‘Ora et labora’ a destajo: las monjas de clausura hacen su agosto en diciembre
Muchos de los 700 conventos españoles afrontan en los obradores sus semanas de máxima faena por la Navidad, mientras se agrupan cada vez más para vender en internet

El olor a matalauva y ajonjolí vuela por las azoteas y endulza el petricor de la lluviosa mañana de diciembre. Dos lebrillos están hasta el borde de pestiños recién fritos y la miel se deslía como el agua en un perol hirviente. No está ni terminada la primera tanda y ya viene la segunda. Sor Ana extiende el rodillo y una enorme y fina masa se expande como el papel sobre una mesa de mármol de cuatro metros. Sor Corazón, la más mayor y bromista del convento, tira de retranca: “Cualquier día nos tiramos de rodillas en el claustro a hacerlos, que ahí hay sitio”. Apenas son las nueve de la mañana y la jornada en el obrador será, de nuevo, a destajo. No se puede parar, en los previos de la Navidad, el torno del Monasterio de las Concepcionistas de El Puerto de Santa María, en Cádiz, que está rueda que rueda, como cantó el célebre Carlos Cano en su Alacena de las Monjas.
La escena, con sus variantes y sus condicionantes propios, no se distingue mucho de la que se vive en centenares de conventos y monasterios españoles. En España existen 697 cenobios, con 7.664 religiosos de clausura de los cuales el 90% son mujeres según cálculos de la Fundación DeClausura. Muchos subsisten con la venta de productos artesanales. Que la mayoría de ellos se dediquen a la repostería como forma de principal subsistencia explica que, desde finales de noviembre, “para muchas comunidades, la Navidad sea su agosto”, como ejemplifica Blanca de Ugarte, responsable de comunicación de esta fundación, nacida en 2006 para acompañar a los conventos de clausura y que, desde 2015 ofrece a los monasterios una web en la que ya participan 62 comunidades para vender online todas sus elaboraciones. “Estos días suponen el 80% de sus ventas de todo el año”, agrega la periodista.
La gaditana Sor Corazón de María de San José —su nombre completo— aprendió la receta de los dulces en su monasterio. Sor Marcela y Sor Asunción fueron las hermanas que la precedieron hace ya 65 años, el tiempo que lleva en el cenobio. Por aquel entonces, las Concepcionistas de El Puerto —una comunidad fundada en 1518— ni siquiera vendían dulces por el torno. “Se hacían como regalo a los benefactores, empezamos con la venta entre la década de los 70 y 80”, aclara la monja. Ahora sus sultanas de coco, bollitos de miel, tortas de polvorón, pastas de té y polvorones son una de sus principales vías de sustento, sumada a las donaciones y a a las pensiones mínimas que reciben las dos monjas más mayores y que reparten con las otras seis integrantes.
Justo por eso los obradores de los monasterios trabajan a destajo en estos días previos a la Navidad. En las Concepcionistas ya hasta han perdido la cuenta de cuántos pestiños, su producto estrella, llevan hechos Según ellas gastan unos 20 kilos de harina al día y van ya por el tercer bidón de 25 kilos de miel. Sus vecinas en El Puerto, las Comendadoras del Espíritu Santo, “se levantan a las cuatro de la mañana para aprovechar la luz más barata y para que les dé tiempo”, añade De Ugarte. Con ese esfuerzo extra, muchas comunidades subsisten buena parte del año: “Los conventos llevan una vida muy austera, eso les permite, en parte, no tener tantas necesidades. Para el día a día salen adelante con lo poco que tienen. El problema está cuando tienen que acometer obras de restauración en edificios que suelen ser bienes patrimoniales”, apunta la mujer.
La Fundación DeClausura les ayuda en esa tesitura, canalizando donaciones o acompañándoles en el proceso de captación de ayudas públicas, aunque desde la pandemia ese grupo de dos trabajadores y 58 voluntarios que integra la entidad se hicieron famosos por la web en la que venden colectivamente productos de convento. Ahí están los dulces de las Comendadoras de El Puerto, algunos de la docena de cenobios que este año han sido distinguidos con un Solete de la Guía Repsol y productos menos comunes, como licores, vinos o quesos hasta sumar los 18.000 productos vendidos en 2024. “Se venden muchas cestas navideñas de empresas con productos muy conocidos como la torta imperial de las Jerónimas de Constantina (Sevilla) o las almendras garrapiñadas de las Clarisas de Valladolid. Pero también hay conventos que se dedican a otras cosas, las Concepcionistas de Valladolid venden arreglos florales”, detalla De Ugarte.
Al otro lado de esa web, los clientes se dividen entre quienes quieren apoyar la vida monástica y los que valoran “lo que está hecho con las manos y con materias primas de primera calidad”. Por eso, en la entidad están empeñados en intentar desestacionalizar la venta de las elaboraciones conventuales: “Pueden ser buenos regalos para una boda, para agasajar a una cena con amigos”. Aunque Ugarte reconoce que es difícil romper la tendencia. De ahí que la fundación despliegue otro tipo de ayudas y donaciones de origen privado que, en 2024, sumaron los 253.000 euros, repartidos en 275 donaciones para 95 conventos. Su próximo proyecto, que arrancará en enero, pretende ayudar a los cenobios a calefactar celdas de las más mayores o salas comunes en edificios que suelen ser “muy fríos”.
En las Concepcionistas de El Puerto aún no se han lanzado a la venta online. Además de su torno abierto a diario en horario de mañana y tarde, subsisten con una red de colaboradores que les ayuda a llevar sus productos a mercadillos cercanos. Luego llegará el segundo pico del año: las torrijas para Cuaresma y Semana Santa. Aunque ni eso desarma la paz de sus días, que transcurren monótonos, tranquilos y entre rezos, tan solo interrumpidos por el desasosiego de saber si el Monasterio sobrevivirá a la crisis de vocaciones. De las ocho integrantes de la comunidad, solo cuatro son monjas profesas, el resto son postulantes o novicias, todas llegadas de Tanzania. Con todo, Sor Corazón es optimista: “Noto que hay más interés por la vida contemplativa”.
Así fue como Sor Ana desembarcó en El Puerto en 2008, procedente de Dodoma, capital del país. “Me llamaba la atención y el Señor se enamoró de mi. Allí no existía orden de las Concepcionistas, pero conocí a una monja y me vine”, relata la mujer de 42 años. Ahora ella es la heredera de esas recetas que Sor Corazón le transmitió: “Todo lo que sé es por ella y sigo preguntándole cualquier duda”. A su lado, la anciana asiente divertida: “Le toca aguantarme”. Y Sor Ana le replica a carcajadas mientras baña los pestiños en la miel caliente: “Me casé con el Señor y ella es mi suegra”.
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