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La construcción del gran barrio nuevo de Alicante lleva parada 30 años por dos históricas fábricas de harina

El plan urbanístico de Benalúa Sur, una zona sumida en la degradación, sigue sin arrancar hasta que no se definan los usos de las harineras que hace un siglo surtían a toda España

Harinera Alicante

Al puzle del sur de Alicante, frente al puerto y junto a una de las salidas de la ciudad, le faltaba una pieza. Era el remate final de uno de los barrios históricos del entramado urbano, Benalúa, una zona de descampados que permanecía degradada, con el único aliento de dos fábricas de harina y un centro escolar. En 1998 se activó el plan parcial para su transformación en un nuevo barrio, Benalúa Sur, que desde 2013 va llenando el área de edificios panelados en blanco y gris que albergan viviendas de gama alta. Sin embargo, tres décadas después, sigue en suspenso. Apenas se ven vecinos por las calles, no hay comercios, ni siquiera un solo bar. Todo queda pendiente de una sola manzana, la que ocupan las dos harineras, Cloquell y Bufort, edificios históricos de los años treinta cuyo futuro está sometido a los vaivenes y lastrado por la lentitud del urbanismo municipal. “Nos da miedo que esto se quede así, que las harineras se sigan descomponiendo y al final no se haga nada”, comenta Lorenzo Pérez, presidente de la asociación de vecinos del colindante Parque del Mar.

Las dos fábricas marcan la equis del mapa de Benalúa Sur. Las harineras Cloquell y Bufort son los últimos testimonios vivos de un negocio que floreció en Alicante entre 1936 y 1940, cuando se levantaron ambas instalaciones, a partir de los planos trazados por el arquitecto Miguel López. A tiro de piedra de la ya desmantelada Estación de Murcia y de las dársenas del puerto, recogían el cereal procedente de Castilla-La Mancha, lo procesaban y lo repartían, ya en formato harina, por toda España. En 1954, Cloquell se amplió con un silo de almacenaje; en 1962 hizo lo mismo Bufort. Antes de su traslado a otra ubicación, mantuvieron su actividad hasta 2021 y 2023, respectivamente, ya con su destino apalabrado. Que no siempre fue el de mantenerlas en pie.

El proyecto contemplaba la demolición de las factorías hasta 2022, cuando el impulso del concejal de Urbanismo de la anterior legislatura, Adrián Santos (Ciudadanos), y representantes vecinales consiguieron salvarlas. También se implicaron colectivos técnicos como el Colegio de Arquitectos, que el pasado mes de octubre reconoció como “ejemplo singular de modernidad y referente de la memoria industrial” de Alicante “el inmueble racionalista con programas mixtos de industria, almacén y oficinas” de la harinera Bufort, a través de la Fundación Docomomo Ibérico.

Las negociaciones entre el consistorio y los propietarios, que serán los urbanizadores de la parcela, son las que van postergando el plan con sucesivas modificaciones de los usos del suelo. Finalmente, Harinas Cloquell “quedó en poder del Ayuntamiento con uso dotacional”, indica Pérez, “y Bufort permanecerá en manos de sus propietarios, con uso terciario”. En la parte trasera del solar se levantará “un bloque de planta baja más seis alturas” similar a todos los que ya conforman el nuevo barrio, “y una torre de planta baja más 16 alturas” planteada como “un hito y un referente arquitectónico en la entrada sur de la ciudad”, según el informe municipal sobre la modificación parcial del plan parcial del barrio, aún pendiente de exposición pública.

Antonio Bufort, gerente de Harinas Cloquell y uno de los promotores del proyecto urbanístico, añade que la zona contendrá también “una zona verde” y conectará con el colegio Benalúa, situado en la acera de enfrente de los inmuebles industriales. Con todo el modelo maquetado y en tramitación, siguen pendientes los usos de los edificios. La fábrica Bufort se transformará en “un hotel, unas oficinas o espacios de coliving o flexliving [alquileres temporales para profesionales, estudiantes o nómadas digitales]”, señala el directivo empresarial. El nuevo empleo de la factoría Cloquell también está por definir. Los vecinos propusieron que albergara un museo digital dedicado a las nuevas tecnologías o un centro etnológico que repasara la historia de la ciudad, recuerda Pérez. El alcalde, Luis Barcala (PP), sugirió en la última campaña electoral que el edificio aglutinaría los conservatorios de música y danza desperdigados por el entramado urbano. La casilla elegida sigue en blanco. Desde el consistorio ya se ha anunciado que el uso de la fábrica queda condicionado a la redacción del nuevo PGOU que sustituya al vigente, aprobado en 1987 y uno de los más antiguos de España.

Desde el principio, el plan de Benalúa Sur contemplaba dos unidades de ejecución (UE). La UE1 comprendía todo lo que no fuera el solar de las harineras, único incluido en la UE2. Si nada se tuerce, “las obras podrían comenzar en 2027 y acabarse a finales de 2028”, augura Bufort. Incluirían el desmantelamiento de tejados y bajantes con amianto de algunas de las instalaciones de las dos fábricas, denunciado por los vecinos y que tendría que acometerse “en verano, con el colegio cerrado”. Mientras tanto, el primer sector avanza. “Es una zona de bloques nuevos”, señala Pérez, “todos muy similares y con precios que rondan los 400.000 euros para pisos de 80 metros cuadrados”. Según el portavoz vecinal, “hay mucho inversor extranjero, sobre todo de EEUU, y también españoles” que los compran atraídos por “su ubicación próxima a una zona noble del centro urbano y frente al puerto, con un colegio cercano y el aeropuerto a unos 15 minutos en coche”.

Pero hasta que se resuelva el enigma de las harineras, el barrio sigue al ralentí. La única vía que lo atraviesa entre las dos avenidas que lo enmarcan, la calle Quintiliano, apenas late salvo en las horas de entrada y salida de los escolares. Rosa Ferro, vecina desde hace año y medio de la zona, lo define como “tranquilo y céntrico”, pero “muy dejado”. “Hay mucho indigente que duerme en los portales, falta limpieza y hay prostitución” junto a los muros de las fábricas. Ferro tampoco está de acuerdo con la futura torre de 17 pisos. “Rompería la unidad del barrio”, sostiene. David Lloret, propietario de una farmacia cercana, apunta sin embargo que tanto la prostitución como el consumo de drogas en esa área “han bajado muchísimo desde hace un par de años”. “Antes, la calle Quintiliano daba miedo”, asegura. Ha ampliado su botica porque nota “la llegada creciente de vecinos”, pero subraya la falta de “más comercios o establecimientos de restauración”. Mientras no se resuelva lo de las harineras, seguirán “sin mejoras en el transporte público, sin ciclovía, sin plazas de aparcamiento” y sin que se solucione “la falta de luz” en un barrio que está “muy oscuro”, a su juicio. “Benalúa Sur parece a punto de emerger, pero no emerge”, zanja.

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Sobre la firma

Rafa Burgos
Corresponsal de EL PAÍS en Alicante desde 2018. Desde 1997 ha trabajado como crítico de cine y redactor en diferentes medios, como El Mundo o la Agencia EFE. Ha impartido charlas y cursos en la Universidad de Alicante y en la Miguel Hernández de Elche. Coautor del libro 'La feria abandonada', del dibujante Pablo Auladell.
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