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amnistía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un gesto simple

La Ley de amnistía y la reciente sentencia del TC son un paso más para retornar la disputa política a las vías de las que no debería haber salido

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras
Oriol Bartomeus

La sentencia del Tribunal Constitucional que declara acorde a la Carta Magna la Ley de amnistía allana sin duda el camino de la superación de los años del procés en Cataluña. No así en Madrid, donde esta sentencia en lugar de apaciguar los ánimos los encrespa, lo cual viene a corroborar que la dinámica del procés se ha trasladado allí.

La sociedad catalana lleva años dando pasos para dejar atrás los momentos de confrontación que a punto estuvieron de provocar una escisión en dos bandos dentro de la propia sociedad. Hubo instantes en los que se rozó el desastre que hubiese supuesto un enfrentamiento abierto, una división de difícil curación. Ese peligro se esquivó, pero estuvo ahí.

El paso del tiempo, sin duda, ha ayudado a recorrer el camino de la vuelta a una convivencia tranquila. El tiempo y las decisiones políticas de unos y otros (de unos más que otros), más el cansancio de unos años que se vivieron peligrosa y trepidantemente. En este sentido, la Ley de amnistía y la reciente sentencia del TC son un paso más para retornar la disputa política a las vías de las que no debería haber salido.

Sin embargo, este camino dista de estar completado, como demuestra alguna reacción a la decisión del Constitucional. Hubo quien dijo que el Estado finalmente reconocía con la sentencia que se había equivocado. Es una manera de verlo. No sé si este era el objetivo de la ley. No es el sentido de la sentencia.

En cualquier caso, si el Estado se equivocó durante esos años, y es posible que lo hiciera (no sé si “el Estado”, sí sus representantes), no fue el único. Creo que lo más realista es reconocer que en el torbellino del procés nos equivocamos todos en algún momento, y sería bueno que lo reconociésemos, a modo de inventario y para poder realmente abrir una nueva etapa y curar las heridas (que las hubo y las hay), dejar que cicatricen, que sanen. Porque hasta que todos no reconozcamos que algo hicimos mal no podremos, como país, como sociedad, cerrar definitivamente ese período.

No hablo de pedir disculpas, mucho menos a la manera del rey emérito, como un trámite al que nos plegamos de mala gana. Esto no va de pedir perdón (¿A quién? ¿Por qué? ¿Para qué?), sino de reconocer que no estuvimos a la altura, que nos dejamos llevar y que, haciéndolo, pusimos en riesgo algo que nunca debe ponerse en riesgo: la convivencia en un país complejo y diverso como el nuestro.

Obviamente, habrá quien no se sienta aludido y crea que todo lo hizo bien y no debe replantearse nada, que son los otros los que lo hicieron todo mal. El resto (la gran mayoría, estoy seguro) deberíamos aprovechar el nuevo tiempo no para olvidar sin más, sino para hacer ese gesto simple, valiente, necesario, de verdadera reconciliación, no para pasar cuentas, sino todo lo contrario. Para dar el último paso para definitivamente perdonarnos entre todos.

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