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IVANA BAQUERO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Del ‘Laberinto del Fauno’ a ‘La Viuda Negra’: cómo Ivana Baquero salta el muro invisible

La intérprete, que ganó un Goya a los 12 años, razona sobre la transición entre la niña actriz y la vida adulta

Juan I. Irigoyen
Ivana Baquero

Hay muros construidos para provocar y otros para dividir. Están los que se pueden saltar y los que, por más que caigan, todavía siguen de pie. Basta echar un vistazo por el ideario de Trump o por los cercos que rodean las Favelas de Río de Janeiro. Ni hablar de Berlín, todavía atrapada en el pasado. Los más nocivos, infranqueables si se quiere, son los invisibles: el hormigón puede ser más endeble que una emoción.

Por eso, cuando pienso en cómo saltar un muro invisible recuerdo a Ivana Baquero (Barcelona, 31 años), la segunda actriz más joven en ganar un Goya por su interpretación en el Laberinto del Fauno (2006), hoy protagonista de La Viuda Negra, top 3 de las películas más vistas de Netflix, número uno en Estados Unidos durante la primera semana de junio. “En España buscamos niños en la calle que se acerquen al personaje. De alguna manera no queremos que actúen, sino que jueguen”, explica Mireia Juárez, directora de casting de Wolfgang, Biutiful y Truman, entre otras. Entonces, cuando los niños dejan de jugar es cuando aparece el muro invisible: ¿cómo jugar sin jugar? “Lo que pasa es que llega un momento en que los niños llegan a tener conciencia de lo que hacen y dejan de jugar a actuar. En esa conciencia, se quedan sin naturalidad y dejan de funcionar. Pierden la verdad”, analiza Mireia Juárez.

“¿El muro invisible?”, pregunta Ivana Baquero, sentada en un restaurante de Madrid, durante la promoción de La Viuda Negra; “Yo lo veo como una montaña. Es mi propia alegoría. Siento que la estoy trepando y que tampoco tiene un final. Si lo tiene, yo no le he visto. Tampoco sé si quiero verlo. El otro día leía una entrevista con Chris Hemsworth que decía que sigue sintiendo que es ese chico que iba apurado de dinero y que no puede dejar de trabajar porque no se siente tranquilo”.

Baquero tiene una precisión quirúrgica para seleccionar cada idea, cada frase, cada palabra. Pero ocurre algo paradójico: no está en guardia, al contrario. Está tranquila sin estar relajada, piensa sin sobreanalizar. Y, entonces, aparece una palabra que repite: instinto. Para interpretar, para adaptarse, para sobrevivir.

Guillermo [del Toro, director del Laberinto del Fauno] me decía que tenía mucho instinto. Según él, te puedes formar como actor o como cantante, pero que el instinto no se puede aprender. Y puede ser que sea así. Actuar es reaccionar. Da igual lo que tengas que decir, lo más importante es cómo reaccionas a tu compañero. Y el instinto quizá tiene que ver con eso: estar presente”, cuenta Ivana. Sin unos padres que vaciaran sus frustraciones en ella, ni ella con sueños de fama, en 2004 se estrenó su primera película: Romasanta. Entonces comenzó su etapa oxímoron. Y como esa ciudad que puede ser cálida y agresiva —para mí ninguna como Buenos Aires—; o como esa letra que guarda esperanza en la mayor tristeza —de nuevo, nadie mejor que Thom Yorke (Radiohead)—, Ivana empezó a ser la niña adulta.

Ivana Baquero y Kevin Costner.

“Cuando interpretas, de alguna manera siempre estás jugando. También de adulta. Pero mi manera de entenderlo ha sido como un trabajo. Desde pequeña era muy consciente de que había que sacar adelante un rodaje. Había directores, también, que me mandaban deberes. Guillermo, por ejemplo, me hacía leer comics y ver películas, como La tumba de las luciérnagas”, recuerda Baquero. Su vida laboral le ponía en un lugar ilógico para su edad; su vida personal la devolvía a la lógica: siempre fue la hija de sus padres. Un aspecto nada menor en los niños prodigio, muchas veces convertidos en sostén económico y emocional de sus familias.

“Mis padres no es que me protegieran, sino que me acompañaban. Y cuando me decían algo, le diría que en el 99% de las ocasiones tenían razón. Me enseñaron, por ejemplo, a saber diferenciar mi vida pública de la privada”. Ivana, entonces, disimuló a sus primeros novietes en las redes sociales, como también aceptó que después del rodaje había clase. Si hasta el día después de ganar el Goya a mejor actriz revelación compareció en la escuela. Y de nuevo a interpretar: porque nadie es normal con un Goya en la sala de su casa a los 12 años. “Al final, siempre estás haciendo un rol. Todos tenemos muchas caras, todos somos muchas personas. Pero eso no significa que necesitemos cierta validación para encajar. Yo nunca he necesitado pertenecer y siempre he buscado que mi valor personal no estuviera atado a mi valor profesional. A mí me llegó un éxito de niña, y encadené un éxito con otro, casi sin parar, hasta que en un momento eso paró y pensé: “¿Volveré a trabajar? ¿Seré buena?”

De Romasanta a La Viuda Negra pasaron 22 interpretaciones: trabajó con Isabel Coixet (Mi otro yo), saltó a Hollywood con Kevin Costner (La otra hija), conoció a su pareja James Trevena (Las crónicas de Shannara), encadenó tres películas en un año y estuvo tres sin filmar un largometraje. Mientras espera por el estreno de Spartacus el próximo otoño, nunca olvida a El laberinto del fauno. “Lo vivo como un honor. Abrazo haber trabajado en una película de culto. Me ha abierto muchas puertas. En mi caso es particular, de niña actriz a la transición adulta, de alguna forma he tenido que reinventarme, que descubrirme. Quizás porque descubrirse es parte de la vida”.

Descubrió entonces que su muro no es un muro sino una montaña sin pico y que su trabajo no es un juego sino un regalo (instinto) que llevaba desde la cuna, moldeado, eso sí, entre las tablas de una familia que abraza pero no aprieta y una industria que abraza tanto como aprieta.

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Sobre la firma

Juan I. Irigoyen
Redactor especializado en el FC Barcelona y fútbol sudamericano. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Ha cubierto Mundial de fútbol, Copa América y Champions Femenina. Es licenciado en ADE, MBA en la Universidad Católica Argentina y Máster de Periodismo BCN-NY en la Universitat de Barcelona, en la que es profesor de Periodismo Deportivo.
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