Omar en el laberinto: las dificultades de un gambiano para demostrar su edad tras llegar a España en una patera
Una primera sentencia en Canarias reconoce que el muchacho debía ser tratado como menor porque así lo decía su pasaporte


Omar necesitó dos intentos para salir de Gambia. En el primero, con un pasaje que le pagó su hermano, se perdió en el mar y tras una jornada a la deriva la barca retornó a la costa. En el segundo logró arribar a las Canarias después de un trayecto de siete días cuyas fechas no recuerda con exactitud, solo que salieron un domingo y llegaron un domingo, en el otoño de 2022. El chico tenía entonces 15 años y así lo acreditaba su pasaporte, donde figura su nombre real, distinto al de este reportaje. La minoría de edad garantiza la acogida en un centro bajo la tutela de la comunidad autónoma, pero Omar chocó contra las pruebas físicas que le consideraron mayor de 18 y una instrucción de la policía que alertaba contra la posible falsificación de los pasaportes gambianos. En contra de la jurisprudencia repetida del Tribunal Supremo, el muchacho fue expulsado del centro y un proceso judicial acompañado por Save the Children ha concluido con una sentencia a favor, cuando ya tiene 18 años y una trayectoria de albergues. Omar era menor porque así lo decía su pasaporte.
“Me miraron la boca, los brazos y los ojos”, relata el chico, un método que rechaza la ONU porque arroja márgenes de error hasta de cuatro años, imposible para determinar si uno es adolescente o ya dejó atrás ese periodo. Aquellas pruebas dijeron que era mayor de edad y en su contra jugó también la instrucción policial sobre los pasaportes gambianos. Una primera sentencia en Canarias, de la Audiencia Provincial de las Palmas, revoca la del juzgado de primera instancia y ha reconocido que, atendiendo a la ley de derechos y libertades de los extranjeros en España, un inmigrante cuyo pasaporte acredite la minoría de edad no debe ser considerado indocumentado “para ser sometido a pruebas complementarias de determinación de edad”. La sentencia también se basa en la ley de Protección Jurídica del Menor, que establece que la Fiscalía debe ponderar las razones por las que se considera que el pasaporte no es fiable.
“Estos trámites judiciales no hacen más que colapsar a la Fiscalía y al Instituto Médico Forense, cuando ya hay jurisprudencia del Supremo para estos casos”, critica Jennifer Zuppiroli, especialista en Infancia y Movimiento de Save the Children. “Debe prevalecer lo que indica el pasaporte”, sostiene. Pero el laberinto de los migrantes nunca es pequeño. Se puede tomar por falso su documento de identidad, pero no se invalida, afirma Zuppiroli, de modo que el muchacho cuando es expulsado del centro de menores no podrá entrar en otros de acogida de migrantes adultos porque ahí sí tendrán en cuenta lo que dice el pasaporte. “Solo se considera la posible falsedad del pasaporte para sospechar que son mayores, para todo lo demás se da por bueno, incluso para viajar en avión. Es incoherente y discriminatorio y genera una situación de indefensión”, lamenta la especialista.
El de Omar no es el único caso en el que la edad está jugando malas pasadas a los migrantes. Las entidades que trabajan con ellos en Canarias cuentan otros como el de un chico de 16 años al que la prueba de edad le situó en 23. “Y ahí lo tienen, atascado en un macrocampamento de adultos”, dice una activista que no quiere dar su nombre. “El pasaporte se ha tramitado en España, pero no creen la edad por las muelas del juicio”, añade.
Al gambiano lo expulsaron y fue por varios albergues solidarios. En una entrevista por escrito enviada a Canarias por este periódico para que un intérprete de Save The Children traduzca su lengua natal, el mandiga, Omar cuenta que vivía “en un pueblo pequeñito que se llama Pirang, no lejos de la ciudad principal, Brikama, donde trabajaba de albañil y aprendía el Corán”. Un amigo ya estaba en España y hablaba mucho con él, pero fue la muerte de su padre la que precipitó su salida de Gambia: “Quería buscarme la vida y ayudar a mi familia, es lo único que echo de menos de allí”.
Su barca tocó costa en Lanzarote y lo trasladaron al Canarias 50, el centro de primera llegada de Las Palmas. “Allí estuve dos días, pero tuve coronavirus y me enviaron a un hotel durante un mes y dos semanas más o menos. Después me enviaron al centro de Los Pinos, el que estaba en la calle Buenos Aires, aunque ahora ya no está ahí. Estuve en Los Pinos más o menos un año. Después entré en un piso del [centro benéfico] Canoa Solidaria, y estoy ahí desde julio de 2024”.
En Canarias se siente bien, “porque no hace frío, como en la península, en Madrid y en Galicia hace mucho frío y llueve todo el tiempo”. En las islas empezó a formarse como soldador, de fabricación de montaje, pero no completó los dos años “por el tema de los papeles”. Eso es lo que le gusta y quiere seguir con los estudios para trabajar de soldador en el futuro, pero ahora le ocupa conseguir los papeles que legalicen su situación. “A veces entiendo español y a veces no, pero normalmente estudiando entiendo todo, no es un problema cuando estoy en clase. Ahora entiendo mejor que antes”, cuenta a este periódico mediante su traductor.
“Tengo muchos amigos aquí, sobre todo en mi equipo de fútbol, juego y me gusta mucho el fútbol. Tengo amigos de mi país también y algunos amigos españoles. Y no sé explicar por qué, pero me gusta mucho Canarias”. “La burocracia ha sido muy difícil, porque después de tener una residencia y cancelarla, tuve que empezar de cero y fue muy difícil”. A pesar de ello, considera que ha recibido un buen trato por parte de la policía y del resto de las instituciones y “alivio” por el acompañamiento psicológico que le ha ofrecido Save the Children. Solo recuerda como un puntapié los insultos racistas un día en un campo de fútbol. De esos no se libran ni los que juegan en Primera División. Trabajo, ahorro, formación y papeles son, por ahora, su pequeño diccionario.
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