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Docomomo Ibérico: así es la lucha por proteger 2500 edificios del siglo XX en España y Portugal

La fundación, nacida en los noventa para promover la protección sobre edificios industriales, residenciales, religiosos y equipamientos públicos ligados a la arquitectura moderna, ha sido galardonada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla.

Universidad Laboral de Cheste, 1967-1969, de Fernando Moreno Barberá.
Nacho Sánchez

Buscaba romper con todo lo anterior y daba la bienvenida al futuro. La arquitectura moderna llegó con el diseño y la eficiencia como pilares, apostando además por el uso de materiales novedosos como hormigón, acero y vidrio. Se desarrolló durante las décadas centrales del siglo XX en buena parte del planeta y en España tuvo un fuerte arraigo que, aunque sufrió la censura del franquismo, consiguió un gran impacto. Para no olvidar el valor de estas construcciones y defenderlas de posibles derribos, la fundación Docomomo Ibérico trabaja en un registro vivo que se acerca ya a los 2.500 edificios. Su base de datos, a la que está suscrita hasta la Universidad de Harvard, es fundamental para que la entidad reciba más de 670.000 visitas anuales a su web. En ella también se recogen todas las actividades impulsadas para difundir, sensibilizar y proteger el patrimonio arquitectónico, justo la labor por la que el Colegio de Arquitectos de Sevilla acaba de otorgarle uno de sus reconocimientos.

La historia de Docomomo Ibérico arranca en 1990. Seguía entonces los pasos de los arquitectos neerlandeses Hubert-Jan Henket y Wessel de Jonge, que dos años atrás habían fundado en Eindhoven una asociación denominada Docomomo International (a partir de su nombre completo en inglés: Documentation and Conservation of buildings, sites and neighbourhoods of the Modern Movement) para proteger la arquitectura moderna. La variante española nació bajo los mismos criterios y tomó impulso gracias a un proyecto de la Fundación Mies van der Rohe a la que se fueron uniendo la Fundación Arquia, el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) y algunos colegios de arquitectos. Costó empezar, porque para conservar primero hay que conocer. Un amplio grupo de especialistas tiró de archivos, de libros de historia y publicaciones especializadas mientras cientos de arquitectos de toda la península se lanzaron a realizar trabajo de campo. Aglutinaron más de 4.000 edificios levantados entre 1925 y 1975. De ellos se seleccionaron 1.800 que formaron parte de los cuatro primeros libros editados por la fundación. Estaban divididos por sectores: industrial, vivienda y dos relacionados con los equipamientos públicos. “Fue como una tarjeta de visita. Era un repaso a los inmuebles que no pueden perderse. Y después empezamos a realizar actividades para ponerlos en valor”, explica Celestino García Braña, presidente de Docomomo Ibérico.

Sede del Instituto del Patrimonio Histórico Español (1964-1988), de Antonio Miró Valverde y Fernando Higueras.

Hoy el registro de la fundación ha crecido hasta incluir 2.468 edificios de España y Portugal, cuyas características se pueden consultar en la web de la organización. Un repaso a ese catálogo permite entender las características del movimiento moderno en la península y, también, sus similitudes y diferencias con las arquitecturas del resto de Europa. Los acentos propios estuvieron marcados por las circunstancias vividas en territorio español durante el auge de la arquitectura moderna. Porque si entre finales de los años veinte y primeros de los treinta empiezan a desarrollarse los primeros proyectos, muy ligados a los europeos en su racionalismo y el uso de nuevos materiales como el hormigón, el acero laminado, elementos prefabricados y vidrio, la Guerra Civil y los primeros años del franquismo obstaculizaron las huellas de la modernidad. “Los primeros años del régimen, a partir de 1939, impiden continuar esos nuevos mecanismos arquitectónicos”, subraya García Braña, quien aclara que, a pesar de ello, siempre hubo grietas por las que este movimiento conseguía colarse.

Vista de la sala de estar de Casa Rudofsky, en Frigiliana.

Entre las más relevantes se encuentran los cerca de 300 poblados impulsados por el Instituto Nacional de Colonización para promover la agricultura en nuevos territorios. El trabajo se adjudicó a distintos arquitectos muy jóvenes que quisieron hacer algo distinto. “Hicieron de la necesidad virtud: consiguieron una arquitectura moderna con herramientas antiguas, escasos medios y mucha inventiva”, añade Susana Landrove, directora de Docomomo Ibérico, que señala que a partir de los años cincuenta el movimiento consiguió hacerse hueco gracias al desarrollo de infraestructuras y equipamientos públicos, pero también a través de los edificios religiosos, aunque en muchas ocasiones tuvieron en contra a numerosos obispos. La iglesia de Stella Maris en Málaga (firmada por García de Paredes) o la de Nuestra Señora de la Coronación en Vitoria, de Fisac, son algunos ejemplos.

Casa Ugalde, 1951-1952, de José Antonio Coderch, en Caldes d’Estrac (Barcelona).

Victorias y derrotas

Todos los inmuebles con ficha propia en Docomomo incluyen información variada. De su nombre a los autores o la fecha de las obras. También, en la medida de lo posible, imágenes históricas, actuales y planos o secciones, además de enlaces de interés o el grado de protección con el que cuenta. Incluso su ubicación, porque precisamente uno de los principales objetivos de la entidad es que la arquitectura moderna española sea conocida, respetada y protegida. Por eso, además de exposiciones y otras actividades, promueven visitas a los inmuebles. “Ahora hay gente que hace cola dos horas para ver edificios que antes pasaban desapercibidos, como ocurre en las rutas de la iniciativa Open House”, afirma Landrove. La fundación también ha colocado ya 430 placas en otros tantos edificios que sirven “para que las administraciones se den cuentan del patrimonio que tienen en sus ciudades y que, quizá, desconocían”. El hotel Pez Espada de Torremolinos o la cooperativa lechera Colecor en Córdoba tienen ya este reconocimiento en sus fachadas. “Lo que no se conoce no se aprecia y no se cuida”, remacha Anna Ramos, directora de la Fundación Mies van der Rohe, que cree que divulgar los valores de esta arquitectura permite disfrutarlos mejor. “Y entender una época histórica de la que somos directos herederos y debemos legar a las generaciones futuras”, puntualiza.

“Las placas son como sellos que llaman la atención de los ciudadanos, para que conozcan el patrimonio e investiguen”, comenta José Alfonso Álamo, director adjunto de la Fundación Arquia y patrono de Docomomo Ibérico desde hace un año. El especialista cree que la arquitectura moderna es la aún la gran desconocida, pero se siente optimista. “De un tiempo a esta parte hay mayor sensibilidad y más interés”, que puede venir por cómo otras artes se han fijado en esta arquitectura. Pone el ejemplo de los videoclips de C Tangana rodados en Casa Carvajal, la Parroquia de Santa Ana y la Esperanza o Torres Blancas. Las administraciones también se han puesto las pilas: cuando Docomomo realizó su primer catálogo, había 90 edificios protegidos como Bien de Interés Cultural. Hoy son casi el doble, 170.

Central hidroeléctrica de Proaza, 1964-1968, de Joaquín Vaquero Palacios.

Esa mayor sensibilidad sobre la arquitectura moderna, el interés por conocer los edificios, las nuevas protecciones y las restauraciones son algunas de las victorias conseguidas por la organización en sus tres décadas largas de vida. Pero en este camino también ha habido derrotas en forma de derribos y destrucción. Entre los más destacados están La Pagoda, obra del arquitecto Miguel Fisac para los laboratorios Jorba en Madrid, que fue demolido en 1999 durante un proceso rodeado de cierto misterio. También lo fue años más tarde la Casa Vallet de Goytisolo, diseñada por José Antonio Coderch. En 2002, las piquetas también acabaron con los muros de la fábrica Montesa en Esplugues de Llobregat, ideada por Federico Correa y Alfonso Milá. Antes también desaparecieron otras referencias como el colegio de los Salesianos de Herrera de Pisuerga, la fábrica de lápices Hispania, en Ferrol, el Garaje S.E.I.D.A proyectado por José de Azpiroz y Azpiroz en Madrid. Otros están ahora en peligro, como la Residencia de Tiempo Libre de Marbella o la de Nuestra Señora de Covadonga, en Oviedo, que García Braña defiende con ahínco como ya lo hizo con la fábrica de Clesa en Madrid, finalmente salvada o la Casa Rudofsky en Frigiliana.

Convento e iglesia de San Pedro Mártir de los Padres Dominicos, 1955-1960 (Madrid), proyectado por Miguel Fisac.

Hoy la actividad de la organización tiene muchas aristas. Participan, por ejemplo, en el Plan Nacional de Arquitectura Contemporánea, actualmente en redacción e impulsado desde el Gobierno en 2023, casi una década después del nacimiento del Plan Nacional para la protección del patrimonio cultural del siglo XX. “Igual que hay un plan de templos, castillos o industria, también habrá otro para la arquitectura contemporánea. Los edificios obtendrán un reconocimiento que equiparará los valores entre los históricos y los modernos. Ahora una central hidroeléctrica será tan importante como una catedral”, destaca García Braña. Docomomo Ibérico también prepara un congreso sobre paisajes litorales titulado “La modernidad marítima” que se celebrará en octubre en A Coruña. Para ello, llevan tiempo fotografiando inmuebles residenciales de lugares como Benidorm, Alicante o la Costa del Sol, pero también otros ubicados frente al mar como residencias o colegios. Además, están preparando un registro sobre jardines y espacios exteriores. “Nuestro trabajo aún no está concluido”, apunta Landrove, que cuenta con una red de colaboradores numerosa que sigue analizando inmuebles que pueden formar parte de su registro para darles difusión, protegerlos y que sirvan para nuevas investigaciones. “Nuestro archivo está vivo”, concluye.

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Sobre la firma

Nacho Sánchez
Colaborador de EL PAÍS en Málaga desde octubre de 2018. Antes trabajé en otros medios como el diario 'Málaga Hoy'. Soy licenciado en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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