Tensión, incertidumbre, humo y mascarillas a las puertas del incendio de Tres Cantos: “Estamos con el corazón en un puño”
Con las calles cortadas por la Policía y los helicópteros trabajando en la extinción, los vecinos esperan para acceder a sus viviendas para saber si se han quemado


—Estamos con el corazón en un puño.
Dan igual las mascarillas que llevan muchos vecinos, los fulares que algunos usan para taparse la boca, o las manos que intentan proteger la nariz. El humo del incendio de Tres Cantos lo impregna todo este martes. La tierra quemada al borde de las urbanizaciones del Soto de Viñuelas. El aire por el que transitan una y otra vez los helicópteros que desparraman su carga de agua sobre la zona afectada. La ropa. La esperanza, y el miedo. Porque en la calle de Batanes, que actúa como frontera entre el Tres Cantos que sigue con su día a día y el que está pendiente de qué habrá pasado con sus casas, la policía local corta el paso a los vecinos que temen haberlo perdido todo. La Comunidad de Madrid solo aclara que se han visto afectadas cuatro viviendas en la urbanización Soto de Viñuelas y que se está todavía valorando la afectación a otras construcciones. Así que cunden los nervios y el desánimo.
Todo comienza en la tarde del lunes. “Era un fuego y un olor impresionante”, cuentan Ana y Sandra. “No nos dejaron pasar. Estábamos muy nerviosas, y nos dijeron: Estamos salvando vidas”.
La escena se produce a la altura de una gasolinera que este martes, tras una dura noche de lucha contra el fuego, sirve de base para los camiones de la UME. Allí cargan agua y se dan el reemplazo los efectivos llegados desde Torrejón de Ardoz. Los que se van lo hacen con cara cansada. Los que llegan, lo hacen sabiendo que aún quedan largas horas de pulso contra las llamas, puesto que las previsiones de que el viento aumente por la tarde hacen temer que se puedan reavivar.
“Estoy muy preocupado”, cuenta Santiago, un vecino, a los periodistas. “No tenemos información de cómo ha quedado la vivienda. Sospechamos que mal, porque por dónde vivimos, al lado del colegio, que ha sufrido un incendio, pensamos que nuestra vivienda estará igual”, añade. “Estamos con esa incertidumbre”.

Por la acera se van haciendo corrillos entre vecinos que se juntan y despiden (“mucha suerte”, “Dios te oiga”) para inmediatamente volver a tener una conversación parecida con un interlocutor distinto. Porque hay mucho que pensar y poco nuevo que hablar. ¿Qué habrá pasado con la casa? ¿Qué habrá pasado con los perros, sin agua ni comida desde hace tantas horas? ¿Seguirán allí el coche, la furgoneta, la casa prefabricada? ¿Será que las explosiones que se oían eran por mis botes de pintura, por el butano de mi cabaña, o por la gasolina de mi maquinaria?
Nadie sabe la respuesta a esas preguntas que torturan a los vecinos, y por eso hay quejas puntuales por la falta de información, o de coordinación en la respuesta a la emergencia.
“¡Si es que es la tercera vez en dos años en la que hay un fuego!“, protesta Juanjo mientras otea el horizonte desde un descampado. Sus pies podrían pisar en cualquier momento la maleza quemada que tiene al lado, pero no lo hacen porque su vista se pierde siguiendo las descargas de agua de los helicópteros, y su mente en el intento de descifrar su significado. ”¿Está el fuego aún activo? ¿O es que van mojando para que no vuelva a empezar todo?“, se pregunta en voz alta mientras un guardia civil se sube a un murete para tomar fotos de un escenario dantesco: frente a él, las faldas del monte ennegrecidas por las llamas, el humo saliendo de la tierra como si hubiera una puerta al infierno, y los focos de los bomberos encendidos a lo lejos, porque son las 10, pero parecieran las 8 de la mañana, tan gris está el panorama.
“¿Han podido ser rescatados los animales del Centro de Recuperación de Animales Silvestres (CRAS)?“, le preguntan a un policía local cuando abre el cordón policial para permitir el paso de todoterreno de esta institución. “Algunos sí, otros no”, contesta, mientras cunde la incertidumbre sobre qué habrá ocurrido con los animales de la zona, calcinados como acabaron el lunes una veintena de caballos y varias ovejas. “Del CRAS por el momento no tenemos constancia de que hayan rescatado ningún animal”, matiza un portavoz del gobierno regional.

El trasiego de vehículos de emergencias es constante. Armados con botellas de agua para aclarar la garganta, y cargando una segunda mascarilla en el codo, como si hubiera vuelto la pandemia, un grupo de vecinos vuelve a acercarse al cordón policial que corta el paso en la calle de Batanes. No pueden pasar, y así se unen a las decenas que deambulan en los aledaños, rumiando el miedo, pensando en que todo está perdido y luego en que quizás hayan tenido suerte y todo se haya salvado.
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