‘Col·lapse’, con Jordi González, ensayo general
Días antes del debut, el equipo organiza un simulacro completo: no son sesiones de adiestramiento de un equipo que ya se lo sabe…son para coger carrera


Col·lapse es un programa muy rodado, cuya máxima novedad en esta temporada es el presentador y media hora más de duración. Eso último permite a Jordi González, el nuevo, rellenarla con algo que sea distinto a lo que ya ofrecía el programa desde que lo lanzó Ricard Ustrell, que retiene la producción del mismo desde La Manchester, la suya. Una productora que tiene, por ejemplo, una división de eventos dedicada a crear “experiencias positivas” desde la “excelencia discursiva y estética propia”, explican en la web.
Uno pensaría que la gente del programa y su nuevo conductor estarían probando nuevas secciones o cómo funcionan las que, pocas, han cambiado. Es natural. Lo que nunca me imaginé es que un equipo con tanta experiencia, que se sabe de memoria donde, cuando y como explotar los recursos disponibles dedicara los días previos al estreno de la temporada a ensayar íntegramente la mecánica del programa. Un simulacro completo. Lo sé porque, por una razón que se me escapa, me llamaron preguntándome gentilmente si querría participar como entrevistado en una de estas grabaciones que no se emitirán. No son sesiones de adiestramiento de un equipo que ya se lo sabe…son para coger carrera. Y alguna sección del ensayo ya se aprovechó para el debut del sábado. Por ahí también rondaba Ustrell. Acepté encantado porque nunca había sido un sparring periodístico y todavía menos de alguien a quien no le hace falta porque lleva hechas infinidad de entrevistas y de muchos colores. Desde luego, no se trataba de ensayar eso. Seguramente probaban luces, ritmos… De todos modos, incluso me llamó un redactor para preparar el borrador de la charla. Una entrevista gentil transitando por asuntos como el cine, la televisión, internet o la magia. Está bien guardada en el armario porque no es de las que disparan el share ni alberga grandes iluminaciones. No se trataba de eso.
El plató, en contra de las apariencias televisivas, es impensablemente pequeño. Si ponen una mesa central, han de quitar las sillas que había. Col·lapse no se hace en directo los sábados por la noche. Se graba. En el entrenamiento que vi no se dejaron de hacer ninguna de las cosas que se hacen en el programa. Por ejemplo, la presentación previa, risueña, de los invitados con Xavi Canalias, que este año tiene la compañía de Elisenda Pineda. Una recepción muy amistosa, pero con alguna maliciosa perrería.
Por ejemplo, me hicieron ordenar por preferencia cinco programas históricos de TV3, pero debía adjudicar el puesto cada vez que citaban uno, sin conocer el resto de los candidatos. De tal manera que puse en el primer puesto al excelente, histórico, Malalts de tele, y cuando solo me quedaba el quinto puesto por adjudicar tuve que atribuirlo forzosamente al programa que entonces mencionaron: Àngel Casas Show, aquella delicia que no se ha conseguido repetir. Una involuntaria injusticia.
En este ensayo había habituales del programa como Las Mamarazzis y Sergi Pàmies, que deja la evaluación final del programa para hacer el comentario -no crítica, me precisó- de un libro. Para esta tarea se ayuda, como ya habrán visto, de una balanza para conocer exactamente el peso del ejemplar. No es una tontería. A mí me cuesta encarar una novela de setecientos gramos si no llega abundante y sólidamente aplaudida por personas a las que doy crédito. Por ejemplo, La península de las casas vacías, de David Uclés, que aconsejo leer a pesar de sus 984 gramos. Un divertido acierto de Pàmies y González. Por el contrario, el primer programa tuvo unas tertulias prescindibles y la segunda, además, endogámica.
Gran campechano de la televisión, de la que conoce todos los rincones, Jordi González muestra la misma cordialidad con todos los invitados. En el primer programa entabló una entrañable, pertinente sin parecerlo, charla con la periodista Valeria Vegas sobre la Veneno. Y esta cordialidad hizo que dejara hablar sin réplica, incluso asintiendo, a quien predica la existencia de una supraconsciencia trascendente más allá de la mente... y que sobrevive a la muerte! El problema no es la creencia. El problema es que diga que es ciencia. Eso sí, un superventas.
Lo más sorprendente del ensayo fue que en este programa de mentirijillas habían invitado a público que llenaba la pequeña gradería del plató. Obviamente eran personas para las que, comprensiblemente, resultaba encantador una excursión mañanera al palacio de la televisión catalana, a las entrañas, a la fuente que alimenta su compañera audiovisual en el hogar. Un público obediente que aplaudía todas las veces que un miembro del equipo se lo indicaba. A la persona encargada de este menester y de otros siempre se le había llamado “regidor”, pero en la web de Col·lapse, en su ficha técnica, hay una figura laboral con un encargo muy claro: animador de público. Y es que si resultan irritantes las sonrisas enlatadas de los sitcom clásicos, peor todavía es tener en un programa a un público bostezante. Han de contagiar entusiasmo.
La audiencia apoyó el primer programa de esta nueva etapa.
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