes no conducen", recuerda Luna. “No se trata de ofrecerles un chalé, pero hay soluciones alternativas como cabañas, acondicionarles una cocina campera...”. “Hay mucha rotación de personas, pero normalmente son derivaciones que acaban en éxito”, abunda Nacho Gómez, coordinador de la Fundación CEPAIM en Ciudad Real y Bolaños de Calatrava, una de las entidades que, junto a Cruz Roja, Accem y Movimiento por la Paz, proporciona posibles candidatos —un centenar a lo largo de estos tres años— a la escuela de pastores impulsada por el Gobierno de Castilla-La Mancha.

Gómez divide en tres los perfiles de los participantes: “Gente que encaja perfectamente y que atrae a otros trabajadores a esa explotación, personas que rotan mucho y que dependen de si la finca les proporciona o no el alojamiento y gente que quiere iniciarse en la actividad por cuenta propia”. “Los necesitamos. Lo que ofrecen las personas migrantes al tejido social y productivo en nuestro país es clave. Son personas que vienen a iniciar un proyecto vital, a aportar a un territorio donde la despoblación incide de manera brutal“, recalca.

Luna recuerda que las zonas que más se vacían de habitantes “son las comarcas ganaderas y, concretamente, las de ganadería extensiva”. Considera la “pérdida de suelo agrario fértil y de CO2 en forma de pastos” como el mayor problema ecológico de España. Un abandono del medio rural que se podría revertir, argumenta el coordinador de la escuela de pastores, apostando por un modelo de ganadería que, además de prevenir incendios como los ocurridos en las últimas semanas, ayudaría también a fijar población, atrayendo nuevos habitantes a estas zonas.

Es una ecuación en la que las personas migrantes, “a las que no se les van a caer los anillos por la situación que arrastran”, están sirviendo de sostén a muchos de estos territorios. “El campo está sucio de pastos porque no hay suficiente carga ganadera y esa carga se gestiona con mano de obra dispuesta a trabajar en ella. No hay más preguntas señoría”, zanja.

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