Referentes occidentales e inmigración
Nuestras sociedades democráticas tienen una serie de valores que ordenan y contextualizan las propuestas concretas

En política puede defenderse todo. Excluir debates o silenciar posiciones acostumbra a ser un error que acaba alimentando lo que se pretende evitar. Pero no todos los debates son iguales ni todas las propuestas merecen la misma consideración. Nuestras sociedades democráticas tienen una serie de referentes comunes que pretenden ordenar, contextualizar y valorar las concretas propuestas y su alcance.
Estas consideraciones son especialmente relevantes cuando lo que se debate es el trato al otro: al excluido o al distinto. En las sociedades democráticas occidentales, en la propia Unión Europea, estas afirmaciones son de plena actualidad en relación a las políticas de inmigración, cuyo contraste con esos referentes comunes se ignora con creciente frecuencia por cada vez más personas.
El primer referente son los derechos, constitucionales e internacionales, reconocidos a toda persona, que protegen nuestras condiciones y actuaciones más existenciales. Podemos delimitar y limitar los derechos de algunos colectivos, pero cada nueva limitación a la que sometemos a un colectivo es una amenaza futura de extensión a otros colectivos.
El segundo son nuestros valores fundamentales: la igualdad, la justicia, el tan invocado (sólo en ocasiones) estado de derecho, la solidaridad. Cada actuación contraria a esos valores deslegitima a nuestras instituciones y cuestiona nuestra propia identidad.
Un tercer referente es menos objetivo, pero más testarudo: la realidad. Porque la buena política consiste en configurar la realidad y no en mentir con lo imposible o crear una confortable realidad ilusoria. Y la realidad la configuran la presión migratoria, el origen de quienes pretenden venir a nuestros países, nuestras necesidades laborales o sociales…
También debemos contrastar las propuestas con nuestra propia historia, en la que a menudo encontramos migrantes, cuyo trato y consecuencias deberíamos considerar ahora.
Además, las razones y posiciones de los expertos, que elevan exponencialmente la sospecha sobre la admisibilidad y eficacia de las medidas cuando resulta prácticamente imposible encontrar un experto que apoye una concreta posición política, por mayoritaria que pueda ser.
Y, por último, el menos objetivo pero más universal: la moral cristiana de no hacer a otros lo que no quieres que te hagan a ti. Es este un referente que nos fuerza además a situarnos ante las concretas consecuencias de nuestros actos, sin ocultarnos tras generalizaciones y abstracciones.
En pocas ocasiones todos los referentes apuntan en el mismo sentido. Pero nuestras nuevas políticas de inmigración es una de ellas. Quizás los referentes se equivocan; o quizás nos equivocamos todos al pensar que una sociedad madura no iba a saltarse a todos sus referentes.
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