Los poetas luchan por hacerse un hueco en la calle en un Sant Jordi plagado de novelas
La poesía representa un género muy minoritario entre los lectores, que prefieren por mucho la ficción


La historia se repite cada Sant Jordi. Cientos de lectores haciendo cola durante horas para conseguir la firma de su autor favorito. Este miércoles, muchos llevaban horas aguantando el sol frente a las casetas en las que firmaban Javier Cercas, Enrique Vila-Matas o Marta Orriols, algunos de los autores más demandados, con sus novelas bajo el brazo. Otros se agolpaban frente a las casetas de libros de espiritualidad o autoayuda, los clásicos o los cómics, pero la poesía ha sido una vez más el gran ausente en las calles de Barcelona durante el día del libro y de la rosa.
Tònia Passola (Barcelona, 1952), es licenciada en Historia del Arte y catedrática de Lengua y Literatura Catalanas de Secundaria. Ha publicado una decena de libros de poesía en catalán y en francés, entre los que están Salto al espejo, Nua, Cel Rebel, o su última publicación Beuratge, al que se ha dedicado a promocionar esta mañana desde una caseta ubicada en el corredor de libros a la altura de Gràcia. La poetiza aguanta el sol y el calor de la capital catalana con alegría y se muestra sonriente con cada lector curioso que se acerca a la pila de sus libros. Explica a cada visitante con una sonrisa y un “yo soy la autora”, que ella también ha bajado a firmar en la calle esta mañana, aunque poco antes de la 13 de la tarde solo había conseguido vender un ejemplar. “La poesía es un consuelo, lo que pasa es que se tiene que tomar a pequeñas dosis, porque no se puede digerir rápidamente, la novela la vas siguiendo, pero la poesía es leer un poema, pararte, volverlo a leer e ir llenándote de los versos y de las imágenes”, explica la autora, que considera que la poesía no está marginada solo en Sant Jordi. “Durante todo el año la novela siempre es estrella”, agrega.
La caseta en la que está Passola es una excepción, porque la mayoría de libreros, pese a contar con colecciones de poesía han decidido sacar muy pocos de ellos a la calle o dejarlos en las tiendas. Ante la pregunta de si tienen libros de poesía, la mayoría de libreros responden que los tiene, pero en sus boticas. “De poesía solo tengo un libro”, responde uno de ellos mientras señala un ejemplar de La habitación de los ahogados de Alana Portero. No los sacan a la calle porque Sant Jordi en realidad no es el día del libro, sino el del libro de novela, de historia, de filosofía, de ficción, o incluso de autoayuda o espiritualidad. “Hoy es un día de best sellers y la poesía no es un best seller”, comenta otro librero desde una caseta ubicada a la altura de plaza Cataluña. Lleonard Muntaner, la editorial para la que trabaja es minoritaria, pues junto con La Breu o Edicions del Buc son algunas de las pocas casetas que han salido a la calle a cazar lectores con ejemplares de poesía.
El último estudio sobre los hábitos de lectura de los españoles realizado por la Federación de Gremios de Editores de España señala que en 2024, la novela y el cuento fueron el último libro leído por el 94,3% de los lectores de literatura (sin tomar en cuenta la literatura científica, de enseñanza, infantil o juvenil y de otros temas) mientras que la poesía, el ensayo o el teatro lo fueron en menos del 6% de los casos. Las cifras poco alentadoras no impiden que autores como Passola intenten promocionar su género ante nuevos lectores o algunos más experimentados pero poco adeptos al género.
La marginación de la poesía en librerías y jornadas especiales dedicadas a la literatura como Sant Jordi tampoco es actual. La historia cuenta con varios ejemplos de poetas que fueron muy poco leídos por sus contemporáneos y han sido reconocidos por el públicos solo después de su muerte. Charles Baudelaire, quizás el mejor representante de los poetas malditos y autor de Las flores del mal, vivió toda su vida con la frustración de no ver recompensado su talento mientras otros novelistas de su generación despuntaban en ventas y reconocimientos. Baudelaire murió en 1867, pobre, alcohólico y enfermo de sífilis. El crédito atribuido a su obra e influencia en otros autores se pudo ver únicamente después de su fallecimiento.
Algunas de las casetas con mayor cantidad de libros de poesía han sido las de venta de libros usados. Allí se podía ver ejemplares de autores catalanes como Jacint Verdaguer, Jaume Roig o Salvador Espriu, mientras que en las canastas de poesía en castellano figuraban sobre todo obras como El romancero gitano o Poeta en Nueva York de Lorca. También figuraban obras de autores latinoamericanos como Alejandro Zambra, o Mario Benedetti, “que dijo que la poesía es el alma del mundo”, recuerda Passola.
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