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Cuando ‘Varón 1’ se convirtió en el cazador pelirrojo que mató a Elisa Abruñedo: el ADN de la manilla de su coche confirmó la identidad

Después de seguirlo para comprobar los hábitos de Roger Rodríguez, una noche los agentes limpiaron el tirador del vehículo. A la mañana siguiente, el sospechoso dejó células epiteliales que coincidieron con el semen hallado en la víctima 10 años antes

Adrián Fernández Abruñedo, hijo mayor de la víctima del crimen de Cabanas, llega al juicio acompañado de su abogado en la primera sesión en la Audiencia de A Coruña.

La Guardia Civil de A Coruña se pasó una década, desde septiembre de 2013 hasta octubre de 2023, persiguiendo a un fantasma llamado Varón 1, el violador y autor de la muerte de la vecina de la aldea Lavandeira (Cabanas) Elisa Abruñedo. Y los agentes no tuvieron la certeza de que este hombre era Roger Serafín Rodríguez, discreto trabajador de una empresa auxiliar del astillero Navantia, hasta que tomaron una muestra de sus células epiteliales en la manilla del Renault Laguna que usaba para ir a la factoría cada mañana.

El día del crimen, nadie había visto nada, pero contaban con el testimonio de un vecino, trabajador de un desguace, que se fijaba en cada coche que pasaba. El testigo había dicho que aquella tarde, en torno a las 21 horas, había visto un ZX de color “verde oscuro”, posiblemente con matrícula antigua de A Coruña. Durante un tiempo, los investigadores fueron localizando a propietarios de vehículos con estas características, inspeccionando esos autos y pidiendo muestras de ADN a sus titulares. Todos los trabajos parecían estériles, hasta el punto de que el verdadero autor, ahora confeso, comentó en alguna ocasión a otros amigos de su coto de caza que los guardias estaban “dando palos de ciego” y jamás encontrarían al asesino.

Pero los investigadores gallegos, los mismos que resolvieron crímenes como el de Asunta Basterra o Diana Quer, también contaban con toda esa información que se descubre en las inspecciones oculares, llevadas a cabo por agentes que saben leer la escena de un crimen. Solo por estas pistas halladas en el pinar rebosante de monte bajo en el que apareció la víctima, sabían que el espectro que estaban buscando era un hombre corpulento que había golpeado y arrastrado a Elisa; diestro, por la dirección de las cuchilladas y la manera de desnudarla; conocedor del lugar, por cómo fue capaz de huir sin dudar, en línea recta, entre la maleza. Un individuo posiblemente habituado al manejo de armas blancas, aunque torpe “desde el punto de vista forense”. Porque no se había preocupado por deshacerse del cadáver, hallado en la misma posición en que había sido agredida la víctima, y no había tomado la precaución de usar preservativo ni de no dejar su rastro genético por todas partes. Los agentes y el forense recogieron en varios hisopos muestras del Varon 1: no solo del semen, sino de la saliva que había dejado en los pechos.

La precisión del análisis genético que realizó el Instituto Luís Concheiro de Santiago dibujó, tiempo después, el retrato de un varón de piel blanca, ojos marrones y pelo rojizo. A los agentes del equipo de Delitos contra las Personas de la Guardia Civil de A Coruña les costó una década cerrar por completo el cerco en torno a un cazador pelirrojo, residente en el municipio cercano de Narón pero vinculado, por familia y por aficiones cinegéticas, con Cabanas. Resultó que en la comarca había varias estirpes, y un par de apellidos, con el mismo fenotipo, la expresión génica del individuo a través de sus rasgos físicos. Indagando en los archivos de la Diócesis de Mondoñedo trazaron los árboles genealógicos. En un cribado, saltó un ADN próximo al que buscaban. Era un pariente del pelirrojo Roger Rodríguez. Entonces, empezaron a acercarse al sospechoso, a estudiarlo. Su Facebook, sus relaciones de familia, su pasión por la caza. Había tenido un Citroën ZX gris oscuro matrícula de Barcelona (el mismo que vio el vecino, aunque la luz de la tarde lo confundiese) pero ya había sido destruido en el desguace.

En 2023, cuando fue acorralado, Roger Rodríguez conducía ya un Laguna. Más allá del trabajo y la caza, el sospechoso apenas tenía vida social, no salía. Convivía con su padre y con una novia en un piso de la rúa Vigo, en Narón. Los agentes han contado esta mañana, en la tercera sesión del juicio en la Audiencia Provincial de A Coruña, que para detenerlo solo les faltaba obtener una muestra indubitada de su ADN. “Después de tantos años, no podíamos cometer un error”, han reconocido los guardias civiles. Y no podían llamarlo directamente para un cribado porque si se sabía en el punto de mira podría escaparse. En su caso, con su escasa vida en la calle, “no era posible coger una colilla o un vaso” que hubiese usado, como ocurre en otras ocasiones. Así que los investigadores decidieron seguirlo unos días para aprender sus rutinas. Hasta que una noche, sabiendo que dejaba el coche aparcado en la calle al volver de trabajar, limpiaron y desinfectaron la puerta del piloto.

A la mañana siguiente, Roger Rodríguez se fue a trabajar. Abrió y cerró la puerta con su mano y, como también solía hacer, dobló la carcasa del espejo retrovisor después de aparcar. En esas dos partes del vehículo quedaron células de su piel. Era el 4 de octubre de 2023. Fue detenido el 17 del mismo mes, después de que llegasen los resultados del laboratorio de Criminalística. Cuando lo fueron a arrestar al control de acceso de Navantia, “se sorprendió“, han recordado los agentes, ”dijo que nos estábamos equivocando". Pero en cuestión de “minutos” confesó.

Roger Rodríguez, autor confeso de la muerte de Elisa Abruñedo en septiembre de 2013, junto a su abogado de oficio y, a la derecha de este, los representantes de la acusación, en el juicio que se celebra esta semana en la Audiencia de A Coruña.

“Un nuevo asesinato público”

Las fotos del levantamiento del cadáver de Elisa Abruñedo, la gerocultora de Cabanas violada y asesinada el 1 de septiembre de 2013 y hallada en el frondoso pinar al día siguiente, se han exhibido esta mañana demasiadas veces en la Audiencia de A Coruña. Al menos, así lo cree Luis Barrientos, el magistrado que preside el jurado popular. Ante la insistencia de una abogada de la acusación en mostrar las imágenes del cuerpo durante la declaración de los guardias civiles que investigaron el crimen, el juez criticó que se estuviese sometiendo a la víctima “a un doble escarnio” y planteó la conveniencia de “ahorrarse unas fotografías” que van a tener que “volver a verse mañana”, cuando llegue el turno del forense que realizó la autopsia. “Por los familiares y los hijos, que pueden estar presentes, y porque también está aquí la prensa”, justificó Barrientos, “resulta francamente triste someter a la víctima a un nuevo asesinato público”.

No obstante, los abogados de la acusación, que representan precisamente a los hijos de Elisa Abruñedo, consideraban necesario enseñar cómo apareció su cuerpo para demostrar al tribunal cómo sufrió un “ataque sorpresivo”, de “violencia extrema”, sin posible defensa. Las fotos dejan claro cómo la mujer de 46 años que regresaba después de un paseo a casa, aquel caluroso domingo al atardecer, fue golpeada, arrastrada, forzada, desnudada, violada y acuchillada en el cuello, el corazón y el pulmón. En el arrastre había perdido las sandalias y las gafas de sol, que aparecieron en el surco de maleza aplastada por el arrastre. Pero en el cuello conservaba los auriculares con los que caminaba tranquila, escuchando la música del móvil que llevaba en las bermudas. La imagen de su agonía, del “sufrimiento” que padeció, señaló la letrada del hijo menor de Elisa, quedó grabada en su mano izquierda. El cuerpo fue hallado con ese brazo flexionado y la palma apretando unas zarzas. Fue ella la que se asió, “en su agonía”. “Hubo que cortarlas para llevarse el cadáver”, ha repetido varias veces uno de los guardias civiles de Ferrol que acudieron el primer día a estudiar la escena del crimen.

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